Fernando Bejines | Historiador

“Estamos fallando en la conservación de las haciendas del campo sevillano”

  • Es un destacado activista en la conservación del rico patrimonio rural y agrario sevillano, hoy en día en peligro debido a la desidia y la rapiña

Fernando Bejines, en su domicilio.

Fernando Bejines, en su domicilio. / Ana Contreras

Fernando Bejines (1969), que milita en lo que él llama “ecologismo patrimonial”, lleva años luchando por la conservación del rico patrimonio histórico, artístico, industrial y etnológico del mundo agrario andaluz y sevillano. Aunque es licenciado en Historia del Arte y Máster en Arquitectura y Patrimonio Histórico por la Universidad de Sevilla, su vida profesional se desarrolla en la Agencia de Servicios Sociales y Dependencia de Andalucía (ASSDA), en la que trabaja con drogodependientes. No estamos, pues, ante un aficionado, sino ante un historiador comprometido con la defensa del valor social del patrimonio. “Me interesan especialmente las arquitecturas históricas del territorio y sus dinámicas de conservación, que normalmente son arquitecturas en estado de abandono”, asegura Bejines en una entrevista que se realiza por teléfono e internet debido al estado de alarma. Además de numerosos artículos en prensa y revistas especializadas, es autor de una monografía, editada por la Diputación, sobre La Alcantarilla (Utrera), “donde sobrevive de mala manera el único puente verdaderamente romano de la provincia”. Es también docente del programa Aula de la Experiencia de la Universidad de Sevilla en la sede de Los Palacios y Villafranca, en el que imparte asignaturas sobre el patrimonio cultural del Bajo Guadalquivir.

–Una aclaración importante: ¿cuál es la diferencia entre un cortijo y una hacienda?

–Es curioso que esta desmemoria galopante sobre nuestra cultura agraria tradicional ya ha llegado incluso a nuestros pueblos. Hasta hace apenas 50 años cualquier persona sabría reconocer a simple vista si una finca o un caserío era una hacienda o un cortijo. Simplificando los modelos, por usos agrarios, el cortijo sería para el cereal y la ganadería, la hacienda para el olivar y la vid.

–¿Y arquitectónicamente?

–En el cortijo predomina la arquitectura funcional con espacios domésticos para las familias del casero y el capataz, gañanías para temporeros, cuadras, corrales y tinados para los animales, pozo con noria y también naves para el almacenamiento. Las residencias señoriales en los cortijos suelen ser una incorporación tardía. La hacienda, además de espacio de producción, es un equipamiento de transformación con molino de aceite y lagar, con la presencia determinante de considerables señoríos que servían de residencias nobles en tiempo de cosecha. La hacienda es un edificio de mucha mayor entidad y sentido arquitectónico, donde está presente la arquitectura funcional pero también elementos y valores de la arquitectura urbana como las portadas monumentales, las torres-miradores, las fachadas con arquerías de los señoríos, patios porticados, galerías, capillas y oratorios generalmente abovedados, fuentes, jardines históricos, etc; todo ello abierto y jerarquizado en torno al patio, que puede ser doble, y fuertemente cerrado hacia el exterior.

–¿Cómo distinguirlos desde la carretera?

Hay una regla muy fácil para distinguir desde la lejanía entre estos dos tipos de caseríos: si tiene torre-contrapeso de molino no es cortijo, es hacienda.

–¿Es cierto que estas explotaciones se remontan a Roma?

–En general no se puede decir que las haciendas como fincas procedan del parcelario romano, aunque sí hay casos de pervivencias toponímicas y es habitual que aparezcan restos arqueológicos que simplemente hablan de la continuidad de explotación de ese mismo territorio. Respecto a la hacienda como edificio, tradicionalmente se hacía esa vinculación directa entre las villae romanas y las haciendas modernas, pero eso es una simplificación que habría que matizar.

El aceite, hasta bien entrado el siglo XIX, más que alimento, fue la principal grasa industrial

–Adelante.

–Hay casos de haciendas muy interesantes con pervivencias de asentamientos romanos y medievales como Miraflores o Quintos, pero, por lo general, las haciendas que hoy conocemos se construyeron de nueva planta en fincas formadas por acumulación de lotes de tierras a partir del siglo XVI.

–Las haciendas eran auténticas industrias de transformación agropecuaria. Incluso pequeños poblados.

–Efectivamente, además del valor señorial, la hacienda hay que entenderla desde su componente transformador. El perfil de sus constructores no fue la nobleza agraria rentista sino la burguesía comercial sevillana, que invirtió en el olivar las ganancias del comercio americano. La justificación del emplazamiento de todas estas haciendas en el entorno inmediato de la ciudad no es una cuestión de cercanía respecto a la vivienda urbana de sus dueños, sino de accesibilidad al puerto de Sevilla para la exportación del aceite, que hasta bien entrado el siglo XIX, más que alimento, fue la principal grasa industrial.

–Para los legos en la materia, estos edificios son muy parecidos entre sí.

–Desde la lejanía, las haciendas son edificios muy horizontales y parecidos pero se individualizan fácilmente por sus característicos elementos verticales, como la portada monumental, generalmente con espadaña, la torre mirador y las torres-contrapesos. Las atarazanas de Clarevot (Alcalá de Guadaíra) o Ibarburu y Bujalmoro (Dos Hermanas) son un espectáculo.

–¿Cuál fue la época dorada de las haciendas?

–Constructivamente habría que decir que finales del siglo XVII y todo el XVIII, pero yo añadiría también, como canto del cisne, el primer tercio del siglo XX. En aquella Sevilla que preparaba la exposición del 29 muchas de estas haciendas se renovaron en profundidad ennobleciendo sus señoríos y ajardinando los exteriores para convertirse en verdaderos retiros burgueses. Precisamente, un factor sociológico que contribuyó considerablemente a la radical decadencia de estas haciendas durante la segunda mitad del pasado siglo fue la sustitución de ese concepto de ocio campestre de las élites sevillanas por las nuevas formas vacacionales asociadas a las residencias costeras, lo que desvinculó definitivamente a muchos de los propietarios del disfrute y cuidado de estos edificios. Hay otro momento de interés que se produce en el XIX, con la adaptación de la hacienda tradicional a los modelos industriales, con edificios tan relevantes y olvidados como Lugar Nuevo (Dos Hermanas).

–Esta arquitectura rural también llegó a tener influencia en la propia ciudad.

–Sevilla está llena de referencias estéticas al barroquismo rural de las haciendas, implantadas por los arquitectos del regionalismo. El cupulín de remate del edificio de Juan Talavera en la esquina Tetuán-Rioja está inspirado en la torre contrapeso de la hacienda La Almona de Dos Hermanas, y los chalets que construyó en la avenida de la Palmera son directamente reinterpretaciones de la arquitectura de las haciendas.

–Me imagino que la desamortización fue una época importante para las haciendas.

–Efectivamente, la nómina de haciendas vinculadas al patrimonio de instituciones eclesiásticas fue amplia, y la desamortización generó un considerable movimiento de nuevos propietarios. Seixa (Alcalá de Guadaíra), Los Frailes de San Alberto (Los Palacios y Villafranca) o San Miguel de Montelirio (Dos Hermanas), que fue hospicio de los jesuitas, son algunos ejemplos. La excepcional hacienda San Juan del Hornillo (Dos Hermanas) se construyó sobre tierras desamortizadas que pertenecieron a la Orden Jerónima.

–¿Hay registro de las que existen, cuántas son? ¿Han desaparecido muchas?

–Hoy en día tenemos un conocimiento bastante preciso del número de haciendas todavía existentes a través de los diversos estudios y catálogos que se han ido realizando en los últimos 40 años. Esto ha generado un repertorio importante de imágenes y planimetrías que resultan fundamentales para su conocimiento, teniendo en cuenta que muchos de estos edificios siguen resultando poco accesibles. –Imagino que habría pioneros en el estudio de estas explotaciones.

La arquitectura de Sevilla está llena de referencias estéticas al barroquismo rural de las haciendas

–Sí, como el arquitecto Gutiérrez Moreno, fascinado por su arquitectura y que reunió numeroso material para un libro monográfico que finalmente no escribió, o el profesor Sancho Corbacho que sentó las bases de su caracterización.

–¿Alguien más?

–De gran relevancia ha sido la labor de la profesora de la Escuela de Arquitectura de Sevilla María Cruz Aguilar, a quien le debemos sus pioneros estudios sistemáticos sobre el tema y la meticulosa restauración de algunas haciendas tan singulares como Molinos de Maestre (Dos Hermanas). Con ella se inició la progresiva revalorización patrimonial de las haciendas durante los años 80-90. En esa misma línea, yo concedo gran importancia a la publicación del libro Sevilla: Haciendas de olivar (1991), de la editorial italiana Franco María Ricci, que hizo descubrir la relevancia de esta arquitectura a públicos no locales. La culminación de esta trayectoria, donde habría que incluir a otros muchos investigadores, vendría con el magno proyecto de catalogación de la arquitectura agropecuaria andaluza que forma la colección Cortijos, Haciendas y Lagares. Arquitectura de las grandes explotaciones agrarias en Andalucía.

–Conocer es valorar y, por lo tanto, salvaguardar.

–Sin embargo, a pesar de todo este esfuerzo de conocimiento y divulgación, estamos fallando en la conservación de importantísimas haciendas sevillanas de máxima relevancia. No todas las haciendas son merecedoras de una protección integral aunque sí tipológica, pero lo que ocurrió con la Mejorada Baja, lo que está ocurriendo con Ibarburu, y lo que va a ocurrir con Lugar Nuevo, será motivo de reproche por las generaciones venideras, que nos dirán: ¡cómo fuisteis tan incapaces e inconscientes!.

–¿Pero me puede hablar de números?

–Según se dice en el estudio hecho por el profesor Amaya Corchuelo en 2007: “de las más de trescientas haciendas catalogadas en los alrededores de Sevilla, en los últimos treinta años han sido derribadas más de doscientas; del centenar restante, más de un tercio se hallan irremisiblemente dañadas, otro tercio han sufrido transformaciones morfológicas de todo tipo y tan solo el tercio restante se encuentran en un estado de conservación aceptable”

–Hablemos de la geografía de estas haciendas.

–Hay cuatro zonas principales de implantación de las haciendas, que forman la corona agraria tradicional de Sevilla: El Aljarafe, los Alcores entre Carmona y Alcalá, la Vega y el triángulo de la campiña entre Dos Hermanas, Los Palacios y Utrera. Luego hay otros focos más retirados como Lebrija, Morón, Sierra Morena, El Condado, Arcos… En cada una de estas localizaciones se debería garantizar la conservación de edificios que explicasen toda la evolución de esta tipología, desde los caseríos más antiguos del XVI-XVII, a los del modelo consolidado del XVIII y los preindustriales del XIX.

–¿Puede poner ejemplos concretos?

–En el Aljarafe destaca la excepcional Benazuza (Sanlúcar la Mayor), muy conocida a partir de su transformación en hotel que marcó una línea seguida después por muchas otras haciendas. También Torrequemada (Gelves), casi modelo prototípico y el caso especial de Castilleja de Talhara (Benacazón), de un sorprendente historicismo neomudéjar. En la zona sur, San Clemente de Quintos, casi rehabilitada pero empantanada, Torre de Doña María, Molinos de Maestre, uno de los ejemplos rehabilitadores a seguir, San Miguel de Montelirio, Ibarburu, en dramático estado de tragedia, Bujalmoro y Nueva Florida, todas ellas en Dos Hermanas; El Cuzco y Mejorada Baja de Los Palacios, ésta última sobreviviendo milagrosamente como portentoso esqueleto arquitectónico; La Montañesa, Mateo-Pablo, Martín Navarro, los Ángeles y La Soledad, entre Utrera y Alcalá, y todavía nos quedarían el magnífico grupo de haciendas de Carmona. Todas estas arquitecturas deberían tener la máxima protección como Bien de Interés Cultural, y sin embargo solo cuatro o cinco la tienen.

La rapiña en el campo es hoy descomunal y no respeta propiedades ni otras consideraciones

–Algunas se conservan muy bien.

–Por supuesto. Ya hemos comentado el ejemplo de Benazuza, que fue muy importante porque se convirtió en estandarte de presentación de toda esta arquitectura del olivar sevillano. Otra restauración también modélica fue la de la hacienda Molinos de Maestre. Era un edificio que, a pesar de su importante deterioro, mantenía toda su autenticidad constructiva, habiéndose recuperado incluso los enlucidos a base de esgrafiados y policromía. En esta misma línea se ha rehabilitado recientemente otra hacienda excepcional, La Soledad (Alcalá de Guadaíra) uno de los edificios más emblemáticos del campo sevillano. .

–Luego están todos esos elementos que se usan hoy para decorar chalets y ventas: tinajones, ruedas de molino, puertas antiguas… ¿ha existido mucho saqueo?

–Es un tema difícil y lleno de matices, que se complica cuando hablamos de haciendas con alto valor patrimonial pero abandonadas por sus propietarios. El reaprovechamiento de materiales de edificios en ruina o en demolición ha existido siempre, pero el problema actualmente es que la rapiña en el campo es descomunal y no respeta propiedades ni consideraciones de ningún tipo. Los materiales tradicionales han adquirido valor comercial y es fácil acceder a cualquier edificio disperso después de localizarlo por internet. Cuando la Mejorada Baja ya había sido desmantelada de todos sus materiales nobles, detectamos incluso que se estaban derribando paredes para coger los ladrillos macizos. Pero una cosa es la rapiña de subsistencia y otra el expolio planificado, muchas veces por encargo. Lo poco que se puede hacer es evitar mediante cerramientos que accedan vehículos a las inmediaciones de los caseríos, cerrar huecos y, sobre todo, mantener la custodia presencial. Habría que recordar que los propietarios de edificios protegidos patrimonialmente tienen la obligación legal de custodiarlos.

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