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Francisco Correal

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Una peluca de Picasso para Juan Carlos I

Zalemas para el emir de Catar, trato de delincuente para el Rey emérito

En el cielo rojo de los comunistas, Santiago Carrillo se habrá compadecido de su buen amigo Juan Carlos, porque entre amigos no hacen falta apellidos ni números ordinales de los que llevan los reyes, los papas y llevaban los futbolistas de antaño. ¿Pero por qué, alma de cántaro, no hiciste como yo? Si por él fuera, por el buen recuerdo de aquella Semana Santa de 1977 en la que el Monarca se jugó el tipo frente a militares que habían hecho la guerra contra el bando de Carrillo, le habría prestado el coche con su amigo el comunista y millonario Teodulfo Lagunero de conductor y hasta la peluca que le regaló el peluquero de Picasso cuando salieron de Montpellier para cruzar de incógnito y con pasaporte falso los Pirineos. Desde entonces, ese año de 1976, el primero completo de la monarquía de Juan Carlos I, se conoce como el año de la Peluca. Alguna vez, en las confidencias de aquella variante política del realismo mágico, Carrillo le contaría a su amigo Juan Carlos aquellas peripecias de nuevo conde de Montecristo, al apuro que sintió al descubrir en la plaza de toros de Valencia a Sara Montiel, a la que había presentado, fumando espero, a Ceaucescu en Bucarest.

Los cachorros de aquel comunista buscan ahora un nuevo Timisoara para descabalgar la Monarquía. Contrastan las zalemas y genuflexiones varias ante Tamim bin Hamad Al Thani, emir de Catar, para el que no hubo plante de ministras por la ausencia de mujeres, con el trato de delincuente, de malhechor dispensado en los corrillos políticos y mediáticos que pretenden reescribir la historia de la Transición. Y todos a una, como en Fuenteovejuna, todos los ministros, unos con la pica de varilargueros para clavar el puyazo, otros con el discurso melifluo del "sí, pero", han arremetido contra un hombre que es parte de la Historia de España. Es verdad, como escribe Almudena Grandes en Inés y la Alegría, que muchas veces la Historia inmortal se cruza con los cuerpos mortales, duelo de mayúsculas y minúsculas, de solemnidades y debilidades. El rey mago que volvió de Oriente (su chistera ya está en los manuales de Historia Contemporánea) es además de emérito, padre y abuelo. No es casual, o sí, que su visita a España después de dos años largos de destierro o cautiverio, haya coincidido con el aniversario de la boda de Felipe y Letizia. 18 años ya de aquella alianza matrimonial sellada por Rouco Varela en la catedral de la Magdalena en un día que en Madrid llovió lo que en Cádiz en el entierro de Fermín Salvochea. Ni una foto de la reunión familiar entre Reyes. Juan Carlos clandestino, tendrá que venir el espectro de Carrillo para legalizar la Monarquía el próximo Sábado Santo.

El emir de Catar viajó a Madrid y la madre de Mbappé viajó a Catar. Para que digan que Francia es una República. Tienen una alcaldesa cañaílla y un rey negro que parece salir de El siglo de las luces de Carpentier. Menos mal que nos queda Benzema, primer francés que conquista el Pichichi en 93 años de Liga. Y que viaja a París, como en 1956, para conquistar la decimocuarta. El rey Juan Carlos tenía entonces 18 años.

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