La ventana

Luis Carlos Peris

La sinergia entre bares no es nueva

CUANDO se abrió el Bodegón Torre del Oro a principio de los felices sesenta, la entonces llamada calle Santander era una zona poco comercial. El bar de los caracoles de Manolo González estaba a punto de cerrar porque los gasterópodos se acumulaban sin demanda y en La Moneda apenas se despachaba un barril de cerveza diario. El Coliseo era lo único con vida al conjuro de su confortabilidad y de tapas como la urta al coñac que hacía las delicias del personal. Abrió el Bodegón y la vena esclerotizada se convirtió en arteria para la ida y venida de gente que iba de la urta del Coliseo al pinchito del Bodegón. Pero ahí no quedaba la cosa, pues llegaron unos beneficios colaterales para solaz de esos bares situados en el camino a los que la vida les cambiaría para bien. Una sinergia así parece que se ha abierto desde que el Barranco se hizo gourmet o como se llame.

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