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Tribuna

José Mª PÉREZ JIMÉNEZ PEDRO E. GARCÍA BALLESTEROS

Inspectores de Educación

Perogrulladas de PISA

Al igual que con el clima, estamos en una emergencia educativa y mientras no logremos que sea así reconocido, cada tres años nos volverán a contar perogrulladas

Perogrulladas de PISA Perogrulladas de PISA

Perogrulladas de PISA / rosell

Andarse con los pies, volarase con las plumas, serán seis dos veces tres por muy mal que hagas las sumas." Perogrulladas denominaba Francisco de Quevedo a estas y otras profecías, en su libro Los sueños en el que intervenía el gran profeta Pero Grullo. En cuitas parecidas andamos desde hace años con las sobrevaloradas pruebas PISA. Los últimos días, por parte de medios de comunicación, expertos y popes educativos, han sido objeto de extenuantes análisis los últimos resultados de las mismas que, en el fondo, reiteran las mismas conclusiones sobre nuestro sistema educativo que se vienen esgrimiendo desde el 2000, año en el que comenzaron a aplicarse. Que el sistema educativo español está estancado dado que los resultados oscilan entre 4 y 6 puntos desde las primeras pruebas y eso carece de significación alguna, que manifiesta una evidente desigualdad territorial Sur-Norte, que el 25% del alumnado no alcanza el nivel mínimo deseable y ello lo aboca a la exclusión social, que el estatus socioeconómico de las familias es determinante, que la repetición es una lacra de nuestro sistema y se ceba sobre los pobres... Pues miren ustedes, para este viaje no se necesita esas alforjas. Nada que no sepa de sobra el profesorado de este país y que no se haya cansado de decir, para quien lo quiera escuchar.

Los datos que el propio sistema posee, los cuales deberían ser públicos en su integridad, y que ya acumulan verdaderas tendencias históricas de todos los tramos educativos, nos llevan a las mismas conclusiones. Los grandes indicadores del sistema se mantienen constantes, por ejemplo las elevadas tasas de repetición en la enseñanza obligatoria que en Andalucía alcanzan a uno de cada tres alumnos; la desigualdad de financiación y de resultados entre las comunidades autónomas del Norte y del Sur; las bajas calificaciones en asignaturas como Matemáticas o Ciencias, cronificadas en un alto porcentaje de alumnos así como la escasez de excelencia; o, por último, las comunidades que vienen realizando más recortes en la enseñanza pública como Madrid, son las que peores resultados obtienen y más desigualdad y segregación generan, constatado ampliamente por los resultados comparados del sistema.

Enfrascados en enjundiosos análisis de resultados, nos olvidamos de exigir a los responsables políticos, las medidas que podrían cambiar de verdad la situación y que, por otra parte, no se han intentado en las últimas décadas. Citaremos algunas: sustancial incremento de la financiación para afrontar, entre otros, un plan de mejora de las infraestructuras; reforma de la estructura del sistema, para mejorar la flexibilidad del mismo y la fuerte segmentación entre etapas educativas, por ejemplo, generalizando la Educación Infantil de cero a tres años, creando una sola etapa de Enseñanza Básica, o procurando una mejor integración de la Formación Profesional; revisión de los contenidos de la enseñanza, creando un currículo más denso y menos extenso; y creación de una carrera profesional docente coherente y con mayores niveles de exigencia en el acceso.

Sin embargo, ninguno de estos grandes asuntos se pone sobre la mesa con seriedad. Más bien al contrario, el debate actual versa sobre intereses de parte como la mal llamada libertad de las familias para elegir centros a costa del erario público. Debe saberse que para que exista auténtica libertad, esta debe darse con un mínimo régimen de igualdad, y cuando esta no se produce, como es el caso, no se puede hablar de libertad, sino de intentos de mantener o reforzar privilegios de los más pudientes. O de la también denominada libertad de las familias para elegir las enseñanzas de sus hijos, negando por motivos ideológicos o de fe incluso aquellas que se vinculan con valores constitucionales emanados de los grandes tratados internacionales fundamentos de nuestra civilización.

Por tanto, no desviemos más la atención con sesudos análisis de lo ya sabido o con ocurrencias de políticos para salir del paso. Todo ello sirve de pantalla y nos impide ver los graves riesgos que acechan al sistema público de enseñanza. Necesitamos una política educativa que apueste sin dobles lenguajes por la educación pública, la mejor salvaguarda que conocemos de la igualdad, la democracia y el desarrollo del país. Al igual que con el clima, estamos en una auténtica emergencia educativa y mientras no logremos que sea así reconocido por la opinión pública y los medios de comunicación, cada tres años nos volverán a contar perogrulladas.

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