La tribuna

El acebuche de María de las Mercedes

El acebuche de María de las Mercedes
Tomás García
- Doctor En Biología

María de las Mercedes era hija de los duques de Montpensier, María Luisa Fernanda de Borbón y Antonio María de Orleans y Borbón, quienes se afincaron en 1848 en el palacio sevillano de San Telmo. La donación testamentaria de gran parte de los jardines palaciegos a la ciudad por la duquesa de Montpensier engendraría el fantástico Parque de María Luisa, constituyendo la Isleta de los Pájaros y el fascinante pabellón neomudéjar de Alfonso XII anexo un enclave heredado del palacio. Siendo muy jóvenes, Alfonso y María de las Mercedes consolidan su atracción mutua en diversos encuentros, muchos de ellos en los Jardines de San Telmo. Cuenta la tradición que la noble pareja se declara amor eterno en el romántico pabellón, el cual se consuma en 1878 con la boda real. El matrimonio durará sólo cinco meses, pues María de las Mercedes fallece de tifus con dieciocho años, dejando herido el corazón del rey y el de toda España.

La Isleta de los Pájaros está cubierta por un abigarrado conjunto de plantas donde sobresalen almeces, un venerable algarrobo tumbado, grevilleas, hermosas cicas, una vetusta higuera común, un ave del paraíso gigante... Destacan varios acebuches, cuya plantación se remonta al siglo XIX en los Jardines del Palacio de San Telmo y fueron testigos del encendido amor entre Alfonso y María de las Mercedes. Los acebuches (Olea europaea var. sylvestris) son los antecesores de los olivos, procedentes de su cultivo y selección desde hace unos 7.000 años en la cuenca mediterránea oriental y traídos a la Península Ibérica en el último milenio a. C. por los fenicios. Presentan hojas reducidas de un verde intenso y unos pequeños frutos (acebuchinas) con menos pulpa que la aceituna, lo cual les lleva a poseer una aplicación ornamental en la actualidad.

Uno de los longevos acebuches de los Montpensier muestra una forma muy característica, al mantener en horizontal una gran rama bajo la cual pasan los visitantes camino del recoleto pabellón con cuidado de no recibir un golpe fortuito en la cabeza. La atrevida ramificación está asegurada con un puntal en su extremo, solución arbórea no muy frecuente en la ciudad hispalense y que sirve para impedir la poda traumática o la tala de algún árbol histórico con peligro de caída. Aún resuenan los abrazos y los besos de la pareja cuando accedemos al coqueto templete, pasando antes por debajo del singular acebuche que hace las veces de puerta de entrada. Sentados en él, oímos los trinos de los pajarillos, el aleteo de las aves acuáticas y el trepidar de las hojas mecidas por el viento de hermosos árboles que han llegado hasta nuestros días para recordarnos el fulgurante amor de dos primos hermanos que fundieron sus almas en Sevilla y encontraron la desventura fuera de ella. “En hombro por los madriles,/ cuatro duques la llevaron /.../ Te vas camino del cielo/ sin un hijo que te herede./ España viste de duelo/ y el rey no tiene consuelo/ ¡ay, María de las Mercedes!” (Rafael de León).

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