¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Endecha por la muerte del árbol de Santa Ana
DANIEL no quiso celebrar su gol en un acto de respeto hacia el club que le abrió las puertas de la gloria en España, pero quizá hubiera sido un gesto más provechoso para el Sevilla que el fantástico todocampista bahiano hubiera festejado ese 3-0 con su habitual histrionismo y su facilidad para tocarle las costillas al contrario. Mejor ese dolor de ver a un símbolo que se vuelve contra ti, si sirve de espuela para que en los despachos de Nervión abran los ojos, dejen de mirarse al espejo por su gestión empresarial y se pongan de una vez las pilas. Porque el club es un modelo del que otros toman nota, se desgranan actos sociales tan plausibles para la imagen como provechosos en esa labor de hormiguitas que es la captación de simpatizantes. Pero el motor de este tinglado tan sui géneris que es una SAD es la ilusión deportiva, y en este punto nuclear, capital, la imagen del Sevilla va perdiendo enteros. La turbina se gripa. Son demasiado groseros los borrones, y en los escaparates que focalizan todas las miradas.
De las maneras de perder, este Sevilla elige las indelebles. Son espantosos tatuajes. Y con esos tatuajes tan macarras, corre el riesgo de que le pierdan ese respeto que se ha ganado durante las últimas temporadas. Con esos tatuajes tan indignos, es mucho más complicado sentarte en un despacho y convencer a los escépticos de que el reparto televisivo que pergeñan los dos colosos va a multiplicar la distancia entre los poderosos y los parias. La reputación te legitima o te desacredita, y la reputación de equipo poderoso y capacitado para ser alternativa que se labró el Sevilla está hoy hecha unos jirones.
Que Del Nido sopese si es coherente vanagloriarse de que hay 50 millones en cash en la caja fuerte si al mismo tiempo sale un equipo inerte al Camp Nou. Que Monchi sopese si la plantilla no pierde peso específico año tras año entre salidas y entradas, muchas de ellas vulgares. Que Manzano sopese si fuera de casa es sensato salir con Renato y Romaric. Si compites y te respetan, es más fácil que te oigan y logres un mayor trozo del pastel.
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