¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Ussía, el último acto del “otro 27”
Desde hace años, algunos museos aprovechan las reformas de sus instalaciones para que parte de sus fondos viajen y sean conocidos en otras latitudes. De esta manera facilitan el trabajo en sus dependencias y, a la vez, difunden generosamente el valor de sus tesoros ante otros ojos. Así lo hicieron en la Frick Collection, de Nueva York, cuando restauraron un edificio que albergaba, entre sus paredes, la mayor proporción de belleza pictórica imaginable por metro cuadrado. Y, en estos momentos, lo están practicando el Museo Pompidou, el de Sorolla y la Iglesia de la Caridad, en Sevilla. Aunque forzada por circunstancias exteriores, de todos modos, se está imponiendo esta costumbre que, dados sus beneficios, merecería mayor extensión. Ya, en estas páginas, hace unos días, se publicaron unas magníficas reflexiones de Manuel Gregorio González sobre las posibilidades abiertas por el cambio de perspectiva que estos traslados implican. El espacio cerrado de un museo, aunque el visitante instintivamente se acomode a él, no deja de ser un abrigo artificial que salvaguarda las pinturas, pero también las limita al acogerlas entre sus paredes. Son pocos los casos en que los cuadros han permanecido en el contexto original que les dio vida. Por eso, contemplarlos en otro ambiente y distancia puede añadir valores y matices que antes pasaban desapercibidos. Conviene recordar, a este respecto, que gran parte de los museos japoneses, fuentes de tantas innovaciones, no se dedican a cultivar una gran colección de fondo, fija e inamovible. Prefieren desplazar, debidamente conjuntadas sus mejores piezas, como si se tratara de espacios volantes, siempre en continuo tránsito. Han dotado así a sus museos de otra función: sus fondos primordiales pasan a estar visibles en distintos rincones del país, que disfrutan, por temporadas, del patrimonio común. Esta iniciativa japonesa merecería ser tenida en cuenta y quizás, en parte, imitada en Andalucía. Donde articular y dar conocer su extenso patrimonio artístico, desplazándolo para exponerlo al alcance de todos los andaluces, permitiría romper con un localismo que se alimenta de su propio aislamiento. Esas obras artísticas, en tránsito, mostrarían lo mejor de cada uno de sus rincones y facilitarían la vertebración cultural que Andalucía aún necesita.
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