La tribuna

Julián Aguilar García

El principio de Hanlon

El principio de Hanlon
El principio de Hanlon

07 de marzo 2023 - 01:47

Hace unos meses un cliente me recordó el principio de Hanlon, según el cual no hay nunca que atribuir a la maldad lo que puede perfectamente explicarse por la estupidez. Quizás "nunca" sea un término en exceso amplio, pero como punto de partida ese brocardo resulta sugerente.

El de la estulticia es un tema relevante en la historia del pensamiento y en la literatura, a veces trufado de alguna patología psiquiátrica (piensen en Emma Bovary, si no lo creen, aunque confieso que le tengo manía a esta señora desde que la conocí). Hasta el punto de que tanto el Antiguo Testamento (creo que el Eclesiastés, pero no se fíen) como el Quijote hablan de ella, para afirmar sin ambages que el número de los necios es infinito. Y ante esas dos autoridades quién puede poner en duda tal aserto.

Carlo M. Cipolla (pese al tono aparentemente humorístico de este articulillo, este historiador se llama así, de verdad) escribió un clásico del género, Las leyes fundamentales de la estupidez humana, publicada en España por Crítica en su tomito Allegro ma non troppo. Según este profesor, la primera de tales leyes fundamentales de la estupidez se predica como sigue, de manera coherente con lo dicho por la Biblia y por Alonso Quijano: "Siempre e inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo". No me atrevería yo a argumentar en contra de esa frase.

La segunda de las leyes fundamentales de la estupidez sostiene que "la probabilidad de que una persona determinada sea estúpida es independiente de cualquier otra característica de la misma persona". Lo que resulta inteligente no olvidar, especialmente en una mesa de negociaciones, porque hay una imprudente tendencia consistente en creer que los nuestros son listos y los de enfrente tontos.

La tercera de esas leyes, o ley de oro según Cipolla, estipula que "una persona estúpida es una persona que causa un daño a otra persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio" (si obtuviera un provecho, sería malvada).

Llegados a este punto y estando cercanos al fin del espacio que generosamente me conceden en estas páginas, se preguntarán ustedes que por qué traigo a colación la sandez, la necedad, la bobada, la idiotez, la sansirolada. O tal vez no, que quién soy yo para presumir lo que ustedes puedan preguntarse.

En todo caso, permitan que me explique: estas ideas me han venido a la cabeza pensando en los señores miembros del Congreso de los Diputados, empezando por Ábalos (no lo escojo como ejemplo de tontería, sino por imposición del orden alfabético, qué cosas piensan ustedes) que en poco tiempo han aprobado leyes que limitan las penas de violadores, consideran grave ser descortés con un bicho, derecho a matar a un no nacido y deseable que un adolescente inseguro oponga sus titubeos sexuales a la naturaleza.

Ya saben: stultorum infinitus est numerus. Pero no descarten el juego de la maldad.

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