Acción de gracias

Los prejuicios

El disfrute que me ha supuesto 'The Last of Us' me hizo pensar en todo lo que nos perdemos por nuestros prejuicios

Llegué tarde a este hábito de seguir intrigado el rumbo de una serie. Cuando hace años me regalaron un pack de los primeros episodios de A dos metros bajo tierra, acepté aquel presente con pereza, sin sospechar el cariño que llegaría a sentir por esa familia, la protagonista, que regentaba una funeraria. Hablo de un tiempo en el que aún se distinguía con cierto sentimiento elitista entre series y películas -qué nos gusta poner a pelear las cosas en un ring, como si todo fuera un debate de contrarios donde siempre hay que tomar una postura-, y yo escogía la segunda alternativa sin dudarlo: arrastraba aún esa tonta convicción de que el cine son palabras mayores. Pero me topé maravillado con aquellos personajes imperfectos, contradictorios, humanos, de A dos metros bajo tierra, y mi mundo se resquebrajó: la manera en que esas criaturas se enfrentaban a sus pasiones y anhelos, el conocimiento del alma humana que destilaban aquellos libretos, habrían convencido al mismísimo Shakespeare. No he vuelto a encontrar ese genio en los trabajos posteriores de Alan Ball, pero le debo a ese guionista que consiguiera derribar mis prejuicios.

A comienzos de año, lo confieso, me resistía a ver The Last of Us. Creía erróneamente que la adaptación de un videojuego -y con esta afirmación estoy revelando mi edad real, 157 años- sobre la propagación de una epidemia zombi -suban la cifra a 218- no era precisamente, como dirían los ingleses, my cup of tea. Pero de nuevo me equivocaba, de nuevo los prejuicios estaban ahí haciendo de las suyas. Capítulo a capítulo, The Last of Us me ganó, con esa emoción genuina y esa compasión por los personajes de los mejores westerns, por un tempo en el que la mayor acción -raramente me gustan las secuencias de acción: es lo que tiene haber nacido en el siglo XVIII- ocurre en las cabezas y los corazones de sus protagonistas. Y es muy difícil no enamorarse de Pedro Pascal, menudo hombre. Circula por internet un montaje de diferentes escenas con el tipo bailando y al verlas uno recupera la alegría y vuelve a creer en el género humano. Greenpeace España lo advertía junto a unas imágenes del chileno en los Oscar: "Cuidemos el planeta, el único lugar en el universo donde existe Pedro Pascal". Nada que objetar.

El disfrute que me ha supuesto The Last of Us me hizo pensar en todo lo que nos perdemos por nuestros prejuicios, y no sólo ante las ficciones, también ante la vida. A menudo etiquetamos a las personas con las que coincidimos, dando por hecho que si no es de nuestra tribu no habrá sintonía, y puede que a menudo nos equivoquemos. Permítanme la moraleja, que es algo que nos gusta a los señores de 300 años: no sean tan rígidos en sus convicciones, amplíen los márgenes, abran la puerta al descubrimiento.

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