“El libro es un invento redondo, como la rueda”
Rafael García Organvídez | Director de Casa del libro
Librero humanista, trabaja en la Casa del Libro de Sevilla desde su fundación, hace ahora 24 años Alfonso Guerra: “Soy el político más moderado de España” Alfredo Valenzuela: “Mi mejor entrevista fue a la ex de Foxá. Después dijo que lo inventé todo”
Rafael García Organvídez (Jerez de la Frontera, 1969) es un hombre muy serio, muy culto y muy correcto. Parece un Guardia Civil de los antiguos. Y algo de eso hay, porque confiesa que su primera vocación fue la militar, hasta que la literatura y el mundo de los libros se le cruzó en segundo de BUP. Estudió en la Universidad de Cádiz bajo el magisterio de maestros como Alberto González Troyano y llegó a Sevilla en 1997 para empezar a trabajar en el sector de las librerías. Hace 25 años ingresó en la Casa del Libro, con el equipo de Antonio Rivero Taravillo, de la que sigue siendo un elemento fijo de su paisaje. Actualmente dirige las librerías de Viapol y Hernando del Pulgar. Su seriedad le viene por madre, de polimorfo apellido vasco. Es una seriedad honda como una bodega y se acompaña de un físico rotundo, corpulento y musculado por su afición al deporte, especialmente al ciclismo. Conversar con él tiene algo de solemne y en él se rastrea el viejo fatalismo moro de su admirado Manuel Machado cuando, después de calificarse como providencialista, asegura: “Nada ocurre por azar. Si el destino me ha traído hasta aquí es porque Dios lo ha querido."
Pregunta.–¿Qué está bebiendo?
Respuesta.–Vermú, ha invitado una compañera que es su cumpleaños. Pero en mi tierra esta es la hora del amontillado.
P.–Su tierra es Jerez de la Frontera.
R.–Siendo de Jerez uno se convierte en embajador del vino allá por donde va. La cultura del vino la he vivido desde muy pequeño, porque mi padre trabajaba en una bodega.
P.–¿En cuál de ellas?
R.–En Domecq. Era arrumbador. Se encargaba de trasegar con el vino, bajar las escalas... un trabajo de muchas habilidades en el que se necesita conocer bien el estado de madurez del vino.
P.–Arrumbador... es hermoso el vocabulario de las bodegas del Marco.
R.–Sí. Por poner otro ejemplo, en Jerez le llamamos bota a lo que en el resto de España se le llama barrica o tonel. Pero, curiosamente, a los que fabrican las botas les llamamos toneleros.
P.–Cuando entrevisté a su paisano Juan Bonilla generó cierta amigable polémica al decir que el fino y la manzanilla eran lo mismo.
R.–Completamente de acuerdo. La diferencia entre el fino y la manzanilla es topográfica. Dicho de una manera simplista le diría que la manzanilla es el fino hecho en Sanlúcar.
P.–No siga usted que soy caballero de la Solear.
R.–Es el mismo tipo de uva, la palomino, y se hace en el mismo marco, el de Jerez. La única diferencia es el régimen de vientos atlánticos a los que está sometida Sanlúcar.
P.–El divino poniente. No es ninguna tontería, como bien sabemos en estos días de calor los sevillanos.
Dicho de una manera simplista le diría que la manzanilla es el fino hecho en Sanlúcar
R.–Los grandes vinos de Jerez son los generosos: amontillado, palo cortado, oloroso... el feudo del fino ha sido tradicionalmente el Puerto de Santa María, como la manzanilla lo es de Sanlúcar. El profesor Alberto González Troyano es de mi misma opinión.
P.–Don Alberto, una persona que ha hecho mucho por el estudio y difusión de la literatura vinculada a Cádiz y al vino.
R.–Me enseñó muchísimo sobre Cádiz y su literatura, desde Cadalso hasta Galdós, el prerromanticismo, el costumbrismo... Hizo una labor extraordinaria en la ciudad. Sembró una buena semilla.
P.–Cadalso... oficial de Caballería y escritor. Un hombre a caballo (nunca mejor dicho) entre la Ilustración y el Romanticismo.
R.–Hay un ensayo fundamental de Russell P. Sebold que se titula Cadalso: el primer romántico europeo. Nos descubrió que Cadalso, con sus Noches lúgubres, y su ambiente, tan del estilo de los posteriores Lovecraft o Poe, fue de los primeros en indagar en el mundo de las tumbas y las oscuras parafilias como el amor a una difunta. Es una obra fundamental para la literatura española.
P.–Sigamos con las variadas conexiones entre el vino y la literatura.
R.–Estoy pensando ahora mismo en la novela La bodega, de Blasco Ibáñez, que, con un trasfondo político muy determinado, ocurre en el Marco de Jerez. El arranque de esa novela empieza en el Castillo de Macharnudo (al que Blasco Ibáñez llama de Marchamalo), que está en el Pago San José, en la carretera de Trebujena. Allí vivía el propio marqués de Domecq. En mi época de estudiante yo vendimiaba allí para pagarme la matrícula de la Universidad, pero con los años terminé trabajando en la oficina con el capataz. Me recordaba a la figura que aparece al principio de La bodega, el escribiente, que es como se le llamaba en Jerez al que trabaja en la administración porque sabía leer y escribir y no se dedicaba a las labores del campo. Guardo muy buen recuerdo de aquella viña donde había vivido de niño el poeta Paco Bejarano, porque su padre había sido capataz allí. El mundo vinícola ha generado mucha literatura: Caballero Bonald, Halcón, los hermanos Cuevas...
P.–Lleva 25 años trabajando en la Casa del Libro, ¿ha cambiado mucho el sector?
R.–Muchísimo. El mundo de las librerías no se parece en nada al que yo conocía hace 28 años. Pero las librerías siguen estando vivas porque el libro es un invento redondo, como la rueda. El libro tiene unas grandísimas ventajas: el tacto, el olfato, la vista... la unicidad. Cuando yo leo un libro en papel leo ese libro. Si lo hago en una pantalla y después leo otro en el mismo dispositivo, parece como si siempre estuviese leyendo el mismo libro. Cada libro en papel tiene carne, tiene piel.
El libro tiene unas grandísimas ventajas: el tacto, el olfato, la vista... la unicidad
P.–Está claro que el libro no va a desaparecer, al menos por ahora.
R.–Hubo un bache en 2008 debido a la crisis y la llegada de Amazon a España, pero después de la pandemia se experimentó un auge tremendo, como indican todos los observatorios y la experiencia personal. Y eso que tuvimos las librerías cerradas durante el confinamiento. Pedimos poder abrir como negocio de primera necesidad, pero el Gobierno no nos lo concedió. Sí en Francia. Afortunadamente el libro sigue teniendo precio fijo, lo que nos protege a las librerías y los lectores. Es muy importante que siga teniendo el IVA del 4%, aunque lo ideal sería que no tuviese ninguno.
P.–¿La gente joven, qué lee?
R.–Hay un auténtico boom de la literatura juvenil. El género toma hoy muchos elementos de la literatura romántica, de la fantástica, del terror... Son libros que ayudan a los jóvenes a adentrarse en la literatura. Pero cada vez compran menos manuales universitarios, lo cual es una desgracia.
P.–Por lo que veo en los anaqueles de esta librería la literatura romántica tiene tirón.
R.–Cuando yo empecé a trabajar en librerías, los clientes de literatura romántica solían ser mujeres de una cierta edad que casi se avergonzaban de hacerlo. Sin embargo, a partir del fenómeno Cincuenta sombras de Grey, la literatura romántica empezó a contagiarse de la erótica, lo que permitió que se abriese un poco más el mercado. Actualmente, hay mucho menos pudor a la hora de comprar ese tipo de libros.
P.–¿Y los influencers?
R.–Su labor prescriptora es tremenda, y eso lo saben las editoriales. Muchas se ponen en contacto con los influencers para conseguir que recomienden sus libros.
P.–¿Recuerda el primer libro que leyó?
R.–La Isla del Tesoro, de Stevenson. Lo he leído varias veces más y me sigue fascinando. Es un verdadero placer, lo tiene todo: misterio, aventuras...
Muchas editoriales se ponen en contacto con ‘influencers’ para que recomienden sus libros
P.–Pero no tiene sexo.
R.–No le hace falta. Tiene pasión por vivir y por descubrir nuevos mundos. Y, sobre todo, valores como el compañerismo, la lealtad, la valentía...
P.–Organvídez no es un apellido común.
R.–Se escribe de diferentes maneras, incluso en mi propia familia. Es de origen vasco. Yo lo escribo con v, aunque en vasco no existe la grafía v, solo la b.
P.–Hay muchos apellidos vascos en Andalucía, España y América.
R.–Apellidos y muchas palabras más. Rafael Lapesa, en su Historia de la lengua española, recuerda el origen vasco de muchos topónimos de España. En general, Lapesa cuenta que hubo mucha influencia del vasco en las lenguas prerromanas y, por tanto, en el español. Su influencia en el castellano es tremenda, por eso es la única lengua romance en la que no existe el fonema labiodental. Todas las lenguas romances distinguen la b de la v, menos nosotros. El castellano es una lengua seca, recia, no tiene armonía, no tiene el ritmo del italiano, la cadencia aguda del francés, la sonoridad del portugués...
P.–Cuando uno habla de estas cosas, se da cuenta de lo poco que sabe de la historia de su propia lengua.
R.–Una curiosidad: el castellano culto y literario a principios del XVI era el toledano, el habla de Garcilaso de la Vega, quien aspiraba la h, algo que hoy es tenido por vulgar. Decía jumo en vez de humo.
P.–Ya está de vacaciones. ¿Qué va a leer?
–He retomado la lectura de una novela que dejé por la mitad en invierno: El último Papa, del jesuita irlandés Malachi Martin. Es una distopía ambientada en la Europa de la caída del muro de Berlín y la desintegración de la URSS. El propio Malachi Martin, que vivió en el Vaticano, dice que el 85% de lo que cuenta en el libro es verdad, lo cual da miedo. Además, estoy releyendo la poesía completa de Manuel Machado que editó Renacimiento hace un par de años.
P.–Grandísimo poeta.
–Lo releo mucho. Me gusta ese tipo de poesía a medio camino entre lo hondo y lo frívolo. También ese toque popular, sentencioso. Manuel Machado nos gusta a los que amamos la poesía clara, esa línea que viene de Garcilaso y sigue con Fray Luis, Espronceda (calificado como el gran coloquialista de la época), Luis Cernuda, Gil de Biedma, Miguel d’Ors, Eloy Sánchez Rosillo, Paco Bejarano o José Mateos... Ser claro y profundo es lo más difícil.
P.–¿Alguna relectura?
R.–Me gusta mucho releer a Muñoz Rojas, al que llegué a conocer. Cuando me lo presentaron pensé que le había dado la mano a alguien que había conocido a Eliot. Las cosas del campo es una joya, un libro como no se ha escrito otro en España.
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