Jaén, paraíso interior (y ventoso)

Venidos de Sevilla, depredada por el turismo, nos causó asombro tanta tranquilidad, la cual parecía exceder del marasmo de un domingo mañanero

Jaén, paraíso interior (y ventoso) Jaén, paraíso interior (y ventoso)

Jaén, paraíso interior (y ventoso) / rosell

Los extranjeros como nosotros, ignorantes capitalinos, no sabíamos que Jaén fuera otra ciudad del viento. Pudimos comprobarlo en el puente de la Inmaculada, a la espera de que la borrasca Efraín trajera a la nación de los olivos más lluvia de la ya caída y más viento aún. Habíamos venido de Sevilla para ver en la catedral de Jaén -maravilla del renacimiento español- la exposición Vandelvira después de Vandelvira.

Sufrimos la furia ventosa sobre tierra, como quien dice, en la plaza aledaña a la seo de la Asunción, y la sufrimos también -y sobre todo- en las alturas, en el castillo y mirador de Santa Catalina. Temimos que el ventarrón arrancase de cuajo la gran cruz blanca que corona el cerro con una ostentación parecida a la que vimos hace poco en el Monte Hum de Mostar, en Bosnia-Herzegovina, la cual señala, con sus 33 metros de altura (la edad de Cristo), la parte croata y católica de la ciudad de la otra mitad musulmana. Para evitar que el viento arrancase las distintas cruces clavadas en lo alto junto al castillo (tradición que viene de la toma cristiana por Fernando III en 1246), se colocó muy tardíamente, ya en 1950, una basta cruz de hormigón armado, costeada por una familia local. Ahí sigue, por fortuna ajena a los malentendidos de la multiculturalidad.

La ignorancia sobre los proverbiales vientos de Jaén la sumamos a otras deficiencias que traíamos ya de fábrica. En la catedral, el peligro del viento nos impidió el ascenso a las gradas altas. Bien que lo agradeció uno, todo hay que decirlo. Los que padecemos de vértigo súbito lo olvidamos a veces, hasta que ya es tarde y nos quedamos fulminados y paliduchos a la espera de ser rescatados por la pareja o por el sufrido amigo de turno.

La exposición en la seo plantea un triple recorrido en el tiempo: la catedral antes, durante y después de Andrés de Vandelvira, su principal hacedor. Antigua mezquita almohade, Fernando III la transformó en catedral. Su consagración final se realizó en 1606, sobre todo para preservar el relicario del Santo Rostro, expuesto en la Capilla Mayor. Tampoco sabíamos que la capilla de San Eufrasio alberga la tumba de un papa del siglo II, San Pío I.

Vandelvira fue el maestro mayor de la obra, pero sólo acometió la parte sureste (la Sacristía y la Sala Capitular). El diseño de la catedral fue culminado por sucesivos arquitectos al cabo de largos años. De ahí la amalgama de estilos que puede contemplar el visitante (renacentista, barroco, churrigueresco, neoclásico). Observando la belleza interior del templo, dimos la razón a quienes señalan que en la catedral de Jaén, vista en conjunto, se manifiestan con belleza los tres pilares de la idea vitruviana en la arquitectura: utilidad, firmeza y hermosura.

Por lo demás, el paseo dominguero por Jaén nos regaló la reconfortante idea de que es posible conciliar turismo y civilización. El viento causaba estragos (cornisas arrancadas, ramas caídas en los coches, árboles partidos). Pero no fue el ventarrón la causa de que apenas existiera mucho trasiego de vida por calles, iglesias en hora de misa y monumentos principales. Venidos de Sevilla, depredada por el turismo, nos causó asombro tanta tranquilidad, la cual parecía exceder del marasmo de un domingo mañanero.

Pudimos deambular a nuestro antojo, sin cruzarnos con guías turísticos con megáfono, ni con despedidas de solteros/as, ni con regueros de visitantes (no más allá de alguna familia o grupo de jubilados). Nos dirán los lugareños que no siempre es así o que Jaén sí quiere servir de reclamo al potosí del turismo. No diremos que no, pero no saben los nativos cómo agradecimos la quietud, el silencio, aquella especie de cuajo austero y provinciano que, al principio, bien es verdad que llegó a descolocarnos por creerlo poco hospitalario.

Por la tarde subimos en modo deportivo por la pronunciada travesía del Tiro Nacional (Jaén son sus vientos y sus cuestas). En coche ascendimos luego hasta el castillo de Santa Catalina. Desde el mirador, con vistas a la ciudad y a los serenos alrededores, de nuevo el vértigo -azuzado por el fortísimo viento- impidió al aquí escribiente recrearse, cara a Sierra Mágina, en aquel paisaje montuoso de sierras, pedanías y olivares. En estos parajes, antaño castigados por la falta de instrucción pública, se preservó el "verbo en ascuas" de las abuelas analfabetas de las que habla la poeta y amiga Carmen Camacho, natural de Alcaudete, pueblo de la cercana sierra Aillos. "Levanta / con tu espíritu y tus manos / el misterio y la belleza / que quieres contemplar", dice un poema del también jiennense Manuel Lombardo Duro. Lo intentó uno, pese al furibundo viento.

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