NOTAS AL MARGEN
David Fernández
Un milagro por Navidad: salvemos al país
Hablo de los concursos de arquitectura y de carteles que se editan en buen número para informar de acontecimientos. Y siempre me ha parecido una fórmula adecuada, obligada en todo caso para las iniciativas que surgen desde las instituciones públicas. Porque es un procedimiento abierto en el que compiten libremente y en igualdad de condiciones los artistas que concurren, solo limitados por la calidad de los otros concursantes y las obras presentadas.
¿Qué se espera de un concurso? Un conjunto de ideas y soluciones apropiadas para la cuestión planteada. Especialmente estoy a favor de los concursos de ideas abiertos a cualquier profesional o grupo de profesionales, bien sea de la arquitectura y el urbanismo, por ejemplo, en el anunciado Concurso de Ideas para la Alameda de Hércules o de pintores e ilustradores en el caso de carteles para las fiestas mayores de Sevilla, que en mi opinión debería ser objeto de un concurso abierto. Y en ambos casos son de responsabilidad municipal. Y más en una ciudad que cuenta con Escuela de Arquitectura y Facultad de Bellas Artes desde hace décadas y que por ello cuenta con buenos arquitectos y pintores, fotógrafos y artistas gráficos entre nosotros. Basta conocer cómo, generación tras generación, se incorporan profesionales de primer nivel, con estudios instalados en nuestras calles, desde donde iluminan con sus obras ciudades del mundo entero en el caso de la arquitectura y el urbanismo y su buen hacer en los grandes certámenes artísticos internacionales. Y muchos ejercen de profesores de nuevas promociones, aumentando así el efecto virtuoso.
Pero tanto en el caso de ordenar un espacio como la Alameda de Hércules o anunciar las Fiestas de Primavera de Sevilla, el debate no es solo interno al Ayuntamiento o a las profesiones respectivas, sino también con la sociedad. Las pautas participativas de la sociedad civil, en todos los asuntos que atañen al gobierno de las ciudades, cada vez deben estar más desarrolladas. Para ello, la institución organizadora de un concurso debe garantizar la transparencia y limpieza del procedimiento, y la coherencia de las bases. El programa de necesidades y los objetivos deben estar inequívocamente formulados. El número de participantes debe ser el suficiente para que exista la diversidad de opciones y soluciones y el jurado debe ser cualificado y debe motivar con claridad y precisión el dictamen. Y los ciudadanos deben tener claros los objetivos a alcanzar y compartirlos. Son numerosos los concursos que avalan con éxito la validez del sistema, que merece en todo caso ser adecuado a cada momento de la sociedad. No olvidemos que nuestra valorada universalmente Plaza de España es resultado de un concurso. El debate de las propuestas presentadas, la discusión, y la participación ciudadana deben enriquecer el resultado final.
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