
La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El sonajero de la ampliación de la Feria de Sevilla
Cuando en el Club Tocqueville le preguntaron a Valentí Puig sobre los políticos históricos que le habían despertado mayor interés, no dudó mucho en la respuesta: Winston Churchill y Charles de Gaulle. El primero se entiende. Un hombre que sabe de historia, ostras, habanos, champaña y es capaz de llevar a su pueblo a la victoria contra Hitler vistiendo de forma elegante es merecedor de la mayor de las admiraciones. El segundo ya es más discutible, pero para el escritor mallorquín no había dudas: “Fue capaz de conseguir incluir a Francia entre los vencedores de la II Guerra Mundial, cuando en realidad había sido derrotada”. El de la Francia resistente y aliada no es más que uno de los muchos mitos que aún hoy perviven cuando se han cumplido 80 años del final de aquel conflicto, que acabó con la derrota del Eje (nazis y fascistas) frente a la gran coalición de países liberal-capitalistas y comunistas (una alianza contra natura que tras acabar la balacera pondría en evidencia sus contradicciones).
Más que el de la Francia resistente, el gran mito de la II Guerra Mundial, que se vuelve a repetir estos días con insistencia en los medios de comunicación, es aquel que afirma que los aliados liberaron a Europa del totalitarismo hitleriano, lo cual no deja de ser un mito construido con una clara intención de ocultar la verdad. ¿Qué verdad? Que, lejos de ser liberada, la mitad de Europa fue entregada a la tiranía de la bota comunista dirigida por la URSS. Para polacos, checos, húngaros o rumanos el final de la II Guerra Mundial no supuso la llegada de la democracia y las libertades, sino el inicio de una etapa terrible que los sumiría en la miseria moral y económica durante décadas. Todos los intentos por sacudirse el jubo soviético, como las revueltas obreras de Berlín oriental, en 1953; la gran revolución nacional húngara de 1956; o la primavera de Praga, en 1968, fueron aplastadas sin piedad y sin que nadie hiciese nada para evitarlo, para vergüenza del llamado mundo libre.
La URSS, lejos de liberar a Europa fue su mayor esclavizadora y solo el gran error estratégico de Hitler (un ex cabo que se creía mariscal de campo) de invadir Rusia hizo que se forjase durante unos pocos años de guerra su alianza con las democracias occidentales, que se disolvió cuando la bandera roja ondeó sobre el Reichstag, en mayo de 1945. Tal fue el desencuentro posterior que el mundo libre vio en la dictadura de Franco un mal menor frente al imperialismo comunista y la dejó existir para evitar que España cayese en la órbita soviética.
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