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Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

Qué triste está el barrio del Arenal

No he asistido a tertulias de mayor altura ni he visto un compromiso más intenso con una ciudad y una cofradía

Qué enorme vacío bajo la sombra de los Plátanos de Indias de la calle Adriano. El destino tiene unas ironías crueles como las bromas que a veces se gastan los niños. Qué cielo más limpio, qué día mas luminoso de cuaresma, que mediodía por delante para el disfrute de las horas, pero cuánto dolor en el barrio del Arenal, que pierde poco a poco a sus vecinos más genuinos. Todavía recuerdo a dos grandes de la Iglesia de Sevilla felices en una cena en los salones abarrotados del hotel Inglaterra: el canónigo Juan Garrido Mesa y el cofrade al que ayer despedimos a la vera de la Piedad: Otto Moeckel von Friess.

Ocurrió con ocasión del homenaje que sus cofradías le tributaron por una vida consagrada a ellas. El sacerdote leyó el comunicado de felicitación del cardenal Amigo. Ninguno de los dos está ya con nosotros, quizás cuando más falta hacen sus ejemplos. Qué tertulias de altura se disfrutaban con ambos, qué profundidad y qué claridad en los planteamientos de los problemas no sólo de las cofradías, sino de la vida cotidiana. Recordaba todo aquello mientras junto a la puerta de la capilla de la Piedad se formaban corrillos como si fuera, ay, Miércoles Santo y a los pies de la Piedad hubiera una alfombra de rosas rojas o de lirios morados. Ni estaban los pasos montados, ni era mañana de función presidida por algún cardenal invitado para la ocasión. Era esa crueldad que aparece en ocasiones para pegarte un gañafón en el alma y dejarte deslomado, tirado y arrastrándote sobre el albero de tu existencia. Cuánta luz para un día tan oscuro.

Hay señores que no tienen por qué aguantar una pandemia, que tienen derecho al descanso eterno, al reencuentro con la mujer amada. Demasiado trabajó ya nuestro Otto para que las cosas se hicieran bien. Alemán a la hora de ser recto, sevillano para exprimir tertulias interminables. Al bueno de don Otto se lo han llevado la viudedad y la carencia de Semana Santa. Qué vida más triste sin tener la certeza del gozo. Disfrutaba de las cofradías con la inocencia de un niño y las amaba y protegía con la diligencia de un buen padre de familia. Hoy lo veo del brazo de Carmen Gil a la salida de misa en el Baratillo, en la Caridad o en el Sagrario. Me llama por algo que he escrito y me da las gracias en alemán. Y guardo para mí el día que nos pidió a Amalia y a mí que lo acercáramos en coche a la casa de un familiar, lo que naturalmente hicimos. Al llegar nos rogó que aguardáramos un instante para que lo lleváramos de nuevo al Arenal. Al retornar al vehículo sólo nos dio una breve explicación que en ningún caso habíamos pedido: "Había que poner orden porque la disciplina no se puede perder". Así era. Genial. Pero qué triste está el Arenal sin Otto.

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