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Miguel Veyrat | Escritor y periodista

“Todo es Roma en España, y más en Andalucía”

  •  Fue uno de los grandes corresponsales de TVE, pero se considera sobre todo un poeta de la estirpe de Cernuda

  •  Tras años de dar tumbos por el mundo, dice haber encontrado su sitio en Sevilla

Miguel Veyrat, durante la entrevista.

Miguel Veyrat, durante la entrevista. / Juan Carlos Muñoz

Pese a su genealogía pied-noir, su padre lo dio de baja como francés y lo hizo cien por cien español para evitar que fuese a la Guerra de Argelia. Aún así, Miguel Veyrat (Valencia, 1938), sigue conservando un aire de guiri elegante, de hispanista con jipijapa, bastón y “otro whiski, por favor”. Difícil es resumir la vida de uno de los periodistas de TVE más importantes de su generación, que fue corresponsal en Rabat, Londres, París, Ginebra... cuando uno piensa en el reportero cosmopolita, se le viene a la cabeza un tipo como Veyrat: simpático, desenvuelto, culto, políglota. Estuvo en mil batallas, como la delirante coronación del Sha de Persia, e ideó y puso en marcha para TVE el programa Documentos TV. También organizó la redacción en Madrid de la cadena europea Euronews. En su juventud fue un decidido militante antifranquista desde las filas del PCE, formación que abandonó una vez asentada la democracia, aunque sigue conservando un rejo de ‘gauche divine’. Asentado desde hace más de una década en Sevilla, se siente antes que nada poeta de la estirpe de Luis Cernuda, con una veintena de libros a sus espaldas.

–Es usted un hombre cosmopolita, no hay duda, ¿pero de dónde es verdaderamente?

–Esa es una pregunta que siempre respondo con evasivas. Nací en Valencia, durante un bombardeo de la aviación italiana en el año 38. Mi padre, un terrateniente proveniente de Argel, era el cónsul francés y se quedó en la ciudad tras la marcha del embajador. Ayudó a mucha gente que se quería ir de España, tanto republicanos como franquistas. El día de mi nacimiento cayó una bomba incendiaria en el jardín de casa y mi madre decidió regresar a Francia.

–¿Y cuándo volvió a España?

–Tras la Segunda Guerra Mundial. Me mandaron interno a un colegio de los Marianistas en Vitoria. Allí me enteré de lo que era el nacionalismo vasco. Yo era un jodido maqueto. Como decía Sartre: “siempre se es el judío de alguien” y yo fui el judío de algunos vascos. Sin embargo, tengo mucho cariño por aquella tierra. También viví en Cataluña, de donde era mi madre, lugar en el que entré en contacto con la lucha antifranquista más organizada.

–¿Y qué opina de todo lo que está pasando allí?

–Como le decía, mi madre era catalana y me casé con una catalana. Pasé todo los veranos de mi infancia en los Pirineos y hablo el idioma perfectamente. Pero lo que está pasando me ha hecho más español que nunca. Es todo un sin sentido. Gente abducida que vive una realidad paralela.

–¿Y cómo terminó en Sevilla?

–Estuve casado en primeras nupcias con la poeta y académica Clara Janés, con la que tuve una hija, Adriana, que es una excelente escultora. Después me casé con una chilena que conocí cuando ya era corresponsal en París. Entonces, yo colaboraba con el poeta Marcos Ana en las tareas del CISE (Centro de Información y Solidaridad con España). Por aquellos años había sido el golpe contra Allende y ayudábamos a muchos exiliados chilenos…

–¿También se acabó el amor?

–Las estadísticas dicen que el amor dura diez años… También me divorcié. Entonces recuperé el contacto con una persona con la que había tenido relación por temas políticos y profesionales años antes y que vivía en Sevilla… Yo estaba libre, empecé a venir a la ciudad, a la feria… Y aquí estoy.

Interno en los Marianistas de Vitoria me enteré de lo que era el nacionalismo vasco. Yo era un jodido maqueto

–Sevilla tiene muchos cantores, pero también muchos detractores, sobre todo entre los propios sevillanos…

–A mí Sevilla me encanta, es una ciudad con una historia envidiable que no ha sido lo suficientemente explotada. Fíjese en Itálica, lugar de origen de dos emperadores. Ahora están a ver si la Unesco la reconoce como Patrimonio Mundial. ¿Por qué no se ha hecho antes? Cuando leía la Oda a las ruinas de Itálica, el poema de Rodrigo Caro motivado por el abandono de este conjunto, me conmovía, pero después pensaba en Sevilla y me decía a mí mismo: “¡serán gilipollas!”. Aquí están todos que si los moros, que si Ishbiliya… ¡Pero si nos regimos por el derecho Romano, nos movemos por su red de carreteras… pero si todo es Roma en España y, sobre todo, en Andalucía.

–¿Cuánto lleva viviendo en Sevilla?

–Doce años.

–¿Y cómo ha visto la evolución de la ciudad en ese tiempo?

–Como residente en el centro estoy hasta las narices de todos aquellos que explotan el turismo: los patinetes, los guías con altavoces… Están alterando la vida cotidiana de los vecinos. Además, algunos guías dicen unas barbaridades tremendas. El otro día escuché a uno afirmar que la Torre del Oro era donde Isabel la Católica recibía a sus amantes.

Miguel Veyrat, en la barra del bar Europa. Miguel Veyrat, en la barra del bar Europa.

Miguel Veyrat, en la barra del bar Europa. / JC Muñoz

–Hablando de amantes. Usted lo es también de Cádiz.

–Conocí esta ciudad gracias a Fernando Quiñones, del que era contertulio en el Café Gijón. Una vez me invitó a los Carnavales y yo, que entonces tenía un Land Rover enorme, lo llené con sus amigos y nos fuimos rumbo a Cádiz. Fue una semana maravillosa. Ahora voy mucho a Conil, porque el padre de mi compañera, que combatió en la RAF durante la II Guerra Mundial, cuando se jubiló se compró una casa en la Fuente del Gallo. Se ve el cabo de Roche y el mar de Trafalgar, el escenario de la batalla que perdimos por culpa del maldito almirante francés Villeneuve. Es un lugar magnífico para un escritor.

–Estudió periodismo en Navarra.

–Mi padre quería que fuese ingeniero, pero después de muchos suspensos se convenció de que no podía ser. En Navarra fundaron una Facultad de Periodismo cuando en España esta carrera sólo se podía estudiar en las escuelas oficiales del Ministerio de Información y Turismo, cuyas principales plazas estaban reservadas a los gerifaltes del régimen. El primer decano fue Antonio Fontán, un liberal que luego sería director del Madrid, que fue clausurado por oponerse al franquismo.

–Fontán... sevillano de nacimiento y miembro del Opus Dei.

–Aquella era una España en la que había muy pocos periodistas y la inmensa mayoría de ellos eran oficialistas, trabajaban en medios del Movimiento. Hoy en día, muchos progresistas se niegan a reconocer el trabajo que hicieron los liberales del Opus Dei. Ellos entendieron de verdad que sin el Mercado Común no se iba a ningún lado. En esta línea se fue generando una quinta de periodistas y publicaciones, como la revista La actualidad española, que dirigió el propio Fontán, o Nuevo Diario, que era el gran enemigo de Emilio Romero, que lo llamaba Nada Dentro. Allí se gestó una generación de periodistas demócratas. En la pretransición hubo muy buenos analistas políticos que prepararon la llegada de la democracia y que, insisto, no ha sido reconocida… Llegué a tener una columna que se llamaba La Ventana. Un día me llamó un general de Franco y me amenazó con tirarme por la ventana. El tío era un bestia. Muchos nos la jugamos y después no lo reconocieron.

Sevilla tiene una historia envidiable que no ha sido suficientemente explotada

–De los miles de reportajes que ha escrito o grabado destáqueme uno.

–Le destacaré dos. El primero que hice para La actualidad española, en el que reconstruía la historia de una canción: Ya se van los pastores a la Extremadura. Me fui a la serranía de Oncala , en Soria, para seguir el camino trashumante de los pastores hasta los pastos de Extremadura. Me acompañó el gran fotógrafo Paco Ontañón y viajamos a lomos de mula. Fue un viaje verdaderamente bonito y bucólico, comiendo caldereta que los pastores hacían con los borreguitos recién nacidos.

–¿Y el segundo?

–Uno que no hice yo, sino que lo compré para Documentos TV, programa que fundé en TVE. Mediante una serie de contactos yo sabía que el juicio a Ceausescu y a su mujer había sido una farsa, un montaje del KGB para desacreditar al líder rumano tras la caída del Muro. El fusilamiento de los dos fue una barbaridad… ni en la Málaga de la Guerra Civil. Tiempo después, en el festival de Cannes, al que yo había acudido para comprar documentales, me encontré con un antiguo conocido que era el director general de la radiotelevisión rumana en el momento de los hechos, el cual tenía la filmación del juicio y la ejecución de los Ceausescu. Iniciamos una negociación: fuimos a cenar, tomamos varios whiskies… Pedía una barbaridad, pero logré una rebaja. Al final la compramos y la emitimos en Documentos TV.

–Aquello fue una barbaridad, pero Ceausescu no era ningún santo. Alfonso Lazo, que viajó a Bucarest con Tierno Galván, hace un relato delirante de aquella Rumanía.

–Precisamente, yo fui el representante del partido de Tierno, el PSP, en la Junta Democrática de París. A Tierno lo había conocido cuando lo entrevisté para Nuevo Diario.

–Usted también fue militante comunista hasta que abandonó el partido en 1979. ¿Nunca pensó que era una contradicción criticar al franquismo por ser una dictadura y después alabar los regímenes comunistas?

–Muchos de los que militamos en el comunismo no lo éramos realmente, pero sí creíamos que el PCE era la única organización con capacidad de enfrentarse al franquismo y, además, teníamos algunas ideas socialistas que coincidían con las suyas. La Primavera de Praga despertó los reflejos democráticos de muchos comunistas, su lado más leninista frente al estalinismo.

–La de Lenin tampoco fue una vida ejemplar.

–Tuvo que hacer la revolución y ganarle la guerra a las potencias europeas. Eso no se hace gratuitamente… En fin, estos debates son eternos y hay muchos tipos de argumentos.

Por una columna, un día me llamó un general de Franco y me amenazó con tirarme por la ventana

–Es curioso, porque tiene un libro sobre los hedillistas, una facción de la Falange antifranquista muy desconocida en unos tiempos como estos en los que la cultura histórica y política está por los suelos.

–Ese libro estaba enmarcado en una colección en la que se iba a consultar a las diferentes opciones políticas cuáles eran sus planes una vez muerto franco, pero al final el proyecto, como suele ser habitual, se malogró. En el libro, José Luis Navas-Migueloa, un periodista cercano al falangismo, y yo hicimos una serie de encuestas a los seguidores de Hedilla, que había sido condenado a muerte por Franco. Le preguntábamos a una serie de falangistas cuáles eran sus proyectos tras la muerte de Franco y si iban a recuperar el viejo espíritu del nacional-sindicalismo, porque la Falange había empezado con un programa socialista. Me consta que Antonio Rivero Taravillo, cuando hizo su libro sobre José Antonio Primo de Rivera, lo consultó.

–Pero usted se considera ante todo poeta.

–Es que lo de ser poeta es una manera de percibir la realidad y de entrar en el conocimiento. Hubo un señor llamado Platón, al que luego siguieron todos los chamanes y todas las iglesias, que dijo que la razón era la vía adecuada para adentrarse en el conocimiento. Durante tres capítulos de la República –cuyo modelo fracasó en Siracusa– condena la poesía lírica. Sí le interesaba la épica para la formación de los muchachos… el ejemplo de los héroes… en el fondo era un falangista. Sin embargo, la poesía lírica supone una vía de conocimiento desde las emociones. Infinidad de pensadores, entre ellos mi amigo Eugenio Trías, te dirán que la filosofía es hija de la poesía. No en vano, el primer tratado filosófico es el poema de Parménides.

–En la poesía hay muchas banderías y pandillas. Gente dispuesta a la puñalada fácil.

–No pertenezco a ninguna. No entro en eso. Tampoco me presento a premios, que son algo así como concursos de belleza o carreras entre poetas.

–Pero tendrá alguna genealogía poética, ¿cuáles son sus autores de referencia?

–De los franceses: Rimbaud, Verlaine, Baudelaire… También algunos actuales que he traducido, como Jacques Darras… De los españoles, sin duda, Luis Cernuda, porque es el más honesto de todos los poetas. También Antonio Machado (¡quién no adora a ese corazón de oro!) y Alberti, pese a todos sus pequeños plagios y a sus habilidades.

Adoro los Jardines de Murillo... Esa luz de amanecer que perdura en la copa de sus árboles

–Volvamos a la ciudad. ¿Dónde percibe de una manera más clara su belleza?

–Adoro los Jardines de Murillo. Les acabo de dar un abrazo a todos los responsables de Modesto cuando me he enterado que van a volver a poner desayunos. Mi gloria es ir desde la Calle Aire, donde vivo, hasta los Jardines a desayunar una tostada con jamón, aceite y tomate… Esa luz de amanecer que todavía perdura en la copa de los árboles, las sombras que brillan… En Sevilla he encontrado mi sitio.

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