Estamos ya con la inquietud en primera fila de la valija sentimental. Las predicciones meteorológicas se han vuelto amenazantes y nos tememos lo peor en esta vigilia incomparable que es el tiempo de vísperas. Los augurios han empeorado y ya estamos como siempre, esperando a que el Maldonado de turno abra la boca y nos diga qué es lo que las isóbaras nos tienen preparado así que baje la burra por la rampa. Y en esta inquietud sólo se nos ocurre pensar lo mismo que hemos pensado en cada víspera de Semana Santa, que vaya guasa que los cielos se abran tras un otoño seco como el ajo y un invierno que palió el panorama, pero no lo suficiente para que sea precisamente con los pasos a punto cuando llegue el maná de la lluvia. ¿Y qué será lo que pase cuando llegue el momento? Qué guasa, Dios mío.