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En Andalucía hay miles de personas que cobran subsidios desde hace 35 años, con descansos de un mes al año para juntar las peonadas. Si eso no es una renta mínima vital diga usted qué es. Pero he aquí que Andalucía era una de las comunidades más pobres al inicio de nuestra democracia y en ese mismo lugar continúa. El primer efecto del ingreso mínimo vital es que ayuda a multitud de personas.

El segundo es que, a la hora de votar, se acuerdan de a quién deben sus ingresos justo en el momento de depositar la papeleta. El tercero es la pérdida de iniciativa en la búsqueda de empleo, ya que encontrar trabajo significa perder el subsidio.

Y por último llega la resignación, comprender que si me conformo, voto y cobro como siempre, nada irá a peor ni a mejor. Y así pasan los años pueblos enteros de Andalucía, en una indolencia donde las personas han reducido sus necesidades vitales a extremos vegetales. El fanático siempre ve lo que quiere ver y llega a las conclusiones que confirman sus prejuicios.

Hoy contemplamos con estúpida indiferencia al fanático, como si no fuera una amenaza para todos alentar la manifestación del 8-M, aprovechar una catástrofe nacional para atacar a las empresas, controlar los precios o tratar de convertir personas en vegetales mediante la limosna del Estado. 

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