La tribuna

Orden y desorden internacional

Orden y desorden internacional

En un planeta con más de 200 países, con economías, culturas e instituciones diferentes y en continua transformación, hablar de orden internacional es una gran simplificación, pero hemos convenido entender tal denominación como el conjunto de normas, instituciones y valores que rigen las relaciones entre los Estados en el mundo.

Tras la Segunda Guerra Mundial ese orden vino marcado por la Guerra Fría entre las dos grandes potencias: Estados Unidos lideraba los países occidentales de economía de mercado, la Unión Soviética a sus países satélites, y el resto del mundo con desigual influencia de los dos bloques. En ese marco se crearon instituciones internacionales que favorecieron el comercio y el periodo de mayor crecimiento económico de la historia.

Con los años el socialismo soviético se fue disolviendo en su incompetencia, mientras que Estados Unidos acentuaba su protagonismo y Europa intentaba tener una solo voz en el escenario internacional. La Unión Soviética cayó, pero pervivió el alma rusa de gran potencia, con un autoritarismo revestido de distintos ropajes políticos.

La globalización propició un desarrollo desigual, especialmente intenso en China, que se volcó en la exportación, con la inversión de empresas transnacionales que obtuvieron notables rentabilidades, pero que fue propiciando el malestar de la globalización por el cierre de plantas productivas en Estados Unidos y Europa. Ese malestar, sumado a la intensificación de la inmigración y la insatisfacción de una juventud con escaso papel social, ha sido el germen de una polarización social radicalizada con la ayuda de las redes sociales. Así, han ido cobrando fuerza las opciones autoritarias, con creciente influencia en la política europea, y en Estados Unidos con Donald Trump, que ha irrumpido en su segundo mandato como un matón populista. En el ámbito interno desprecia la legalidad y la división de poderes, y en el internacional las reglas e instituciones multilaterales, e impone elevados aranceles, reglas y compromisos de inversión.

El sinsentido de su política económica está creando incertidumbre en todo el mundo, y las amenazas e imposiciones el malestar de la mayor parte de los países y gobiernos, por lo que se están produciendo crecientes rechazos internos y externos. Entre ellos, el de mayor entidad se ha producido en la reunión de la Organización de Cooperación de Shanghái convocada por Xi Jinping, con más de veinte líderes de países que representan casi a la mitad de la población mundial. Xi Jinping ha limado diferencias con líderes como Modi, ha acogido con afecto de viejo amigo a Putin y ha rentabilizado el desconcierto provocado por Trump, caracterizando a China como una potencia respetuosa de los principios fundacionales de Naciones Unidas y proponiendo un mundo multipolar ordenado.

Días después, en el desfile militar en la plaza de Tiananmén, en el que se hizo acompañar por Putin y Kim Jong-un, Xi Jinping anunció el final del dominio histórico de Occidente y, ante el despliegue de su extraordinaria potencia militar, enfatizó que “hoy la humanidad vuelve a enfrentarse a la disyuntiva entre la paz o la guerra, el diálogo o la confrontación”.

Trump respondió acusando a Xi Jinping de conspirar contra Estados Unidos, algunos funcionarios de su administración minimizaron la importancia del reto, pero Trump debería revisar sus cartas, pues no está claro que los tradicionales aliados estén tan dispuestos a seguirles en su proyecto de Make America Great Again.

Nos encontramos en medio de un desorden internacional, en el que nos ofrecen dos modelos de órdenes: el de Trump, autoritario, basado en relaciones bilaterales y sin respeto a reglas ni instituciones internacionales, y el de China, de multilateralismo e instituciones internacionales, pero hostil a la primacía del derecho internacional, a la protección de los derechos humanos y al pluralismo… ¿Y Europa?

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