La tribuna

Un judío le salvó la vida

Un judío le salvó la vida
Rosell

Mi amigo Pepe defiende la causa palestina, convencido de su justicia y la necesidad de que las naciones, sobre todo occidentales, colaboren a su arreglo. Pepe estuvo en el seminario, fue cristiano y aún más o menos lo es, sin saberlo. Pero está claro que si al abrirse nuestros telediarios apareciesen reiteradamente los cristianos asesinados y quemados por ejemplo en Nigeria, con todo tipo de veraces detalles horribles, y una nerviosa locutora retransmitiese en directo desde el lugar, incluyendo entrevistas a testigos o familiares de las víctimas, mi amigo Pepe estaría convencido de la injusticia de los hechos y se manifestaría de continuo en la calle en favor de tanta vida insidiosamente arrebatada.

Pero los noticiarios que ve Pepe abren siempre en otra geografía de lugares arrasados, éxodos casi bíblicos y criaturas llorosas mal alimentadas en brazos de hombres y mujeres mucho más saludables. Y eso, claro, toca el corazón. Pepe ignora la génesis del problema israelopalestino, no podría localizar Gaza en un mapa, supo algo de los mil trescientos israelíes bestialmente torturados y asesinados el 7 de octubre de 2023, pero tiene reiterada información de las represalias que el ejército judío ha llevado a cabo y lleva sobre la zona de donde salió una repentina barbarie contra civiles desarmados.

Pepe come jamón y bebe vino como cualquier ibérico, y el otro día, mientras tapeábamos en un bar, ya algo cargaditos, reconozcámoslo, en la prisa de hablar con la boca llena y deglutir veloz para despejar las palabras, Pepe se atragantó. Al principio apenas lo notamos, pero sus aspavientos y enrojecimiento facial, a la vez que una mirada errática, nos hicieron ver que algo ocurría. Pepe había inspirado a la vez que tragaba, y el bolo alimenticio eligió la tráquea en lugar del esófago. No es normal, pero sabemos que ocurre. Unos voluntariosos golpes en la espalda no solucionaron nada. Pepe cada vez más rojo y ya balanceándose de un lado a otro. Entonces, sin decir palabra, uno de los presentes le llegó por detrás y le abrazó brutalmente justo por bajo del estómago, dando varios apretones súbitos con los puños cerrados contra el cuerpo de nuestro amigo. Todo fue tan rápido que no hubo ni tiempo a que otro, horrorizado, intentara detener lo que veía como cruel agresión a alguien con problemas. Al tercer o cuarto empellón, el bocado de Pepe salió brusco de la boca, él tosió varias veces con respiración entrecortada y se volvió agradecido al samaritano que sencillamente le había salvado la vida y a los demás nos había evitado el incómodo espectáculo de una muerte en directo.

La artimaña que había salvado los días de Pepe, y como él a más de uno en el mundo en los últimos años, se llama Maniobra de Heimlich, un médico norteamericano que la descubrió y recomendó a partir de 1974. Henry Heimlich se llamaba en realidad Henry Judá Heimlich. Había nacido en Wilmington en 1920 y murió en Cincinatti en 2016. Su padre era judío húngaro y su madre judía rusa, huida sin duda de los frecuentes pogromos de entonces en las tierras del zar. Heimlich se casó en Estados Unidos con Jane Murray, hija de un conocido bailarín y gestor de espectáculos norteamericano, cuyo nombre real era Moisés Teichmann, originario de Austria-Hungía, y que también había emigrado a Norteamérica a finales del siglo XIX. Toda una familia, en fin, de antecedentes bien definidos.

Es seguro que mi amigo Pepe seguirá utilizando la que podemos llamar su nueva vida para seguir manifestándose por la muy visible y desgarrada causa palestina, ignorante de las tragedias de los cristianos en Nigeria, en Armenia, en Siria, en Irak, en África, en China y en el resto del continente asiático. En proporción directa con las noticias, Pepe seguirá concluyendo que el Estado de Israel es un monstruo genocida, pero seguramente nunca caerá en la cuenta de que los trabajos de un judío simplemente le salvaron la vida.

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