COMO reza el dicho popular, en Sevilla no se hablaba ayer de otra cosa que no fuera de la madre de todos los atascos , el colapso sin precedentes sufrido por millares de automovilistas en la autovía a Huelva en su discurrir por el Aljarafe. Siendo obvias las razones estructurales de la situación de la comarca -inexistencia de un plan de coordinación del territorio, infraestructuras saturadas, retraso en la ejecución de proyectos alternativos-, el análisis debe extenderse ahora a cómo se actuó antes y durante el colosal embotellamiento. La directora del Ikea sevillano ha mostrado su extrañeza por el caos circulatorio por cuanto dice haber preparado como una especie de día D el 8 de septiembre, al prever de antemano una gran afluencia de público por las fiestas locales en Huelva, Córdoba, Extremadura y algunos municipios de la provincia, circunstancia de la que afirma haber avisado convenientemente a la Policía local de Castilleja y a la Guardia Civil. Alguien deberá explicar entonces qué dispositivo de agentes de tráfico se desplegó si quedó desbordado desde el principio; cuando se reaccionó, al cabo de las horas, sólo se pudo cortar la circulación en la salida de los municipios aljarafeños para evitar engrosar aún más el río de automóviles. Se vivió una situación de alto riesgo en la medida en que el bloqueo hubiera impedido afrontar un accidente, recoger a algún enfermo repentino o afrontar una situación de pánico en el interior del parking, donde quedaron atrapados durante horas hasta niños de pecho. Por otra parte, no se utilizaron los medios informativos ni los paneles en las carreteras para lanzar un mensaje disuasorio a los automovilistas que circularan por la A-49 o tuvieran intención de hacerlo, y cuando se dio información fue errónea, al hacer creer que sólo había ocho kilómetros de atasco, percibido así como algo habitual y no excepcional. Hay que extraer lecciones de este episodio. Por ejemplo, no existen a la salida de Sevilla por Chapina paneles que indiquen el grado de ocupación del parking de Airesur, por lo que cuando el automovilista se puede percatar de la situación es ya demasiado tarde y ha quedado atrapado por propia inercia en lo que cada vez más frecuentemente se ha convertido el ascenso a la cornisa: una ratonera.

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