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Fran G. Matute | Periodista y asesor fiscal

“El PCE era casi igual de impositivo en las cuestiones culturales que el franquismo”

  • El entrevistado es uno de los mayores conocedores de la Sevilla contracultural del tardofranquismo, como demuestra en su último libro: 'Esta vez venimos a golpear'

El gran Matute, durante la entrevista.

El gran Matute, durante la entrevista. / Juan Carlos Vázquez

Además de portar una coleta demodé y contracultural, Fran G. Matute (Mérida, 1977) es licenciado en Derecho, consumado fiscalista en sus ratos libres y MBA de ESADE. Quedamos con él en el bar Samoa, pura destilación del barrio de Los Remedios, el ‘Macondo’ de este periodista e investigador que, con la paciencia de un auditor, ha reconstruido el ambiente contracultural de aquella Sevilla del tardofranquismo en la que terminarían germinando hitos de la historia cultural española como los Smash o Esperpento. Fran Matute tiene el furor del erudito y la intuición del rastreador. Una vez nos sorprendió con su conocimiento exhaustivo de la geografía de la novela ‘Con la noche a cuestas’, el Premio Planeta de Manuel Ferrand. No dudamos de que sería capaz de llegar al crimen por conseguir una foto de buena calidad de la cafetería Turín, quizás la primera boîte de Sevilla, o una grabación con las disertaciones socráticas de El Pájaro, el gran gurú contracultural que sentaba cátedra en La Granja Viena, allá por la Alameda. Habitual colaborador de las revistas 'Jot Down', 'El Cultural' o 'Cuadernos Hispanoamericanos', publicó en 2017 el libro de entrevistas ‘Días de viejo color. Testimonios de una Andalucía Pop’. Ahora vuelve al ruedo con ‘Esta vez venimos a golpear. Vanguardismos, psicodelias y subversiones varias en la Sevilla contracultural (1965-1968)’, editado por Sílex.

–¿Cómo se pasa de ser un ejecutivo de una de las consultorías más importantes de España a ser un coleta investigador de la contracultura sevillana?

–Fue al revés, antes de ser ejecutivo ya era un coleta. En realidad, nunca fui un ejecutivo-ejecutivo, pero sí es verdad que estuve diez años trabajando en un departamento de asesoría fiscal. Aprendí un montón, porque la materia siempre me ha gustado. Aún hoy sigo haciendo algunos trabajos. Tengo mi chorreíto. Parece raro, pero me fascina el Derecho Fiscal. Además, se me da bien. Empecé con 25 años y me comía el mundo, pero hubo un momento en el que me di cuenta que me copaba todo el tiempo. Decidí irme.

–Si estamos aquí en la terraza del Samoa es porque acaba de sacar el libro ‘Esta vez venimos a golpear. Vanguardismos, psicodelias y subversiones varias en la Sevilla contracultural’ (1965-1968). ¿Por qué ese periodo tan corto?

–Porque es un periodo muy poco investigado en los estudios contraculturales en general. Ni siquiera en Barcelona o Madrid. Es un momento en el que aún no ha explosionado del todo la contracultura, pero la olla ya ha empezado a hervir. 

–Muchas veces hay gente que comete el error de confundir la contracultura con la cultura de izquierdas antifranquista.

–En España es fácil caer en este error. Pero hay que tener en cuenta que no toda actitud antifranquista  tiene un sesgo contracultural. Lo vemos claramente en el PCE. Su visión de la cultura no era nada contracultural. De hecho, muchos huían de esta organización porque era casi igual de impositiva cultural e ideológicamente que el franquismo. El PCE tenía serios problemas con los homosexuales y la gente que se drogaba. Hubo muchos casos de personas que salían rebotadas del Partido Comunista por estas cuestiones y buscaban un antifranquismo sin programa.

–Ahora se reivindica mucho la historia contracultural de Sevilla. Incluso se llama a la ciudad el “San Francisco español” y se afirma que fue el primer lugar de España en el que se registró el fenómeno. ¿Estamos ante una nueva mitología?

–Siempre se ha dado el mensaje de que en Sevilla empezó todo, incluso antes que en Madrid o Barcelona. Pero yo lo pondría en cuarentena hasta que no se estudien a fondo los casos de las dos grandes capitales. Dudo mucho de que aquí fuésemos los primeros. Lo que sí es cierto es que en Sevilla el impacto de la contracultura fue muy importante debido a que era una ciudad más pequeña y cerrada que las otras dos. Aquí hubo un movimiento amplio y no era nada underground, no se escondía, estaba en la calle, en los parques, con jóvenes fumando con los pelos largos, sin ir a clase, participando en las manifestaciones estudiantiles. No eran cuatro o cinco. 

–¿Y cuáles eran los principales centros donde se desarrollaba este movimiento?

–Como dice Pepe Ribas, todas las dictaduras necesitan respiraderos donde la gente pueda hablar y actuar con cierta libertad. En Sevilla se permitieron varios lugares de estos, aunque estaban vigilados, como demuestran los informes policiales. Eran lugares como la galería La Pasarela; la Cuadra de Paco Lira, probablemente el sitio más interesante; la Granja Viena, una cafetería de la Alameda en la que se mezclaban filósofos, bohemios, flamencos, psicodélicos y rockeros... El PCE fomentó el Centro Cultural Tartessos, dirigido a la burguesía sevillana, en la que se pretendía infiltrar. En contra de lo que se cree, había miembros de la burguesía, como Vázquez Parladé, que eran antifranquistas. Pero muy importante en las actitudes contraculturales fueron los parques. En las escalinatas del Archivo de Indias fue donde se reunieron por primera vez los beatniks sevillanos, que eran todos estudiantes de Medicina. Habían dejado la carrera porque tenían esa pesadumbre existencial del momento, fomentada por las lecturas de Aldous Huxley, Kerouac, Ginsberg, Camus, Sartre... Eran personas muy cultas porque muchos eran niños de Los Remedios cuyos padres eran médicos, militares, dentistas, registradores... Todos estaban desencantados con la burguesía y el sistema franquista. Empezaron a dejar los estudios y se produjeron auténticos dramas familiares. Cuando el grupo fue muy grande y daba demasiado el cante en el Archivo de Indias se escondieron en los parques y ocuparon casas abandonadas, como la antigua Venta de Eritaña, o la Glorieta de los Lotos, escondidos entre los arbustos. Hasta que, como contaré en un próximo volumen, se crea en Sevilla la brigada de estupefacientes y en la calle ya no se puede hacer nada. Es el momento en el que el movimiento se vuelve underground, se oculta, se mete en las casas. Y comienzan las redadas en los pisos...

–Como ya ha dicho, la contracultura tenía un sesgo de clase. Sólo los jóvenes de ámbitos acomodados podían permitírselo. 

–En teoría la contracultura abole las clases, pero la realidad es que, en Sevilla, los primeros que se salieron del molde fueron niños bien. Eran gente que se lo podía permitir. Es importante destacar que estaban muy al tanto de lo que estaba pasando fuera de España. Sorprende que eran muy cultos. En el libro cuento un viaje muy importante que hicieron Amparo Rubiales y Justo Ruiz, antes de la fundación del grupo Esperpento, al festival de teatro de Aviñón y donde vieron Paradise Now, una obra completamente contracultural. Se dieron cuenta de que ese era el teatro que querían hacer. Gualberto, en el 69, estaba en el Festival de Woodstock viendo a Jimi Hendrix en persona... Son casos concretos de sevillanos que estuvieron en el meollo de la contracultura. Muchos de los nombres que salen en el libro vivían en Los Remedios: Toto Estirado, Pedro Álvarez-Ossorio, Miguel Rellán, Luis Gordillo, Juana de Aizpuru, Ricardo Pachón...

–Era un barrio con mucha gente joven en esa época.

–Sí, era un barrio muy sesentero, con muchos locales para la gente joven...

–Entre ellos uno mítico para la contracultura, el Dom Gonzalo. 

–Tenemos la suerte de tener imágenes de este local, porque Gonzalo García-Pelayo hizo grabaciones en superocho y las imágenes son muy potentes. Hubo otro garito de ambiente muy similar que se abrió incluso antes del Dom Gonzalo, la cafetería-bar Turín, del que sólo conozco descripciones o alguna foto de muy mala calidad. No hay que olvidar el Dragón Rojo, en la calle Betis. 

–Importante en la creación de este ambiente, paradójicamente, fueron los militares norteamericanos de las bases de San Pablo y Morón.

–Entonces todo el mundo admiraba la cultura americana, incluso Franco. Pero en el libro cuento cómo los americanos tuvieron aún más relación con el mundo sevillano de la pintura que con el de la música. Gran parte de los clientes de La Pasarela fueron militares de las bases. En Massachusetts se llegaron a exponer a muchos pintores sevillanos, como José Ramón Sierra, porque un americano había adquirido muchas de sus obras.

–Paco Cuadrado, comunista hasta las cejas, me contó cómo hubo una época en la que vivía de lo que vendía a los americanos. 

–Sí, no deja de ser curioso que los comunistas, para recaudar fondos, hacían muchas exposiciones en La Pasarela, y los clientes eran los militares americanos. Hay casos más llamativos. Los comunistas, cuando Vázquez Parladé estaba ya al frente de Tartessos, montaron la Semana de Renovación Universitaria, que terminó como el rosario de la aurora. Lo curioso es que Vázquez Parladé, a través de García Añoveros, había conseguido financiación de la Fundación Ford, detrás de la cual, como siempre se ha dicho, estaba la CIA.

–Esa es buena: la CIA pagando la agitación comunista. 

–Bueno, muchos líderes de izquierda, como Manuel Ramón Alarcón o Pipo Clavero, viajaron a EEUU pagados por la CIA.

–EEUU ya estaba entonces preparando la Transición.

–Lo curioso es que Manuel Ramón Alarcón, pese a vivir en la Sevilla del momento, ya conocía lo que era el Black Power y escribió un artículo sobre este movimiento, donde lo contraponía al hippismo. Toma partido por el primero, porque decía que era “un ejército armado”. Pipo Clavero me comentó que le dieron bonos para comprar lo que quisieran y aprovecharon para traer a Sevilla discos de jazz, revistas...

–Uno de los misterios de aquella época es como Pipo Clavero y Gonzalo García Pelayo pudieron ser tan amigos...

–Porque ambos estudiaron en Portaceli y, de chavales, tenían los mismos dramas existenciales. Eran muy religiosos.

–Clavero me contó que llegó a tontear con el Opus.

–Y Gonzalo contempló la posibilidad de ser jesuita. Llama la atención cómo en el Seminario de Sevilla de la época había gente con una mentalidad muy abierta. Las obras de teatro que Justo Ruiz hacía en el Seminario eran la leche. En 1966,  montó una de Arnold Wesker, que era un representante beatnik del teatro inglés. Fue Patatas fritas a voluntad, y lo hizo con un grupo de rock, los Pipe Smokers.

–Pero continuamente estamos mezclando contracultura con cultura de izquierdas.

–Yo no suelo usar la palabra contracultura, sino contracultural. En Sevilla había un aire contracultural, no un movimiento consciente. 

–Pues no hay aire contracultural sin drogas y, especialmente, el LSD.

–He intentado fijar cuándo y dónde fue la primera vez que se consumió LSD en Sevilla, pero no lo he logrado. Lo que sí he encontrado son una serie de hitos en los que hay confluencia de testimonios de que el consumo de drogas fue importante. La droga le interesó a una parte de estos jóvenes, pero no a todos. Fueron los beatniks los que empezaron a leer sobre esos viajes sensoriales. En este punto hay un personaje fundamental, Miguel Ángel Iglesias, el que luego fue actor de las películas de García Pelayo y tocó con Silvio. En esa época era un tío muy leído y fue el que con más ahínco propuso que había que experimentar lo que decían los beatniks en los libros. Fue él el que se trajo de Fuengirola un primer alijo importante de hachís. Muchos de los miembros de este grupo me han dicho que a partir de ese momento se les pasó todo el rollo existencial y filosofal para convertirse en unos hedonistas. 

–¿Y el LSD?

–Los militares americanos no tuvieron nada que ver con la droga. Más bien fueron los mochileros que pasaban por Sevilla, que estaba en ruta de la droga hacia Marruecos. En el libro cuento el que creo que fue uno de los primeros consumos de LSD en Sevilla. Las dosis se las cambiaron a un mochilero por un arco olímpico y se fueron al campo, a Alcalá de Guadaíra, a drogarse. Todo empezó muy bien. Se subían a los árboles y creían que eran de chocolate. Pero en una finca cercana empezaron a capar cochinos y sus gruñidos se metieron en sus cabezas. El viaje fue un desastre. 

–De los muchos personajes que pueblan el libro hay algunos que me llaman poderosamente la atención, como Juan Blanco, alias El Pájaro, un filósofo de la más pura estirpe socrática.

–Es un personaje del que hasta ahora no se ha hablado casi nada. Para estudiarlo hay que acudir al testimonio oral, porque él, exceptuando dos textos para exposiciones, nunca escribió nada. Pero lo cierto es que todo el mundo que lo trató lo considera un maestro absoluto de la vida. Hay una verdadera idolatría. Era un gurú absoluto. Lo habían expulsado de la universidad por corregir a Arellano en clase. Se le acercó mucha gente joven rebotada del Partido Comunista. El Pájaro impartía unas clases de filosofía no reglada en la cafetería La Granja Viena. Allí iban también algunos a discutir con él sobre los temas más variopintos o personas que querían saber lo que opinaba sobre algún tema en concreto. Era una especie de aglutinador de gente inquieta.

–¿Qué se sabe de su pensamiento?

–El marxismo le importaba un pito, aunque era claramente antifranquista. Le interesaban mucho los presocráticos y quería que la gente pensara por su cuenta. También le gustaba mucho Kant. Felipe González lo intentó fichar para el PSOE, pero rehusó. Fue un ácrata.

–Otro personajazo es el pintor Toto Estirado. 

–Es otro tío muy olvidado hasta que la editorial El Paseo publicó un libro colectivo sobre él. Toto Estirado fue muy contracultural, siempre tieso. Intentó ser del PCE, pero lo echaron porque consumía droga. Se convirtió en un obseso del LSD y era un bohemio absoluto, muy amigo de Juan Blanco. Aunque era de Badajoz, vino a Sevilla para intentar ser torero, pero aquello no le salió. También se volvió un loco de la bicicleta y se recorrió medio mundo montado en una. 

–Y a todo esto no hemos hablado de los Smash.

–El grupo se funda en diciembre del 68 y aparece sólo muy al final del libro. De alguna manera Esta vez venimos a golpear cuenta lo que ocurrió en Sevilla para que terminaran apareciendo los Smash y Esperpento, fenómenos que traspasaron fronteras.

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