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Las cuñadas mataron a la víctima de La Rinconada por un afán de venganza

  • La relación entre la mujer asesinada y la familia de su marido era muy tensa desde la repentina defunción de éste. Las detenidas culpaban a la esposa de la muerte de su hermano.

A las 9:34 del pasado martes 19 de abril, apenas una hora antes de morir, Ana D. V. publicó el siguiente mensaje en su cuenta de Facebook: "Un regalito pa los alxahuet@s de mi vidas .jajajaj" (sic). Este texto acompañaba a una caricatura de una mosca que enseñaba el trasero en actitud desafiante, junto a la que se podía leer otro mensaje: "Y esto va para tod@s los que les gusta: meterse en vidas ¡¡AJENAS!!". Anoche, a la hora de cierre de esta edición, el perfil de Facebook de la joven de 26 años asesinada en La Rinconada seguía accesible a cualquier persona que entrara en esta red social. 

 

Quien lo hiciera, y repasara sus mensajes previos, podría hacerse una idea aproximada de cómo habían sido los últimos meses de la vida de esta mujer, madre de tres hijos y viuda desde diciembre de 2015. Desde la repentina muerte de su marido, Ana utilizó Facebook para canalizar su dolor. Colgó decenas de fotografías y montajes de Diego, el marido muerto, y los dos hijos que la pareja tenía en común, de 10 y 3 años, salpicados de "te quieros", "mi amor" y "siempre permaneceremos unidos". Con ellos honraba, o al menos lo intentaba, la memoria del fallecido.

 

En su muro fue dejando una muestra casi diaria de sus estados de ánimo. Había días, sobre todo al principio, en los que pedía cambiarse por él, en los que creía estar viviendo una pesadilla y en los que lamentaba la injusticia de la vida. Otros sacaba fuerzas para felicitar a su hija pequeña por su cumpleaños, "el primero que pasa sin su padre", o para enviar las condolencias a la familia que perdió a su hijo de cuatro años en un castillo hinchable durante el Carnaval de San José de la Rinconada.

 

A medida que fueron pasando los meses, empezó a sentirse mejor. Con la llegada de la cuaresma y la Semana Santa, recordó a su difunto padre, que fue costalero del Cristo de las Cinco Llagas, y colgó algunas imágenes a las que profesaba devoción, como la del Señor de la Salud, el Cristo de los Gitanos, al que le pedía que la ayudara porque le "hacía mucha falta", así como que cuidara a sus hijos. Ana no era gitana, pero sí la familia de su marido. Ella se crió en el Polígono Sur y se marchó a vivir a La Rinconada, donde residía Diego, y donde tuvo acceso a una vivienda social. Allí, en la calle Gerardo Diego, se instaló el matrimonio hace unos años y, a juzgar por el perfil de Facebook, tuvo una vida feliz hasta la muerte del hombre.

 

Ana fue aprendiendo a vivir sin Diego y así lo hizo saber públicamente. El 1 de abril, dejó un mensaje en el que daba las gracias a la persona que tenía a su lado. "Gracias a esa persona, que sabe perfectamente quién es, voy tirando". En ese mismo mensaje, lanzaba una advertencia: "A la gente que me quiere ver hundida, tan sólo decirle que soy más fuerte que nunca". Aun así, nunca dejó de recordar a Diego, de quien decía sólo tres días antes de morir que "siempre estará en lo más presente de mi corazón y de mi vida".

 

La relación de la viuda con la familia de Diego no era buena. A las hermanas de éste iban dirigidos los mensajes en los que la joven criticaba a las alcahuetas que se metían en su vida privada o les mostraba su fortaleza a quienes la querían ver hundida. Cuentan los vecinos que los parientes del marido muerto son muy conflictivos y que en las últimas semanas habían tenido varios enfrentamientos con ella. Fuentes de la investigación apuntaron ayer a este periódico que los familiares del marido culpaban a la mujer de la muerte de éste y creían que la defunción no se debió al aneurisma cerebral que figura como causa oficial de la misma.

 

El martes 19 de abril, a las diez y media de la mañana, dos hermanas de Diego y el novio de una de ellas se presentaron en la casa de la calle Gerardo Diego. Ana abrió la puerta a sus cuñadas. Dentro de la casa discutieron. La bronca se elevó tanto de tono que unos vecinos avisaron a la Policía Local porque los gritos se oían en toda la calle. Hasta que el escándalo cesó. Cuando una pareja de la Policía Local llegó a la casa, sobre las once de la mañana, no halló nada anormal en ella. La puerta estaba cerrada. Los agentes llamaron y, al no responder nadie, se marcharon al entender que, o bien la gresca no era allí, o bien ya se había terminado. No sabían que dentro yacía el cuerpo sin vida de la dueña de la casa.

 

La víctima presentaba dos golpes en la cabeza, uno de los cuales resultó mortal de necesidad porque le fracturó el cráneo, y más de medio centenar de puñaladas por la espalda y el cuello, como si la hubieran querido rematar tras haberla tirado al suelo del golpe en la cabeza. Los asaltantes se marcharon. Hubo testigos que aseguraron después a la Guardia Civil haber visto a tres personas, dos hombres y una mujer, marcharse a la carrera en un coche de color blanco. El cadáver permaneció varias horas en la casa. Cuando la mujer no se presentó en el colegio a recoger a sus dos hijos, unos vecinos sospecharon de que pudiera haberle ocurrido algo. Alguien se acordó de la discusión de la mañana. Dos hombres se saltaron el muro de un patio interior de la vivienda y descubrieron el cuerpo sin vida de la joven. Luego llamaron a la Guardia Civil. Eran las tres y media de la tarde. 

 

El equipo de Policía Judicial de la Guardia Civil inició la investigación y la primera inspección ocular de la escena del crimen ya reveló una pista clave. En la casa no había puertas ni ventanas forzadas ni faltaba aparentemente nada. La víctima conocía a sus agresores, que no fueron a robarle, y les abrió. Los testimonios de los vecinos terminaron de encaminar la investigación hacia el móvil de la discusión familiar. Los investigadores manejan como principal hipótesis el afán de los presuntos asesinos de vengar la muerte de su familiar.

 

Faltaban por aparecer las armas empleadas en el homicidio, un objeto contundente sin identificar que rompió el cráneo de la víctima y un cuchillo de cocina con el que fue apuñalada más de 50 veces. Los rastreos por el campo de naranjos próximos al domicilio no dieron sus frutos. Pese a ello, en apenas unas horas, los agentes tenían perfectamente identificados a los autores del crimen, que habían huido y no regresaron ese día a sus casas, una en otra zona de La Rinconada, en la calle Puerto de los Bueyes, y otra en Alcalá del Río.

 

Los siguientes tres días, los agentes de la Guardia Civil se dedicaron a rastrear las posibles ubicaciones de los sospechosos, hasta que los localizaron en una vivienda de San José de la Rinconada. Allí fueron detenidos durante la noche del jueves al viernes. Ayer por la mañana se registraron las dos viviendas de los arrestados en busca de nuevas pruebas para incriminarles. 

 

Los tres detenidos, las dos hermanas Elena N. S. y Rosa N. S., y el marido de una de ellas, Francisco M. R., permanecían a la hora de cierre de esta edición en los calabozos de la Guardia Civil. Ayer se acogieron a su derecho a no declarar en sede policial y en las próximas horas serán puestos a disposición judicial. A los tres arrestados se les imputa un delito de asesinato, a todos ellos se les considera presuntos autores materiales del crimen.

 

Apenas unas horas después de los registros de sus casas, Ana D. V. recibía sepultura en el cementerio de San Fernando. La tutela de los dos hijos que tenía con Diego la asumió la Junta el mismo día del crimen. El hijo mayor, fruto de otra relación, sigue viviendo con su padre. En la puerta de su casa quedan un precinto de la Guardia Civil, dos ramos de flores y unas velas.

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