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Hace treinta años, George Bush padre y Boris Yeltsin anunciaron el final de la Guerra Fría, y con ello el final de un mundo bipolar en el que competían dos potencias enfrentadas en múltiples escenarios bajo las banderas del capitalismo y el socialismo. La pérdida de relevancia de Rusia permitió que Estados Unidos jugase un papel hegemónico en el mundo, si bien el escenario internacional se iba haciendo más multipolar en la medida en que otros países iban adquiriendo mayor peso económico.
Este fue singularmente el caso de China, país que inició a finales de los setenta un proceso de reformas que hizo posible un pujante desarrollo industrial y exportador con una capacidad tecnológica crecientemente sofisticada. No obstante, aunque su presencia internacional fue creciendo y su desarrollo la ha llevado a ser la segunda economía del mundo, sus pretensiones internacionales se limitaban a defender su autonomía política y económica y a aumentar discretamente su inversión en el exterior. Sin embargo, con la presidencia de Xi Jinping, China ha ido ampliando su interés por ganar relevancia en el escenario político internacional, lo cual se ha reforzado en la histórica reunión del Comité Central del Partido Comunista del pasado noviembre en la que se acrecentó el poder de Xi Jinping, al ser situada su persona a la altura de Mao Zedong y al categorizar su pensamiento como guía nacional.
Rusia ha ido perdiendo peso económico, pero sus recursos energéticos y de algunos minerales, el desproporcionado peso de su aparato militar y la concentración del poder han permitido a Vladímir Putin crear un "capitalismo de amiguetes", reducir la oposición política interna con el apoyo judicial, reprimir los medios de comunicación, encarcelar o eliminar a opositores políticos, e influir en el mundo, bien militarmente o bien contaminando la política interna de algunos países.
El peso económico del mundo se ha ido desplazando en las últimas décadas hacia Asia, donde, además de China, varios países han crecido intensamente gracias a su desarrollo tecnológico, costes reducidos y limitación de las libertades políticas y derechos individuales. Aunque las democracias occidentales han continuado desarrollándose, lo han hecho con menor intensidad y con algunas crisis profundas, lo que ha provocado un aumento del malestar social y el surgimiento de movimientos y partidos populistas, mayoritariamente nacionalistas e iliberales.
En este contexto internacional se ha producido la tensión en Ucrania y el encuentro de Vladímir Putin y Xi Jinping en la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno el pasado día 4. Un encuentro entre dos potencias con serias discrepancias y conflictos en el pasado, pero que han acercado posiciones en los últimos años. Han reforzado este acercamiento con acuerdos en diversos sectores y compartiendo el rechazo a la expansión de la OTAN y a la reciente alianza de seguridad en el Indopacífico formada por Estados Unidos, Reino Unido y Australia. Con una unidad propia de aliados, ambos dirigentes han manifestado también su rechazo a la pretendida imposición occidental de su modelo de democracia, y la defensa, especialmente China, de la superioridad de su modelo económico y social.
Este encuentro puede haber sido un hito relevante en la construcción de una alianza chino-rusa frente a la OTAN y otras alianzas militares y económicas en las que participan países occidentales, y podría propiciar un nuevo mundo bipolar. Aunque con diferencias, Rusia y China comparten sistemas políticos autocráticos y economías con fuerte intervencionismo estatal sin reglas sólidas que lo limiten, mientras que los países democráticos mantienen sistemas de gobernación y economías de mercado presididos por el estado de derecho. La división del mundo en autocracias y democracias es un trazo grueso, pero hacia ella apuntan las tendencias, y bueno es percibirlo cuando surgen discursos populistas que simpatizan con el nacionalismo autoritario y que en algunos casos se muestran más cercanos a los estilos de gobierno de Putin o Jinping que a los de una democracia liberal.
Frente a las restricciones y riesgos de un mundo bipolar, limitador de los beneficios de la cooperación y de la competencia abierta y favorecedor del riesgo bélico, un mundo multipolar, respetuoso con las normas básicas compartidas, comercio libre y cooperación, es la opción más civilizada y admite las singularidades locales. Pero ante las tendencias a la bipolaridad hemos de ser conscientes de los riesgos de la autocracia y estar dispuestos a defender la democracia liberal, si bien sería conveniente revisar sus sistemas de representación y gobernación para que sean más representativos, más acordes con la racionalidad científica y más eficaces.
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