La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Juan Bravo y los cortadores de jamón
Cuando Pier Paolo Pasolini (1922-1975) rodó su primera película en 1961, Accatone, ya había publicado los poemarios Le ceneri di Gramsci, L’usignolo della Chiesa Cattolica o, ese mismo año, La religione del mio tempo; las novelas Ragazzi di vita o Una vita violenta y el ensayo Passione e ideología. Nunca antes y nunca después un poeta, novelista, ensayista y polemista de tan gran talla creó una obra cinematográfica tan poéticamente poderosa, formalmente innovadora, provocativamente crítica, conmovedoramente humana y sobrecogedoramente bella.
Desde aquella Accatone, que iniciaba la que junto a las posteriores Mamma Roma e Il Vangelo secondo Mateo me gusta llamar trilogía sagrada, hasta la abisal Salò o le 120 giornate di Sodoma, que debía iniciar la Trilogía della morte, su obra asombrosa y vivísima hoy –tanto desde un punto de vista formal como emocional y conceptual– incluye las obras maestras de cine-ensayo Uccelacci e uccellini y Teorema, las relecturas de los clásicos Edipo re y Medea, la Trilogía della vita de la que abjuró –pero no se arrepintió– asqueado al verlas metidas en la cosificación de los cuerpos y el opio sexual consumista del cine de los 70 contra el que reaccionó con Salò, los mediometrajes geniales La ricotta, Che cosa sono le nuvole o La terra vista dalla Luna y los documentales Comizi d’ amore, Sopralloughi un Palestina per il Vangelo secondo Mateo o Appunti per un’ Orestiade africana.
Todo fue cortado por su asesinato del que el pasado día 2 se cumplió medio siglo. Tenía 53 años. Dado el reto creativo e ideológico ante el que se había situado con Salò, que se estrenó póstumamente indignando por igual a poderes conservadores, progresistas y consumistas –incluyendo, además de censuras, secuestros y juicios, ataques a los cines en los que se proyectaba: yo la vi en el histórico cineclub La Pagode de París, que tenía vigilancia policial después que en otras salas hubieran estallado artefactos–, y la valentía de sus últimos libros –aquel 1975 aparecieron La divina mimesis, Scritti corsari y estaba terminada Lettere luterane–, cabe preguntarse qué nos hubieran deparado los años siguientes de no haber sido tan brutalmente interrumpida su obra con un asesinato nunca del todo aclarado.
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