La gripe de 1918 no mató a nadie. Millones de personas murieron en el mundo en aquellas fechas en trances parecidos, presentaban los mismos síntomas y fueron diagnosticados por médicos según el saber científico de la época, pero no se les practicó el test PCR. Es imposible asegurar que esas personas fueran víctimas de la misma enfermedad, y predicar otra cosa es propio de la ultraderecha.

Fernando Simón declaró en aquel entonces: “Como no se han inventado aún los test PCR, tenemos 250.000 fallecidos en España por confirmar”; todos los periodistas exclamaron “amén” y la falta de televisión evitó ardores de estómago. Zambullirse en el mundo de fantasía del doctor Simón tiene consecuencias que son una disparatada reacción en cadena: todo juicio médico no corroborado por análisis clínicos carece de valor, los médicos padecen impericia congénita o son prevaricadores, puesto que miles de diagnósticos legales y válidos se ponen en duda, los certificados de defunción sin análisis complementarios son papel mojado...

Fernando Simón ayudó al virus no recomendando la mascarilla, le ayuda hoy ocultando información y padece secuelas graves tras el paso del coronavirus por su cuerpo: se le ha atrofiado el órgano de la vergüenza y manifiesta un extraño síndrome de Estocolmo. En caso de duda, siempre se inclina a favor del Covid-19. 

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