La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

Los sevillanos lloran lo que no defienden

A esta ciudad hay que darle a veces dos palmaditas en la espalda y recordarle lo bella que está callada

Esta ciudad es capaz de redactar las mejores elegías si un año suprimen los puestos de turrones de la Feria, pese a que nadie ha sido capaz de fotografiar a más de dos clientes a la vez en ninguno de ellos. Están todos juntos, iluminados con gran intensidad, con sus mostradores especiales para las tajaditas de coco bien regadas y condenadas a la más dura soledad, pero nadie les echa cuenta. Si el Ayuntamiento negara un año las licencias, seguro que bramaríamos. ¡Una feria sin turroneros! Todos a rasgarnos las vestiduras como ahora con el cierre inminente del cine Alameda. ¡Pero si ustedes llegan a casa, se tiran en el sofá como cebras cojas de un documental de La 2 antes de ser devoradas por el tigre y se quedan absortos con el Netflix! ¿Cuántas veces se han acordado de que el cine Alameda existe? Ni de las palomitas, ni del tráiler inigualable del Movierecord. La mayoría fueron por última vez a ver El sargento York, E.T. o Semana Santa de Juan Lebrón. No hay memoria ni gratitud. Lloramos como nadie lo que no hemos defendido nunca. Con el Bazar Victoria nos ocurrió tres cuartos de lo mismo. Pulido (Antonio) lo cerró con la ley de arrendamientos en la mano, los dueños se fueron a la calle de al lado y, cómo no, los dejamos abandonados. ¿Cómo es posible que por un desplazamiento de pocos metros ya no nos interese una tienda inigualable que tenía de todo? Hasta la máquina de pelar cebollas que no provocaba lágrimas, las ratoneras más implacables con las que Sevilla en otros tiempos se hubiera librado de la peste, y las sartenes, espiches, jaulas para canarios y espumaderas de todos los tamaños. Todo estaba allí. Pues nada. La propiedad hace el esfuerzo, se muda de Entrecárceles a Francos y adiós muy buenas. A llorar. Y empiezan los lamentos: "¡Sevilla se nos va!". Al mismo tiempo se disparan las ventas del comercio electrónico. Será que nos gusta la ojana como a nadie. Eso que hoy se llama postureo. En Sevilla se entierra muy bien. Cierra Uclés y todo el mundo compraba en Uclés y había disfrutado del trato de lujo que se dispensaba al cliente. Cierra Joyería Reyes de Tetuán y todo el mundo había comprado regalos de boda en ese establecimiento. Cierra Joyería Muñoz y todo el mundo había adquirido allí los pendientes de diseño particular que sólo se podían comprar allí si te tocaba la dependienta amable, no la que resultaba un puercoespín. A esta ciudad muchas veces hay que darle dos palmaditas en su preciosa espalda de dama madura y recordarle lo bella, bellísima, que está callada. Sevilla, la ciudad donde cierran los negocios a los que ha ido todo el mundo. Y muchas veces. Tenemos menos solidez que las tajaditas de coco.

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