El pasado 15 de febrero, a través de unas amistades, asistí al acto de #CsSomosTodos. No es que yo tenga interés en la política activa en general, es una faceta que cerré hace tiempo, pero como politólogo me pudo la curiosidad. No todos los días tiene uno la oportunidad de asistir a la reforma de un partido político de una manera tan abierta. Allí escuché durante casi cuatro horas las propuestas a compromisarios de #CsSomosTodos, lista independiente de la provincia de Sevilla, y las reflexiones del señor Igea y la señoraMarban, de #CsEresTú.

Sinceramente me sorprendió, esperaba el clásico enfrentamiento de todos contra todos en una lucha fratricida por el poder, pero el espíritu que encontré allí era el mismo que se respiraba en los primeros inicios de la formación naranja. Esa ilusión, esas ganas de cambiar las cosas, esa energía que los llevó a ser primera fuerza en Cataluña.

Lo que sí me quedo meridianamente claro es lo siguiente: ninguna de las listas de compromisarios citadas ponía en duda el liderazgo de Inés Arrimadas, pero sí había un gran interés en aumentar la democracia interna y la transparencia hacia la afiliación en la toma de decisiones. Más transversalidad y menos verticalidad, en resumidas cuentas. Después de escucharlo todo tuve que reformular mis propias creencias. No entendía, y así sigo, cómo después de que la misma Inés Arrimadas admitiera que en Ciudadanos se habían cometido errores, se negara tan tajantemente a la reforma del partido.

No ya en el modelo de unos u otros, sino en un modelo de consenso que permitiera a su partido relanzar una marca muy denostada en los últimos tiempos. Es absurdo que un partido que ha perdido alrededor de dos millones y medio de votos, traducido en 47 escaños, se permita esta seudo guerra civil que sólo acabará de una manera: subsumiendo un proyecto muy bueno en el bipartidismo clásico. No la entiendo doña Inés, no la entiendo.