NOTAS AL MARGEN
David Fernández
Un milagro por Navidad: salvemos al país
No es Cervantes ni Velázquez. No es Quevedo ni Gutiérrez-Solana. No es Valle-Inclán ni Romero Ressendi. Ni tan siquiera Galdós y Goya que tanto se acercaron al retrato fiel. España es la película más taquillera de Torrente cuyo guion se escribe a golpe de realidad. Obra coral de pícaros torpes, bufones e instrumentos útiles al servicio del relato. Sombra triste de la España moderna y democrática que creímos ser.
A Torrente ya lo conocemos de películas anteriores. No nos sorprende su suciedad altiva, o su manera impúdica de exhibir sus bajos instintos. Ahora está demacrado, repetitivo, comete torpezas y se rodea de una tropa sin salvación posible. Ha perdido la risa, ha perdido el color, ha adelgazado hasta preocuparnos por su salud. Ya no luce esos lamparones grasientos e indisimulados de quien se ha pegado una comilona sin sentido. Es todo más sutil. Los guionistas le han querido dar cierto lustre europeo haciéndolo negociar con prófugos de la justicia bajo la banda sonora de Waterloo de Abba. Como España es un Estado discutido y discutible (Zapatero dixit) le han endosado un escudero vasco, aizkolari, para que todo sea más global e independiente a la vez. La transfusión de la sangre azul del independentismo le da cierto aspecto cerúleo y enfermizo. La decadencia de Torrente es lo que vivimos en España entre la risa, la pena y la incredulidad. Algunos a mucho orgullo como en toda tragicomedia.
De momento, el brazo tonto de la política; perdón, de la ley; perdón, de la fiscalía; perdón, del CIS; perdón, el brazo armado de las causas ajenas; se ha pasado a la prensa y leemos sus aventuras todos los días por capítulos. Las historias comienzan siempre del mismo modo: para abrir boca se nos muestran las suculentas páginas de un informe policial. Por ellas se pasean con mucha enjundia sobres de billetes grandes, correos electrónicos indecentes, conversaciones indecorosas, prostitutas, sobornos, mordidas, fontaneras de mono rojo para desatascar el cielo enladrillado y demás ralea. Ridiculizando las buenas películas de policías y ladrones, haciendo un homenaje a nuestros tebeos de toda la vida, los personajes utilizan alias y se valen de un lenguaje encriptado que es aun más transparente que el castellano más puro de los castellanos.
La gran enseñanza de Torrente es que en España la corrupción no penaliza, divierte. Quién sabe si hasta se premiará.
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