La tribuna
Casarse de negro
Son dos términos de uso cada vez más frecuente, que han aparecido en los últimos años con nuevo significado, de cuyos contenidos deberá hacerse eco, si es que aún no lo ha hecho, la Real Academia Española. Eso sí, su uso va más allá de nuestro idioma, al adquirir dimensión universal.
Desde hace ya bastante tiempo se viene constatando que los vocablos izquierda y derecha, tan frecuentes, aún hoy, en el argot político, no han dejado de tener un significado cuanto menos confuso e inexacto. A pesar de todo, siguen ocupando todavía, tan arraigados están en nuestra cultura, un lugar preeminente en las conversaciones y escritos de políticos, analistas y ciudadanía en general. El concepto derecha, sin embargo, a diferencia del de izquierda, hace ya muchas décadas que sus oponentes ideológicos consiguieron asociarlo con éxito a todo un amplio espectro de connotaciones negativas (dictadura, inmovilismo, insensibilidad social, vinculación a un capitalismo deshumanizado y a los terratenientes, etc.). De tal manera han logrado introducirlo en la mentalidad colectiva, que son muchos quienes rechazan con vigor la aplicación del apelativo derecha a sus personas o grupos, aunque desde un correcto uso del concepto clásico, les corresponda llevarlo. Por el contrario, la expresión izquierda sigue por lo general gozando de muy buena salud como compendio de todo tipo de virtudes, aunque la realidad demuestre muchas veces lo contrario. Si se quiere atacar a quien se lo aplique será necesario añadirle la coletilla de extrema, pues solo así puede poner algo nerviosos a sus virtuales seguidores.
Volviendo a lo de globalistas y patriotas (diferente de nacionalistas), ambos conceptos han adquirido un contenido nuevo, y han sacado de alguna manera el debate del estrecho marco de izquierda-derecha en que nos venimos tradicionalmente moviéndonos. No se trata con ello solo de huir de ideas peyorativas, sino de definir una realidad nueva y compleja, a la que las tipologías tradicionales no son capaces ya de responder.
Los globalistas cuentan en sus filas con personas e instituciones de los dos grupos clásicos: coinciden en su seno socialistas, comunistas, centristas y miembros de la derecha a secas, aparte de instituciones que, sin tener inicialmente una adscripción política, son defensoras de propuestas de carácter universalista, es decir, destinadas al conjunto de la Humanidad para su bien. Recuerdan, siquiera lejanamente, la vieja idea cristiana de la unidad del género humano, de los hijos de un único Dios Creador y, por lo tanto, hermanos entre sí por encima de las diferencias sexuales, raciales o étnicas (fraternidad universal). De ahí que, en sus filas, militen con firmeza no pocos cristianos sinceros, a quienes suena muy bien esta idea central del globalismo. También, cómo no, a muchos ecologistas, por eso de que en esta última se incluye también la de la interrelación y dependencia de todos los elementos de la Naturaleza (animales, plantas, ríos, mares,… al igual que el propio ser humano).
La Masonería, hoy tan influyente, tomó casi desde sus inicios dicha afirmación cristiana, secularizándola, mientras que, paradójicamente, consideraba a su religión y a la Iglesia como enemigos a batir para llegar a esa sociedad universal, donde no habría constricciones. Es precisamente esta visión la que muchos cristianos y no creyentes adeptos al globalismo tal vez desconocen o no valoran suficientemente. La Agenda 2030, que afecta a todos los ámbitos donde se desarrolla la vida humana, es, sin duda, hasta el presente, el fruto más identificativo del globalismo.
Frente a dicha posición van surgiendo con fuerza, agrupados en diferentes partidos y grupos, los llamados patriotas. Aquí sus partidarios proceden mayoritariamente de la derecha y definen el globalismo como una estrategia política, social y cultural, que va más de la preocupación por la igualdad social, la defensa de la Naturaleza herida, la lucha contra la pobreza y los derechos de las minorías, destinada a lograr un mundo uniformado y controlado en todas sus expresiones por una minoría enriquecida con el apoyo de los gobiernos nacionales de izquierdas y derechas: una especie de Gran Hermano actualizado y universalizado. La reivindicación de los patriotas se dirige, pues, a preservar la autonomía de sus países de dichos macropoderes para mejor adaptar sus políticas, opuestas con frecuencia a los verdaderos intereses de su nación. Preservar finalmente su identidad, raíces y tradiciones, de cara al proceso uniformizador y multicultural de la citada Agenda.
En definitiva, la batalla parece estar situada hoy en otro plano y otra dimensión, diferentes de aquellos que, durante más de dos siglos, han dominado el panorama político y socio-cultural, al menos de Occidente. Y será preciso acostumbrarnos a los nuevos conceptos que les acompañan. También en esto se adelantó Orwell.
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