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La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

No todo el mundo puede ser tabernero

Hay demasiado chufla con dos o tres amigos conocidos que pone una barra y se cree heredero directo de Lucio

No todo el mundo puede ser tabernero

No todo el mundo puede ser tabernero

Hay cosas que se pueden conseguir de forma muy rápida en la sociedad que vive acelerada, que consume éxitos y derrotas con la misma naturalidad, que crea y destruye mitos en un santiamén y que encumbra y desprecia con la misma facilidad que el jabón se resbala por las manos en uno de esos lavados que nos recomienda el presidente Sánchez. En Sevilla hay gente que monta un bar y se cree tabernero. ¿Se han fijado bien? Los tíos, que son los dueños del establecimiento, acuden al negocio como figurines el día de salida del camino del Rocío. Perfectamente vestidos, peinaditos, con la papada pacientemente afeitada. Tienen tres o cuatro agradadores cotidianos, que son sayones fundamentales a los que ellos llaman amigos o directamente "hermanos" en una clara y nauseabunda degradación de los términos que es consustancial a su manida jerga. Al mismo tiempo tienen un grupo nutrido de quienes se ríen por la espalda, que esta ciudad es tan valiente que eso suele ocurrir, pero son los mismos que van a sacarles unas copas gratis en estas fechas tristes que nos ha tocado vivir. Las criaturas empiezan a venderte su oferta como si fueran Lucio de Madrid, Pedro Robles o Jesús Becerra en Sevilla, Maxim en París, Tomás Merendón en Santander, ay ese Puerto tan hermoso, o el mismísimo Nino de Roma con sus espléndidas alcachofas de entrantes, por poner sólo unos ejemplos. Ellos se lo creen porque en el fondo tienen quienes se lo hacen creer, unos desalmados que no ejercen de verdaderos amigos, sino de gorrones. Los ves y no sabes si entrar en el bar del respeto que te generan porque hay una inversión de dinero por delante, y por el rechazo que sientes a ejercer de figurante y no contribuir a una mentira. No , no todo el mundo puede ser tabernero. Los persianazos, por desgracia, lo demuestran. O eres tabernero o eres aspirante a personaje en la ciudad de la mentira. Las dos cosas no se pueden ser. Tal vez de personaje se puede hacer carrera. ¡Claro que sí! Pero de vendedor de crecepelo que pasea por Tetuán con una agenda y las muestras debajo de brazo. Aquí todo el que es medianamente conocido o que tiene un ramillete de amigos famosos que de verdad han triunfado se quiere dedicar a la hostelería. Y ya lo enseñaba un maestro del gremio: no montes un bar pensando en tus amigos. Un consejo al que habría que añadir: ni en las redes sociales. Ser tabernero implica mucho sacrificio, mucha humildad, muchísima paciencia, saber llevar a los cocineros (fundamentales), tener camareros con oficio y, sobre todo, no ponerte a tomar copas como si fueras un cliente más cuando se te supone el dueño. Mala cosa cuando los neoseñoritos están detrás de la barra.

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