La movilidad y el botellón importan más que la salud. Tan es así, que se necesitan estados de alarma, confinamientos y miles de policías para proteger a los ciudadanos de sí mismos. Ésta es una lección que nos ha enseñado un ser microscópico, un virus que irrumpió resuelto a cuadrar las cuentas de la Seguridad Social. La responsabilidad individual se encuentra desaparecida desde el comienzo de la pandemia, y hay común acuerdo en que todo lo que ocurre es achacable al político de turno.
A esta mentira hay que sumar la mentira de la incidencia acumulada, un índice que, con la mitad de la población vacunada, refleja el peligro de hace un año, no el de hoy. Con estos mimbres, los gobernantes se arrogan el derecho a tratarnos como ganado y los ciudadanos duermen tranquilos, pues el virus avanza y retrocede por culpa de Sánchez, Ayuso... No hay ciudadanos, sólo hombres-niño dependientes de papá Estado. Nada tendría de extraño que apareciera un desalmado, con una ley de seguridad nacional en la mano, y un buen día amanezcamos siervos, súbditos, lacayos.
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