CHICOTE es de esos tipos que abraza una cámara y no la suelta. Le gusta más un foco que comer con las manos y no habrá dudado para enlazar los restaurantes con los hoteles. Ahora también hará inspecciones por pasillos y calderas, registrando camas y duchas, que hace falta en un gremio hotelero que cuenta con un buen trozo de oferta pendiente de modernizarse y, sobre todo, de escamondarse. No le van a faltar mugre, caspa y roedores a Pesadilla en el hotel. Y además le tendremos en Top Chef. Chicote le quitará el puesto a Matías Prats.

Las Pesadillas siempre son instructivas en su parcela de La Sexta porque son un compendio de los malos hábitos laborales, para aprender. Trabajar mal a conciencia requiere casi el mismo esfuerzo que hacerlo bien. La diferencia es la voluntad y la dedicación, no tanto el tiempo que se dedica a trabajar. El buen trabajo es cuestión de algo de talento pero sobre todo de mucha constancia. Hay tipos como el rociero Antonio, que estará viviendo un fin de semana apoteósico en su tasca, que resume todos los defectos que conducen hacia el fracaso y la chapuza: la arrogancia, el cretinismo y la autocomplacencia. Mire a su alrededor y encontrará a unos cuantos Antonios aunque no tengan sus moditos histéricos de niño malcriado. El rociero, ídolo involuntario y esencia de casi todo lo peor como profesional y persona, va camino de ser la mayor estrella de Pesadilla en la cocina tras el propio Chicote. El cocinero y su equipo aliñan cada vez mejor estas ensaladas de los desastres que avivan su sabor en las segunda visitas del chef.

Y sobre el final de Cuéntame: pese a toda la intensidad con que han querido apretar la recta final es evidente que habría que ir pensando en un final apoteósico para los Alcántara. El mejor capítulo de esta(muy) irregular temporada fue el de la cabra ¿estarían dispuestos los de Ganga a mantener ese nivel durante muchos más años? Creo que no.