La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La botella de cava barato, símbolo del triunfo
Simpatizante de los bolcheviques, veterano de la Revolución de 1905 y autor de una novela antibélica censurada por las autoridades zaristas, el ingeniero naval Evgueni Zamiatin se distanció muy pronto del régimen soviético cuya naturaleza despótica vio clara desde el principio. Parcialmente publicada en Londres, en 1924, su impactante novela Nosotros logró reconocimiento internacional después de la edición francesa de 1929, puesto que la rusa –Zamiatin consiguió que le permitieran marchar al exilio y malvivió sus últimos años en París– no vería la luz hasta finales de los ochenta. Conocida y elogiada por dos autores que la tuvieron presente a la hora de escribir sus ficciones distópicas, Aldous Huxley y sobre todo George Orwell, directamente influido por Zamiatin, Nosotros recrea la alienación imperante en un régimen totalitario, el Estado Unido, regido por un Bienhechor –precursor del Gran Hermano, igualmente obsesionado por la transparencia– que gobierna la ciudad de cristal en la que sus habitantes, designados con números, viven aislados de la naturaleza salvaje. No es difícil ver en el infierno matemático de Zamiatin, donde el sexo está programado y la fantasía y la imaginación son extirpadas por medio de operaciones quirúrgicas, una burla de las pretensiones cientifistas del materialismo, pero su alcance podría extenderse a los fanáticos de cualquier tiempo. Antes de dar a conocer su obra cumbre, el bravo escritor ruso, ya enfrentado a los nuevos inquisidores, publicó un curioso drama histórico, Los fuegos de Santo Domingo, localizado en la Sevilla del siglo XVI, donde sugería un paralelismo entre la persecución del brote erasmista por el Santo Oficio y las purgas del Estado soviético. Para aquellos primeros disidentes, como decía Zamiatin, la juventud de las ideas se oponía a la vejez que sobrevino cuando vencieron y se transformaron, al defenderse desde el poder, en dogmas intocables. En un lúcido artículo de 1921, titulado Tengo miedo, Zamiatin afirmaba que la literatura sólo puede existir “allí donde la hacen no ejecutivos y leales funcionarios, sino imprudentes, ermitaños, heréticos, visionarios, sediciosos, escépticos”. Una década más tarde, antes de abandonar la URSS gracias a la protección de Gorki, le envió una carta a Stalin donde denunciaba el hostigamiento de los censores y el vasallaje de quienes lo habían silenciado y excluido. Cayeron por fortuna la mayoría de las dictaduras del siglo XX, pero las distopías inspiradas en ellas siguen manteniendo una vigencia inquietante.
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