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Juicio a Ortega Cano

Paseíllo entre vallas y policías

  • El torero llegó a los juzgados de lo penal en coche, con rostro serio y sin hacer declaraciones. Cinco minutos después apareció la familia del fallecido Carlos Parra entre un tumulto de periodistas.

Nueve y media de la mañana. Avenida de la Buhaira. En la puerta de los juzgados de lo Penal se agolpan decenas de periodistas, que tratan de encontrar un hueco bajo un saliente del edificio para protegerse de la intensa lluvia. A unos metros, fotógrafos y camarógrafos aguantan bajo el aguacero, colocados en la que cada uno cree que es la mejor posición para captar la entrada de José Ortega Cano en los juzgados. Una barrera de vallas y policías nacionales no permite demasiados movimientos. 

Un coche llega unos minutos después. De él se baja el torero, acompañado por una persona que le cubre con un paraguas. Lleva el gesto serio y la mirada al frente, no se abrocha el abrigo y se lo deja abierto, como lo llevaba cuando iba sentado en el asiento del copiloto del vehículo. Viste traje azul de mil rayas, camisa celeste y corbata roja. La bufanda azul oscuro se la deja a modo de estola mientras recorre los apenas quince metros que hay desde el coche hasta la puerta de los juzgados.

Vídeo: Ainhoa Ulla

Ortega gana pronto la zona vallada y tomada por la Policía. No hay curiosos esta vez, no hay nadie que le grite, que le insulte o que le vilipendie, como el día que fue a los juzgados del Prado a declarar, todavía en silla de ruedas tras el accidente. O nadie que le dé la mano, que lo salude y le diga un "ánimo, maestro", como el día que fue dado de alta, unos meses antes en el Hospital Virgen Macarena. Hoy no hay nadie al margen de policías y periodistas. La lluvia quizás le ha hecho un favor.

El torero tarda unos segundos en alcanzar la puerta, con el ruido de miles de disparos fotográficos como banda sonora. "¿Cómo se encuentra? ¿Está dispuesto a defender su inocencia?", intenta un reportero de televisión. Ortega Cano lo mira de reojo, hace un gesto de saludo con la mano izquierda y sigue su camino hacia el escáner de entrada en los juzgados. Apenas unos minutos antes había llegado su abogado, Enrique Trebolle, que se había parado unos segundos a atender a la prensa reafirmando su estrategia de anular la prueba de alcoholemia.

Con el diestro ya camino del banquillo de los acusados, llega la familia de la víctima, Carlos Parra.  La viuda, la hija y la madre de éste se acercan a los juzgados andando, acompañadas por sus dos abogados, los hermanos Luis y Andrés Avelino Romero Santos. Este último, a simple vista, completamente recuperado de la varicella que sufría la semana pasada y por la que pidió el aplazamiento del juicio.

Los familiares de Parra y sus abogados son literalmente avasallados por un tumulto de informadores en busca de una declaración, de una foto o de un total. Hay empujones, pisotones, codazos, mientras Luis Romero asegura que no había motivo para anular la prueba de alcoholemia. La mujer de la víctima, Manuela Gurruchaga, apenas puede hablar. Sólo la hija pronuncia una frase entre susurros: "No puede ser, no puede ser...", es lo único que dice antes de echarse a llorar. Su madre le baja el paraguas para que nadie pueda fotografiarla llorando.

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