Tribuna

Francisco Mesonero

DG Fundación Adecco

Pobreza y paro, sinónimos de nuestra era

El descenso del paro o el aumento de la contratación deben ir acompañados de un desarrollo equitativo, sostenible y justo, que sea extensible a la totalidad de los ciudadanos

Pobreza y paro, sinónimos de nuestra era Pobreza y paro, sinónimos de nuestra era

Pobreza y paro, sinónimos de nuestra era

El 20 de febrero se celebra el Día Internacional de la Justicia Social, un concepto que nos brinda un marco excepcional para reflexionar sobre las personas que encuentran más dificultades en el llamado "cuarto mundo", viéndose abocadas a la pobreza y a la exclusión dentro de los países desarrollados. Esta situación, fruto de una distribución desigual de la riqueza, propicia un gap entre la población más rica y la más pobre, abriendo una brecha que puede llegar a convertirse en abismo.

Las causas que subyacen tras la pobreza pueden ser muchas, pero un denominador común parece concurrir en todas ellas: el desempleo. El paro estructural aboca a la pobreza con todas sus consecuencias: además de la carencia material severa que llega a suponer, propicia la marginación, la exclusión social o el deterioro de la salud emocional. El aliciente laboral ya no es sólo económico, sino también el mayor recurso para encontrar la realización personal y la dignidad en las sociedades contemporáneas.

Y si bien las últimas cifras de desempleo parecen alentadoras, seguimos midiendo la riqueza en términos macroeconómicos, sin asegurarnos de que los efectos de la recuperación llegan realmente a las personas. El descenso del paro o el aumento de la contratación deben ir acompañados de un desarrollo equitativo, sostenible y justo, que sea extensible a la totalidad de los ciudadanos. Pues de lo contrario, estaremos corrigiendo el déficit económico pero contrayendo una deuda social cada vez mayor.

En efecto, algunos segmentos de la población parecen estar sistemáticamente expuestos al paro y a la pobreza, independientemente de la coyuntura. Me refiero a aquellos que cuentan con una menor formación que, unida a circunstancias como la discapacidad, una edad superior a los 55 años o responsabilidades familiares no compartidas, se convierten en el blanco perfecto de la pobreza y exclusión. Ahora en marzo, mes de la mujer, mención especial para ellas, que acostumbran a convertirse en víctimas dobles de la exclusión, pues si bien los avances en la era reciente son innegables, algunos elementos permanecen inmutables, independientemente de la coyuntura: tasas de desempleo más elevadas, inferiores salarios o mayor concentración en la economía sumergida. Factores que exponen a la mujer a un mayor riesgo de pobreza y exclusión social.

No parece casualidad, precisamente, el hecho de que las mujeres, los mayores de 55 años o las personas con discapacidad encuentren dificultades añadidas para la consecución de un puesto de trabajo, debido a tics sociales y culturales que conducen a la discriminación. Y ésta, en última instancia, a la pobreza.

Así pues, paro y pobreza terminan por convertirse en sinónimos. En España, donde un 26,6% de la población se encuentra en riesgo de pobreza y exclusión (1,3 puntos menos que el año pasado), la tasa de desempleo también ha bajado, afectando a un 14,4% de la población activa. En Andalucía, sin embargo, el índice de pobreza es muy superior al nacional, llegando al 37,3%, una cifra que, si bien ha descendido con respecto a 2017 (41,7%), supera en casi 6 puntos porcentuales a la de hace una década (31,6%), momento en el que la tasa de paro en Andalucía (14%) también era inferior a la actual (21%). Pobreza y paro van, pues, de la mano.

En este escenario, resulta obligado reformular las políticas activas de empleo, en aras de garantizar que el trabajo llega a todos los sectores de la población, acercando a los ciudadanos con más dificultades las competencias y recursos necesarios para que puedan encontrar un empleo que dignifique su vida.

En la misma línea, se torna fundamental erradicar la ristra de prejuicios y estereotipos que alejan del empleo siempre a los mismos, y que refuerzan una espiral de desigualdad de difícil salida.

Desperdiciar el talento con discapacidad o mayor de 55 años, ya no es sólo un síntoma de inmadurez e injusticia social, sino un indicio de falta de competitividad y visión a largo plazo, en una sociedad que reclama la participación de todos los ciudadanos.

Recordemos que Andalucía ha alcanzado su récord de envejecimiento, con un índice del 98% (98 mayores de 64 años por cada 100 menores de 16), una cifra que crece cada año y que sitúa a Andalucía a las puertas de ser una región envejecida. La ausencia de relevo generacional, provocada por dicho envejecimiento, sólo puede subsanarse si todas las personas encontramos oportunidades reales de empleo. La Diversidad se impone y negarla es nadar a contracorriente.

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