La ciudad y los días
Carlos Colón
Montero, Sánchez y el “vecino” Ábalos
El incendio en la Mezquita de Córdoba, que podía haber sido de consecuencias devastadoras, es un toque de atención en toda regla sobre los riesgos de nuestro patrimonio. No hace falta ser un experto para pensar que el uso de almacén de sustancias y máquinas de limpieza en una de las capillas era completamente inadecuado. Y si eso ha ocurrido en uno de los máximos edificios histórico arquitectónicos de Andalucía, testimonio único de nuestras raíces y cultura, qué puede estar ocurriendo en aquellos edificios y monumentos que no tienen ese grado de singularidad.
Imagino que la alarma de los responsables de su custodia habrá sido importante, como para comprobar de inmediato en qué situación real, práctica y administrativa estaba toda la protección antiincendios en la Mezquita Catedral. Y lo mismo habrá ocurrido en la Alhambra, Alcázar de Sevilla, Giralda y las catedrales andaluzas. Espero que haya desencadenado una serie de revisiones y puesta al día de la situación que impida que cualquier suceso de estas características vuelva a ocurrir. Los servicios de extinción han actuado bien y también habrán analizado profesionalmente si la situación pudiera haberse previsto o acometido de otras diferentes maneras. No me cabe duda de que estarán trabajando en ello.
Me han llamado la atención los argumentos, muchos de ellos han sonado a excusas precipitadas, para minimizar el incidente. Que era una zona de menor valor patrimonial al pertenecer a la ampliación de tiempos de Almanzor. Que era un porcentaje muy pequeño de la superficie total del edificio. Que el Patronato tiene recursos propios para los arreglos necesarios, que ya se habían comprado dos locales cercanos para los usos de almacén, etc… ¿De verdad nos cuentan que una edificación del siglo X es poco relevante? ¿Que se rompiera la nariz del David de Miguel Ángel no es un problema, porque es un porcentaje pequeño de la escultura? ¿Qué importa lo destruido si se puede rehacer? Aunque sea a costa de autenticidad, que es la cualidad más valorada en un monumento desde la Carta de Venecia (1964) hasta hoy. Que eran conscientes del riesgo y lo inadecuado del uso queda probado porque, según nos dicen, ya habían comprado dos locales para ello. Ojo, avisados quedamos.
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