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Tribuna

Francisco núñez roldán

Escritor

Los racistas Góngora, Quevedo y Cervantes

Los racistas Góngora, Quevedo y Cervantes Los racistas Góngora, Quevedo y Cervantes

Los racistas Góngora, Quevedo y Cervantes / rosell

Góngora era uno de mis autores preferidos. Sus letrillas, sonetos, composiciones varias y sobre todo la releída fábula de Polifemo y Galatea habían llenado muchas de mis horas. Admito deber toneladas de felicidad a la pluma del muy culto, golfete y displicente clérigo cordobés.

Pero eso se ha acabado. El otro día, repasando sus obras completas leo de nuevo unas cancioncillas dedicadas al nacimiento de Jesucristo, en bocas de negros unas, de negras otras, e incluso de moriscos una de ellas. La chanza hacia las minorías étnicorreligiosas no puede ser mayor. Imita incluso los sonidos de la lengua española en quienes de origen han ahormado otra fonética en sus bocas. Por supuesto que los moriscos dicen chiquitiello, como cualquier norteafricano pronuncia hoy al emitir el diminutivo en cuestión, y las morenas -él dice negras, claro- cantan: ¡Oh, qué vimo, Magdalena! ¡Oh, qué vimo! ¿Dónde primo? No potalo de Belena... para expresar su alegría. Obviemos la buena intención de don Luis, que seguro incluso oyó por la calle expresiones así. Resulta aún más indecente que unos versos más abajo añada ritmos negroides escribiendo: Elamú, calambú, cambú, elamú… Tienen indudable ritmo africano si se leen en voz alta, pruébenlo, y de nuevo a uno le habría gustado haber oído aquellos sones que con toda seguridad se escucharon entonces en nuestra tierra. Sin ir más lejos, en Sevilla, donde hay una cofradía aún llamada de los Negritos, en honor a los tales que se inscribieron en ella. Habría que ver qué cantaban y cómo, antes de diluirse étnica y musicalmente entre el resto de sus conciudadanos, y oscurecernos una mijita, de paso. Ahora habría que llamarles afroeuropeos, aunque a lo mejor los arrubiascados beréberes, de ojos claros muchos de ellos, se incomodarían al ser comparados con sus paisanos de más abajo del arenal. El caso de Góngora es singular, por lo paternalista y lleno de humor que sus versos tienen. Pero en los tiempos que corren hay que considerarlos sin duda como una burla soez, un insulto a otras etnias y lenguajes. Está claro que habría que haber hecho como franceses e ingleses, quienes, con la excepción del Otelo de Shakespeare, creo que tienen pocas letras dedicadas afectuosamente a los nacidos en el continente vecino. Con Góngora, pues, habría que hacer como hace poco en Canadá respecto a Astérix y Obélix en sus aventuras en aquella zona. Destruirlas, sencillamente. Pero, claro, Canadá es un crisol cultural, a la manera de los Estados Unidos, y puede y quizá debe hoy eliminar lo que le llega hablando con humor de los indios de allí, perdón, aborígenes. Nuestro caso es más complejo. Trajimos esclavizados a los negros y no pudimos asimilar a los moriscos, aunque sólo fuera porque los musulmanes nunca se integran en la sociedad occidental. Se incrustan. Y luego pasa lo que pasa. Pero hay que respetarlos cuando hacen cualquier fechoría a los infieles. De ahí que la guasita gongorina sea intolerable en los tiempos que corren.

Quevedo es más claro. El grandísimo y siempre cabreado paisano mío tiene un romance dedicado a una boda de negros que hoy no pasaría la censura de ningún periódico desde la primera cuarteta. Búsquenlo en la red o en su biblioteca, y no digo más, por no manchar el teclado.

Y está el caso de Cervantes. No sé a qué espera la harka progresista para echar su estatua al río, porque como recordará el lector, entre sus magníficas novelas ejemplares hay una llamada La Gitanilla, donde la gente del bronce no sale muy mal parada, por más que comience así de abominablemente: "Parece que los gitanos y gitanas solamente nacieron en el mundo para ser ladrones: nacen de padres ladrones, críanse entre ladrones, y finalmente, salen con ser ladrones corrientes y molientes a todo ruedo, y la gana de hurtar y el hurtar son en ellos como accidentes inseparables que no se quitan sino con la muerte". Y esto es sólo el principio. Repásense la novelita y ya me dicen. El caso es que Cervantes, dado su temporal y sufrido oficio de aposentador real, tuvo tiempo y lugar de conocerse a fondo los caminos y ventas de España, cosa que luego fructificó en la geografía de El Quijote, hasta el punto de que muchos etnólogos aseguran que en tal libro hay más documentos de época que en bastantes tratados históricos al uso. Pero hay que pensar que justo ese excesivo contacto de don Miguel con la realidad circundante le sesgó el aprecio y deformó el concepto respecto al mundo gitano. Así y todo, ello no es perdón en los tiempos que corren, cuando por fin hemos descubierto que debemos aplicar al pasado, y de manera inflexible, los cánones actuales, cimentados por cierto en dicho pasado, pero que deben servirnos para abominar de esos ancestros culturales, por mucha e indiscutible belleza que emane de ellos. La corrección política, siempre lo primero. Aún a costa del arte.

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