Tribuna

césar romero

Escritor

Los quicios

Porque alguien pueda incurrir en un hecho execrable ¿debe condenarse preventivamente a toda una sociedad?

Los quicios Los quicios

Los quicios / rosell

Las reuniones de antiguos alumnos del colegio o instituto son siempre gratas. Aparte de comprobar que el tiempo no nos trató del todo mal y vernos menos mayores que a nuestros padres cuando tenían nuestra actual edad (aunque muy probablemente a ellos les pasara igual y también se vieran "jóvenes", y siempre nos creamos como estancados en una edad cercana a la primera madurez, aun cuando ya haga tiempo que quedó atrás), basta un rato para sentirse durante las horas del evento como en los irresponsables y alegres años del periodo escolar. Hasta las anécdotas de los hijos adolescentes se cuentan como si les hubieran pasado a un amigo, con risas descuidadas y apostillas en grupo, no con el ceño fruncido o el tono serio con que se reciben cuando es el hijo quien las cuenta o provoca.

No todo es alegre rememoración, también hay un momento para recordar a quienes ya no están. Y para el recuerdo de las barrabasadas cometidas. Un antiguo compañero comentó que hacía poco se había encontrado con otro de cuyo mote no quiero acordarme y que, pese a las perrerías que le había hecho durante aquellos años, lo saludó con contento, sin rencor, sin sacar a colación su largo memorial de agravios. Todos lo recordamos y comprendimos que se lo habíamos hecho pasar mal y nos alegramos de no haber dejado esa herida abierta en su vida. La reunión siguió, por otros derroteros. No sé si alguno lo pensó entonces, o más tarde, pero me dio por elucubrar qué hubiera sido de ese chaval ahora, cuando ante situaciones similares se disparan todas las alarmas y se exasperan las cosas quizá demasiado. No está uno diciendo que ante casos palmarios de acoso escolar, que alguno ha acabado trágicamente, no se deba actuar ni tomar medidas, sino si hemos exagerado tanto las cosas que, quizá por evitar los contados casos de males mayores que se dan, elevemos a mayores males que no lo son y, por esta exageración, terminen por serlo.

Hay una expresión ahora en desuso, algo arrumbada, aunque quizá se dé como nunca en el mundo occidental: sacar las cosas de quicio. Nuestra sociedad parece reaccionar ante casos muy concretos, sucesos excepcionalmente graves, sacando las cosas de quicio. Claro que hay que dar importancia a lo que la tiene, y si alguien comete un acto horrible debe pagar por ello, pero porque alguien pueda incurrir en un hecho execrable ¿debe condenarse preventivamente a toda una sociedad? Es lógico, humano, comprensible, que los padres de una niña violada y asesinada pidan que quien cometió ese crimen pene el resto de sus días. Pero ¿es lógico que la sociedad piense igual? ¿Es más horripilante ese crimen que el de quien, por ir borracho, atropella a alguien y acaba con su vida? ¿Por qué en un caso el criminal sí debe penar toda la vida y en otro no? ¿Qué diferencia a las víctimas? ¿El nivel de morbo con que son tratadas? ¿La saturación de la información? Miles de años de pensamiento jurídico y diversas jurisprudencias parecen abocarnos finalmente al primitivo ojo por ojo.

Hoy, los padres del antiguo compañero al que hicimos perrerías pondrían los hechos en conocimiento de la dirección del colegio, quizá lo cambiaran de centro, tal vez alguien llamara a la prensa. Las mismas vivencias serían exacerbadas y muy probablemente al sufrimiento que sin duda le hicimos pasar se añadirían otros, tal vez no menores. Todo quedaría arrasado a su alrededor, también la actuación de quienes lo trataron bien y fueron sus amigos. El aula de un colegio es como la vida: hay santos, y tontos, y trepas, y auténticos hijos de puta, y conviene aprenderlo desde pronto. Si sacamos las cosas de su sitio no estamos mejorando el mundo, simplemente aplazamos el conocimiento de su cruda realidad. Aquel chaval aprendió pronto cómo puede ser la vida, y quizá por ello, porque nadie exageró las consecuencias de su situación ni pretendió hacerlo vivir en un mundo sin quicios, ha sabido sortear los más dañinos con los que se habrá topado después y no guarda rencor por los agravios infantiles. Quienes fueron golpeados duramente por la vida, y quizá esté justificado que vivan desquiciados, no pueden pretender que toda la sociedad viva así, que la excepción de sus males sea la vara de medir. Y la sociedad no puede sentir como si fueron propios los dolores ajenos, porque hay cosas inasumibles, inimaginables, salvo que se sea un hipócrita. Que, me temo, es lo que sucede con mucha gente hoy, que por no ser tildada de tibia prefiere unirse a la masa exasperada y vivir en una exageración permanente.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios