La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

La taberna de Pepe

En la taberna de la calle Boteros ya se guardaba la distancia y el aforamiento: sólo había 24 vasos

Nos están mareando con los metros de distancia interpersonal (que no social) tanto como con los horarios. La paliza es tan intensa que a veces habría que tomarse un optalidón. Si no fuera por los casi 25.000 muertos sería para seguir la terapia de reírnos en la cara de este Gobierno que reaccionó tarde, cometió chapuzas en la compra del material sanitario, evidencia más peleas internas que una canción de Pimpinela y anuncia normativas y criterios que duran menos que un salivazo en una tabla de planchar. La barrila de la distancia es memorable. La distancia ha sido siempre sanísima y muy recomendable hasta que imperaron los abrazos, los besuqueos, el tuteo y otras fórmulas de afecto impostado. De toda la vida ha habido sitios donde se ha guardado una distancia ejemplar y saludable. Recuerdo la barra de Pepe Yebra en su taberna de la calle Boteros. Todos los clientes buscaban las esquinas para no mezclarse entre ellos. Cuentan que ya en tiempos pretéritos el individuo buscaba su espacio propio en las tabernas. Muchos de los parroquianos de Pepe, porque eran de una categoría superior a la del mero cliente, acudían a beber en soledad, sabían que se encontraban siempre con los mismos, pero la mayoría no se dedicaba al cultivo de las relaciones sociales, sino del espíritu. Algunos competían de manera disimulada por el rincón donde estaba aquel cuadro del tío de la barba, otros por situarse junto a alguna de las puertas. Y distancia, lo que se dice distancia, era la que te daba el tabernero, un señor de los pies a la cabeza, carente de ojana y de estupideces hispalenses. Pepe ya practicaba el aforamiento por su cuenta. ¿Un tercio de aforo máximo en las terrazas dice el Gobierno? Pepe tenía 24 vasos. Cuando estaban todos los vidrios ocupados no se atendía a más clientes por mucho que hubiera espacio libre. No pocas veces vimos a la clientela esperando al relente a que se quedara un vaso libre para acceder al interior. Y Pepe no sólo se colocaba detrás de la barra, sino bien separado de ella, guardando la distancia, ejemplo de discreción y oficio, como el alguacil de la plaza que espera en la raya de picadores que el matador se acerque a por la oreja cortada. Me acuerdo de don José Yebra Sotillo y tengo claro que todo está inventado. Leo la previsión de millones y millones de turistas que hubieran venido a España a finales de 2020 y no puedo dejar de pensar que con tantísimos visitantes estábamos condenados al hacinamiento en calles y plazas. La clave estaba en los 24 vasos, en la medida, en el orden, en la ausencia de codicia, en la autenticidad. Cada día está más claro que todos no somos iguales. Unos tienen valores y otros no. Por eso hay negocios que duran muchas décadas. Pepe se jubiló un día y recogió los 24 vasos.

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