La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Objetivo, el Rey
POR los gigantes que nos precedieron sabemos que las utopías siempre se encuentran en el oeste, al otro lado de las Columnas de Hércules, donde el sol se pone y las nubes que tiñe el ocaso son las manzanas que cuidan las Hespérides. No nos extraña, pues, que en un documental se defienda que la mítica Atlántida se encontraba en la actual Valencina de la Concepción, entre los olivos del Aljarafe, junto al bar Las Cuatro Esquinas y la urbanización La Ponderosa. A nadie en sus cabales puede sorprender que en ese territorio que se extiende entre el Guadalquivir y el Guadiamar, tierra favorita de moros y cristianos, se asentase el famoso mito de la civilización arrasada por un tsunami, del que Platón nos hablase por boca de Critias, un fugaz discípulo de Sócrates que supo de la Atlántida por una larga cadena de transmisión que llegaba hasta unos oscuros sacerdotes egipcios perdidos en los orígenes históricos. Si algo sabemos los aborígenes del Bajo Guadalquivir –acostumbrados al ensueño de los horizontes caliginosos– es a vivir en compañía de los mitos sin que nos asustemos como niños ante fantasmas
El vasco Jon Juaristi, que fue estudiante en Sevilla en la convulsa Universidad tardofranquista, nos recuerda que Joaquín Vallvé “cree reconocer en al-Ándalus (o Alándalus) una arabización fonética del griego Atlantis. Los árabes, sostiene Vallvé, habrían visto en España la Atlántida del mito platónico. La contigüidad de la península con el Atlántico y su cercanía a la cordillera Atlas habría reforzado esta identificación”. De otras ubicaciones que los sabios le han asignado al legendario continente sumergido –del que aún hoy nos siguen llegando restos a través de Bob Esponja– sólo nos puede entusiasmar, junto a la de Valencina, la de las Islas Canarias, siete soledades atlánticas en las que, a poco que uno se aparte del estruendo turístico, aún se puede oír el eco de aquellos navegantes antiguos y medievales que llegaron a divisar al oeste ciudades de urbanismo concéntrico con murallas de cristal y caballos de plata.
Con la edad, superados complejos cartesianos, uno descubre que es dulce abandonarse a la leyenda, dormirse en las Islas de los Bienaventurados y ser tripulante en la nave de San Borondón. ¿Existió la Atlántida? Claro que sí, Platón, uno de los héroes fundadores de la cultura occidental, no nos pudo mentir. ¿Y estuvo en Valencina de la Concepción? Por qué no, como también estuvo en la Isla del Hierro, en las Azores o en cualquier rincón del mundo donde un hombre se abandone al sueño del mito.
(Dedicado a Anselmo García Luque)
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