
La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La Sevilla que cierra
Opinión
Desde Buenos Aires llegó Jorge Mario Bergoglio con nuevos aires. Se llamó Francisco cuando fue elegido Papa. Y por ahí ya aportó muchas pistas. Era jesuita, esa orden de la que se decía que tenía un papa negro y desde aquel día de 2013 también lo tenía blanco. Era un Papa diferente a los anteriores en su personalidad. Además, su lengua de origen era el español, procedía de Hispanoamérica y de una de esas familias de inmigrantes italianos que se fueron a Argentina en busca de una vida mejor. Era un cardenal que había viajado en metro a las periferias bonaerenses, de trato amable, buen humor y cercano con la gente común y sencilla. No tenía un sentido elitista de la religión. y también comprendía el valor de la piedad popular. En su última encíclica, Dilexit nos, citaba a Heidegger y recordaba las galletas de su abuela.
Por todo ello, y por muchas cosas más, en un mundo que le pone etiquetas a todo, a este Papa se le ha calificado como progresista. Tuvo detractores, que no se escondieron en algunos casos. Se le criticó precisamente por su comprensión con los alejados de la Iglesia. Pero en eso consiste la evangelización verdadera. No en contentar al hijo que está todos los días en la casa del padre, sino en ir a buscar al hijo pródigo. Y es verdad que lo hizo con entendimiento de algunas realidades de la sociedad contemporánea que no es como la de la Edad Media. El cristianismo tiene dogmas de fe y verdades inmutables, pero siempre se ha adaptado a los tiempos. No contaminándose de los tiempos, sino cristianizando los tiempos. Realidades nuevas, como Internet, han entrado hasta en los conventos de clausura, donde ya hay muchas más religiosas emigradas de países del Tercer Mundo que de una Europa cada vez más descristianizada.
Francisco fue el Papa de la compasión, que salió a buscar al hijo pródigo. No se quedó a la espera. Y eso no lo hizo para que se volviera a gastar la fortuna paterna en los vicios, sino para recuperarlo con el amor que predicó Jesús, cuando avisó a los que quieren lanzar las primeras piedras contra sus semejantes, porque son de distintas ideas, de distinto color, o simplemente molestan.
Fue el Papa de la piedad popular, a la que ya se había acercado desde el Documento de Aparecida, en Brasil, en 2007, cuando hizo una decidida defensa del acercamiento a los pobres y a la piedad popular. Entendió perfectamente la realidad eclesiástica de Sevilla y de Andalucía, donde la fe se vive de un modo especial a través de la piedad popular, como un baluarte que defiende la religiosidad. Y nunca vino a conocer la Semana Santa, ni tampoco al Rocío, pero le concedió la Rosa de Oro a la Esperanza Macarena. Sabía que hacía más falta su presencia en Asia, África o América que en unas basílicas donde somos más papistas que el Papa.
El domingo Cristo resucitó y el lunes murió el Papa.
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