Gloria Rodríguez | Fotógrafa

“Los de izquierdas son mucho más coquetos que los de derechas”

  • Ha retratado a lo más granado de la política, la cultura y la sociedad. Ahora prepara una gran exposición y dirige la tienda más peculiar de Los Remedios

Gloria Rodríguez, en 'El desván de Bartleby'.

Gloria Rodríguez, en 'El desván de Bartleby'. / José Ángel García

En esa historia cultural del barrio de Los Remedios que algún día debería escribir Fran Matute, Gloria Rodríguez (Córdoba –“de casualidad”–, 1959) debería estar entre los personajes principales. No en vano su cámara de reportera ha retratado a lo más granado de la política, la cultura y la sociedad española (e internacional): Liza Minnelli, Adolfo Suárez, Fraga, John Malkovich, Icíar Bollaín, Silvio, Alberto de Mónaco... Un revoltijo de seres más o menos humanos que ella ha inmortalizado con el pulso nervioso del fotoperiodismo. Autodidacta desde su primera Kodak Instamatic, con 12 años, Gloria Rodríguez ha colaborado como free-lance con algunas de las principales publicaciones de España (Marie Claire, Elle, El Europeo, Rolling Stones...) y sus obras han colgado en numerosas galerías y museos: La Caja China, Museo Ayala de Manila, Instituto Cervantes de Utrecht... Después de vivir largamente en Madrid, los nuevos tiempos la han vuelto a traer a Sevilla, donde ha abierto en la calle Arcos El Desván de Bartleby, un híbrido entre librería, galería de arte y negocio de chamarilero que retrata su alma inquieta y fetichista. Actualmente prepara una exposición antológica en la sala Atín Aya del Ayuntamiento de Sevilla. Sus fotos se pueden ver en instagram.com/gloria_petite/.

–Quería empezar esta entrevista directo al grano, hablando de su trayectoria como fotógrafa, como una de las mejores del retrato periodístico. Pero me encuentro con su tienda en plena calle Arcos, El desván de Bartleby, una especie de gruta de las maravillas donde se acumulan libros, cuadros, fotos, objetos antiguos... Aquí se refleja toda una forma de ser.

–Es mucho más que una tienda. Mi hermana Regla dice que quien me quiera conocer tiene que venir aquí. Mi cabeza es un poco como esto, un collage que estoy continuamente ordenando. Mi espíritu es muy coleccionista desde niña. Siempre he sido fetichista y siento amor por los objetos, no sólo por la belleza que puedan tener, sino también por lo que significan de memoria, historia... Susan Sontag decía que coleccionar fotografía –que también es una de mis pasiones– es coleccionar el mundo. Lo mismo pasa con los objetos.

–Me llama la atención que le pusiese a la tienda el nombre de Bartleby, el personaje de Melville que simboliza el deseo de quietud, de inoperancia, ... Usted parece una mujer muy activa.

–Totalmente. Soy muy activa y creativa. Hace más de cuarenta años trabajaba en la librería Palas de la calle Asunción, que era de mis tíos Alfonso Lazo y su mujer, Amparo Contreras. Allí llegó a mis manos la traducción de Borges de Bartleby el escribiente, un libro que me impactó. Aunque no tengo nada que ver con él, aquel personaje me dio mucha ternura y me identificaba con cierta idea de la invisibilidad, de vivir aparte de todo. No sólo te enamoras de los escritores, sino también de los personajes. Lo mismo me pasó con, Larry Darrell, el protagonista de El filo de la navaja, de W. Somerset Maugham. Hace muchos años, cuando trabajaba de fotógrafa en Madrid, tuve que crear una sociedad y ponerle un nombre... elegí Bartleby Comunicación. Curioso, porque Bartleby es todo lo contrario a la comunicación, un personaje que continuamente está diciendo: “preferiría no hacerlo”.

–Ha mencionado sus inicios en la librería Palas, la mejor de Los Remedios y una de las mejores de Sevilla.

–La fundaron porque mi tío Alfonso Lazo gastaba mucho en libros, y así el dinero se quedaba en casa. Después me fui a trabajar con el Loco de la Colina y a TVE.

En contra de lo que dice el tópico, el barrio de Los Remedios es arquitectónicamente muy interesante

–Usted es lo que se llamaba una ‘niña de Los Remedios’.

–Pero nunca quise serlo... Es un barrio que no está mal y en el que coexisten varios mundos. Además, contra lo que dice el tópico, arquitectónicamente es muy interesante, con edificios de los cincuenta y sesenta más que curiosos. Eso sí, lo de la señora de los Remedios es algo que sólo se da aquí.

–Husmeando sobre usted en internet me encontré con una foto en la que está con Silvio el rockero en la barra del Bar ABC, pura historia de Los Remedios.

–Los dos vivíamos muy cerca del bar “de la china”, que es como le llamábamos por la nacionalidad de su dueña, Rosa. Le hice bastante fotos a Silvio, muchas de las cuales se están utilizando sin mi permiso... ni siquiera me nombran. La verdad es que me cabrea.

–Cómo se tropezó con la fotografía.

–Desde niña me gustó. Era muy mala estudiante y, con 12 años, una tía me prometió que me compraría una cámara si aprobaba el curso. Así lo hice y tuve una Kodak Instamatic con la que hice mis primeras fotillos. Es curioso, porque guardo algunas y apenas he cambiado en mi manera de hacer fotos. Aún hoy mantengo la misma visión, el mismo encuadre. Con mi primer sueldo en Palas me compré una Canon.

–Dice que era muy mala estudiante.

–Ni siquiera acabé el colegio, pero leía muchísimo. Era disléxica y me pasé una buena parte de mi vida creyendo que era muy torpe. Soy totalmente autodidacta. No sé atarme los cordones de los zapatos, pero lo hago a mi manera. Pues igual con la cámara. Me ha costado mucho aprender la técnica, porque nadie me la podía enseñar, tenía que desarrollar yo mi propio método.

–¿Qué tipo de fotografías hacía al principio?

–Sobre todo fotos de calle y retratos a mis hermanos y amigos. Como le decía, con los años he cambiado muy poco. En Palas llegó a mis manos la revista Photovision, que fue muy importante para educar mi mirada. En Sevilla empecé a trabajar para la revista El Monte, donde estaba también Atín Aya. Hice un reportaje sobre cementerios, que es algo que me fascina desde niña.

–¿Qué le ve a los cementerios? Suelen ser tétricos.

–Hay algunos maravillosos, como los de San Petersburgo y Moscú. Sobre todo me gustan los cementerios ingleses, porque son muy elegantes, como sus jardines. En el de Sevilla es importantísima la luz. No es triste. Me fascinan los nichos que dan información histórica... Te hablan de una época... Los he fotografiado mucho.

Me fascinan los cementerios, sobre todos los ingleses, que como sus parques son muy elegantes

–¿Se fue a Madrid en busca de la gloria?, y perdón por el involuntario juego de palabras.

–Me lié la manta a la cabeza y me fui a trabajar al periódico El Independiente, que estaba recién fundado. Al principio lo pasé mal, porque no tenía ni idea. Hacía de todo: fútbol, toros, accidentes, ruedas de prensa... Ni siquiera sabía trabajar con un flash, pero se me daban muy bien los retratos. Me costaba mucho, porque soy una persona muy respetuosa y tímida. Siempre digo que se hubiese sido más fresca y mala gente hubiese sido muchísimo mejor fotógrafa, pero también peor persona. Nunca he tenido el instinto cazador que debe tener un buen reportero. Me he criado en la prensa y le estoy muy agradecida. Allí aprendí la rapidez. Yo entraba en una casa e inmediatamente estaba mirando la luz. No me importaba que no fuese el lugar más bonito si la luz era buena para el personaje. Soy muy resolutiva. Si me dan mucho tiempo para hacer una foto la echo a perder.

–La velocidad es de buen periodista.

–Me hacía gracia cuando la gente me decía que le había sacado el alma al personaje. Yo lo que voy es a cumplir. Soy muy cumplidora. Nunca he ido de fotógrafa arista.

–Qué es importante a la hora de hacer un buen retrato.

–Como decía, la luz y mirar bien a la persona. Siempre que hablo con alguien la retrato con la mirada. Soy muy obsesiva con los volúmenes, por eso me gusta la arquitectura.

–Ha retratado a muchísima gente y muy importante. Tendrá un anecdotario amplísimo. Dígame alguien que le sorprendiese muy gratamente.

–Adolfo Suárez. Lo retraté cuando ya no era presidente para un trabajo de El País sobre los protagonistas de la Transición. Fue cuando descubrí que los de izquierdas son mucho más coquetos que los de derechas. A Suárez le tenía respeto como presidente de España que había sido en unos momentos muy difíciles, pero no era especial santo de mi devoción. Fue en su despacho de la calle Maura de Madrid y desde el principio estuvo encantador. En el periódico me habían avisado de que era un “encantador de serpientes”, pero no me lo pareció para nada. En un momento dado le pregunté por una foto de su hija y él me empezó a contar cosas muy personales, entre ellas lo arrepentido que estaba de no haberle dedicado más tiempo a su familia. Se puso a llorar. Creo que estaba en el principio de su enfermedad. En un momento dado le comenté la que le habían dado los socialistas, cuando estaban en la oposición, con aquello del “tahúr del Misisipi”. Fueron implacables. “¿Sabes una cosa?”, dijo él, “Alfonso Guerra era muy buena persona”. Tenía la dentadura de titanio, porque, según él, la política le había arruinado la salud.

–¿Y a Fraga lo fotografió?

–Sí. Me dijo: “usted riñe mucho señorita Carballo”. Yo le había comentado que entre mis apellidos se encontraba este de origen gallego. “Más riñe usted”, le dije yo, “así que ahí quieto”. Y me hizo caso. Al sinvergüenza de Pujol también le hice fotos. Yo he retratado hasta asesinos...

–Recuerde uno.

–En una cárcel de mujeres en Honduras retraté a una asesina en serie que había matado a varios maridos y vendido la carne en el mercado. Se llamaba Lucy y era encantadora. La fotografié con unos globos y sonriendo. En su camiseta ponía en inglés: “se aceptan todo tipo de sangres”. Era una enferma. También hice trabajos sobre las maras, una cosa tremenda. Algunos llevaban tatuada la palabra Lucifer en la frente.

Si hubiese sido más fresca y mala gente habría sido mejor fotógrafa, pero peor persona

–¿Y escritores, a cuál le ha gustado retratar?

–A Elvira Lindo. Es una mujer muy cómica, como yo, y fue muy fácil. He hecho muchísimos escritores. Suelen ser coquetos, aunque no tanto como los políticos.

–Como a toda su generación, le ha cogido de lleno digitalización. En el mundo de la fotografía se ha producido un cambio inmenso.

–Como todos los fotoperiodistas, no tuve más remedio que pasarme a la cámara digital, aunque sigo siendo analógica de pensamiento. No retoco mucho y soy muy obsesiva de la luz y el color.

–¿Y ahora hace algo en analógico?

–No, ya todo en digital. Es más, todas las fotos las hago ya con el móvil, exceptuando los retratos.

–A mí me cuesta muchísimo hacer una foto.

–A mí me pasa lo mismo con escribir. Y eso que mi madre es escritora.

–Es verdad, Regla Contreras, hace tiempo leí una entrevista que le hizo María Jesús Pereira.

–Es una señora muy interesante, con nueve hijos y de Los Remedios. Su literatura es muy autobiográfica. Su tercer libro se titula Desde el más acá, (Samarcanda ) y tiene unos relatos fantásticos que espero que se publiquen pronto. Es una mujer culta y fuera de lo común para su edad y su ambiente de niña de las Irlandesas. La recuerdo embarazada y montando en bicicleta. Fue una de las pioneras, en los años 70, en pedir el carril bici. Es una enamorada de Sevilla, tanto que me da hasta coraje. Era muy amiga de Silvio, quien venía mucho a merendar a casa.

Suárez me dijo lo arrepentido que estaba de no haber dedicado más tiempo a su familia

–¿Y qué merendaba?

–Un poco de ginebra aguada o de whisky. Se sentaba en la butaca de mi padre.

–Una casa peculiar, ¿no?

–Bastante... llena de animales, los pájaros sueltos... Mi padre era muy hippie y le hubiese gustado vivir en el campo, pero con nueve hijos...

–Y después de su época dorada como fotógrafa en Madrid, ¿por qué regresó a Sevilla?

–Las cosas cambiaron drásticamente con la crisis. Ya nadie te manda a Londres a retratar a Michael Douglas, ni a Nueva York, París... Eso ha desaparecido. Ahora recuerdo el dineral que ganaba y me da hasta vergüenza. Monté una academia de fotografía, La Petite École, primero en Madrid –tuve de alumno a Miguel Blesa– y después en Orense, ciudad que se me quedó un poco pequeña. Finalmente la monté en Sevilla, a donde he regresado. Me harté de las clases y decidí abrir una tienda, porque tenía cero euros. Empecé a vender cosas mías. Parecía una tienda de La Habana, de esas que tienen dos panes, una botella... Poco a poco fui invirtiendo lo que ganaba en comprar más cosas, decidí meter también los libros.

–Ahora está preparando una exposición, ¿no?

–Sí, probablemente será en diciembre, en la sala Atín Aya del Ayuntamiento. Me hace ilusión porque yo era muy amiga de Atín. Fundamentalmente será una antológica de mi obra, pero también quiero exponer las fotos que hago ahora con el móvil. Me da un poco de vértigo, porque son tres plantas enormes, aunque yo soy una fotógrafa obsesiva-compulsiva y tengo mucho material.

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