Antonio Montero Alcaide | Escritor

“El pueblo le puso a Pedro I el atributo de ‘justiciero’; la nobleza, el de ‘cruel”

  • Pedagogo de profesión y narrador de vocación acaba de publicar una biografía sobre uno de los monarcas medievales más sevillanos: ‘Pedro I, un rey castigado por la Historia’

Antonio Montero Alcaide, durante la entrevista.

Antonio Montero Alcaide, durante la entrevista. / José Ángel García

Con Antonio Montero Alcaide (Carmona, 1962) podríamos hablar de muchas cosas: de educación (es pedagogo, inspector y profesor de la Facultad de Ciencias de la Educación), de narraluces (es un profundo conocedor de la obra de su paisano José María Requena) o de periodismo (es habitual colaborador de Diario de Sevilla). Pero preferimos centrar la charla en la figura de Pedro I, sobre el que acaba de publicar una amplia biografía: Pedro I. Un rey castigado por la Historia. Cruel para unos, justiciero para otros (Almuzara). Muy pegado a las crónicas medievales, Antonio Montero Alcaide nos ofrece el retrato caleidoscópico del último monarca de Castilla de la Casa de Borgoña, asesinado por quien instauraría la dinastía de los Trastámara, su odiado hermanastro Enrique II. Sobre Pedro I, monarca de memoria romántica que tantas leyendas dejó en Sevilla, Antonio Montero Alcaide tiene también escrita una novela que aún guarda en el cajón. Ha reunido sus artículos en libros como Tinta invisible, Ejercicio de soledad, ‘Porque así es la vida’ e Historias mínimas de cada día.

–De Carmona y estudioso de la figura de Pedro I.

–Buena parte de las vicisitudes de la vida de Pedro I tienen que ver con Carmona, particularmente cuando el monarca fue decapitado en Montiel por su hermanastro, Enrique II, y la ciudad le permaneció fiel. Allí se quedó Martín López de Córdoba, hombre de confianza de Pedro I, hasta que lo capturaron con engaños y lo quemaron en la Plaza de San Francisco de Sevilla.

–No se andaban con chiquitas en la Edad Media.

–Pero no sólo Pedro I. No digo que el apelativo de “Cruel” sea inmerecido, pero en general la justicia medieval era muy severa y tenía muchas penas que costaban la vida, la cabeza, las manos... Eso sí, Pedro I tuvo episodios de crueldad notorios...

–Sólo hay que ver el índice de su libro y ver la lista de sus víctimas. No se libra nadie: cristianos, moros, judíos... hombres y mujeres...

–Sí, en el libro, bajo el epígrafe Sangre Derramada, recojo todos sus crímenes: la concubina de su padre, Leonor de Guzmán; su antiguo valido Juan Alfonso de Alburquerque; su hermanastro don Fadrique; el infante de Aragón Juan; su antiguo tesorero Samuel ha-Levi, al que torturó con salvajismo; el rey de Granada Muhammad VI el Bermejo; el arzobispo de Santiago... y muchos más.

–Destáqueme algún crimen especialmente cruel.

–El asesinato de su hermanastro don Fadrique en el Alcázar de Sevilla es un relato dramático que nos refleja una muerte premeditada, una venganza fría. Como cuentan las crónicas, la misma María de Padilla, concubina del monarca, avisó al propio don Fadrique de las intenciones de su amante. López de Ayala, el gran cronista, nos cuenta cómo Pedro I dispuso que se cerrasen todas las puertas del Alcázar y que en el Patio de la Montería hubiese un verdugo con una maza para matarlo.

Una serie de medidas a favor del pueblo más su filojudaísmo indispusieron a Pedro I con la nobleza

–¿Cómo lo asesinaron finalmente?

–Durante el almuerzo. Estaba comiendo...

–Como en las películas de mafiosos.

–Sí, fue algo muy meditado.

–No se paraba ante nada.

–También muy cruel fue la muerte de Urraca Osorio, una señora de la alta aristocracia a la que asesina por la deslealtad de uno de sus hijos, Juan Alfonso de Guzmán. La quemó públicamente en la Alameda de Hércules. Cuentan las crónicas que una criada suya, Isabel Davalos, al ver que se le veían a la condenada algunas desnudeces durante la ejecución, se arrojó a las llamas para taparla, quedando ella también carbonizada.

–¿Y lo de “Justiciero” por dónde le viene?

–Tanto Pedro I como su padre y su abuelo, Alfonso XI y Alfonso X, respectivamente, tuvieron continuos enfrentamientos con la nobleza. La aristocracia podía tener más poder que los reyes. Pedro I se opuso desde el principio a algunos privilegios de esta clase. Ahí está la regulación, en las Cortes de Valladolid de 1351, de las behetrías, comarcas en las que los siervos podían elegir a los señores que consideraban que les podían hacer mayor bien, algo que no gustó a los más poderosos. En general, Pedro I tuvo muchas iniciativas legislativas. Él, que no tenía precisamente una moral muy estricta, llegó a reglamentar hasta las barraganas de los curas.

–Las amantes del clero.

–En las mismas Cortes de Valladolid de 1351 legisló contra las barraganas de los clérigos que, como cuento en el libro, “non catan revelencia nin onra a las dueñas onradas o mugeres casadas”. Dispuso quiénes podían tener una y quiénes no. También, alzó las penas de las viudas que pasaban a segundas nupcias antes de cumplir el año siguiente a la muerte del primer marido. Asimismo, prohibió el juego, “que es grant pecado, porque es manera de usura”, tolerado por sus menos escrupulosos antecesores, ya que se beneficiaban de la renta de las tafurerías [casas de juego].

–Vamos, que parece un santurrón.

–Estas medidas, más su filojudaísmo, le indispusieron con la nobleza. El atributo de “justiciero” se lo puso el pueblo llano, porque limitó la capacidad de los poderosos de expoliarlo. Sin embargo, el de “cruel” se lo adjudicó la nobleza, especialmente su hermanastro Enrique, que urdió toda una trama propagandística (hay una gran cantidad de romances sobre el tema) para argumentar que la crueldad del Rey lo convertía en un tirano, y en la Edad Media el tiranicidio estaba justificado para redimir a un pueblo sometido a un sistema demoníaco, infernal. En el asesinato de Pedro I, Enrique II aparece como un redentor providencial, casi un agente de la divinidad.

–Estamos ante un caso paradigmático de legitimación de un asalto al poder mediante la violencia.

–Exacto, un regicidio que se vendió como un tiranicidio.

–Cuénteme algo más sobre la acción legislativa de Pedro I y las Cortes de Valladolid de 1351.

–Se estableció el primer reglamento de vagancia y el ordenamiento para perseguir y prender a los malhechores en poblado y despoblado. Si en alguna ciudad, villa o lugar se cometía una muerte, robo, quebrantamiento de iglesia, fuerza de mujer u otro delito, el concejo estaba obligado a prestar auxilio a los ministros de la justicia so pena de seiscientos maravedíes. Si acaecía el delito en camino o lugar yermo, los alcaldes, merinos, alguaciles y demás oficiales de la justicia, dada la querella y sabida la verdad, mandaban tocar las campanas a rebato en aquel lugar y en los comarcanos.

La muerte de Pedro I a manos de su hermanastro fue un regicidio que se vendió como un tiranicidio

–Todo recuerda al far west.

–Los vecinos armados debían acudir o ir en pos de los malhechores hasta lograr su captura. El Rey mandó que las ciudades y villas mayores diesen veinte hombres de a caballo y cincuenta de a pie, y en las poblaciones menores, la cuarta parte de su compañía. Cuando la gente iba a sus labores llevaba lanzas y armas para actuar si era necesario. La fuerza que emprendía la persecución no descansaba hasta arrojar a los malhechores del término del lugar. Cuando llegaban al límite le pasaban el rastreo a la gente del nuevo término, y así hasta lograr la aprehensión de los fugitivos. Ningún señor debía acoger a los delincuentes en villa, lugar o casa fuerte de su señorío, y aun los alcaides de los castillos del Rey estaban obligados a entregarlos.

–El enfrentamiento entre Pedro I y la nobleza acabó en la que puede considerarse la primera guerra civil castellana.

–La rebelión nobiliaria, que se produjo poco después de las Cortes de Valladolid, se justificó con una evidente hipocresía. Enrique II y los nobles contrarios a Pedro I le reprochaban que hubiese abandonado a su esposa legítima, Blanca de Borbón, para volver con su concubina, María de Padilla. No hay que olvidar que Enrique II fue uno de los diez bastardos que tuvo Alfonso XI con su amante Leonor de Guzmán, que fue una reina de hecho, aunque no de derecho. Llegó a tener los señoríos de media Andalucía, que repartió entre sus hijos. Evidentemente, Enrique II no tenía nada que reprocharle a Pedro I.

–Pedro I tuvo que tener una infancia muy cruel, abandonado junto a su madre, María de Portugal, por su padre. Esto debió de influir en su comportamiento turbulento.

–Pedro I dejó dicho en su testamento que quería ser enterrado en Sevilla, pero esto no pudo ser hasta 1877, cuando llegaron sus restos a la ciudad después de haber estado en el Museo Arqueológico Nacional. Fue entonces cuando se hizo un estudio muy serio de sus restos. Se documentaron dos cosas: esa famosa cojera que se decía que tenía el rey, pues una pierna era ligeramente más corta que la otra; y una ligera anormalidad craneal que podía justificar algunos de los desequilibrios, siempre ligeros, de su comportamiento. Pedro I nunca fue un loco de atar. Su infancia marginada, como usted dice, también debió afectarle... Eso de ver que el heredero a la corona era postergado mientras que los bastardos eran los que llevaban las banderas del reino a las batallas... Pero lo curioso es que su madre también se levantó contra Pedro I en la rebelión de los nobles, porque le reprocha el abandono de su mujer, Blanca de Borbón, por María de Padilla.

–Una historia dura y enrevesada.

–Pedro I llegó a ser apresado por los nobles rebeldes y cuando fue liberado asesinó, en presencia de su madre la reina, a cinco de estos nobles. María de Portugal cayó al suelo conmocionada por la sangría. Fue entonces cuando se marchó a su país de origen y allí murió.

–Está claro que María de Padilla fue su gran amor.

–Durante unas cortes en Sevilla llegó a declararla reina después de muerta y, por tanto, legitimó su descendencia, que se componía de cuatro vástagos.

–¿Quién era María de Padilla?

–Hay varias hipótesis sobre dónde la conoció, una de ellas es en Sevilla. Era una doncella que supuestamente estaba en la casa de un valido principal del reino, el portugués Juan Alfonso de Alburquerque, que como tantos colaboradores de Pedro I terminó abandonándolo y uniéndose a los sublevados. Antes de morir dejó dicho que no le enterrasen hasta que no muriese Pedro I y las tropas tenían que cargar con sus restos por toda España.

Pedro I dejó dicho en su testamento que quería ser enterrado en Sevilla, pero no lo logró hasta 1877

–Pedro I sufrió grandes deslealtades.

–Sí, el cronista López de Ayala también lo abandonó. Se pasó al bando de Enrique II y justificó el tiranicidio de Pedro I.

–Volvamos a la bella Padilla. Debió ser hermosa, inteligente y ambiciosa.

–Lo curioso es que también se estudió su cráneo y tenía una gran similitud al de Pedro I. El rey siempre encontró en ella serenidad y sosiego. Era el descanso del guerrero.

–¿Qué le debe Sevilla a Pedro I?

–Pedro I siempre volvía a Sevilla y aquí vivió algunos momentos decisivos de su reinado, como cuando recibió los restos de su padre, Alfonso XI, muerto en una peste durante el sitio de Gibraltar. También cuando ya se veía casi vencido por su hermanastro. Fue entonces que la ciudad le reprochó que sólo venía a llevarse el tesoro y marchase a Francia a buscar apoyos. A Pedro I Sevilla le debe muchas cosas: las mejoras del Alcázar y la construcción en Carmona del llamado Alcázar del Rey don Pedro, edificio que establece como residencia de verano. En Sevilla afincó una clase nobiliaria importante y celebró varias audiencias públicas para impartir justicia que están documentadas. Se realizaban en las gradas de la Catedral, con el pueblo presente. En Carmona hay un hotel que se llama Alcázar de la Reina porque estuvo allí el desaparecido palacio de María de Padilla.

–Dejó largo recuerdo.

–Espinosa de los Monteros narra muchas de sus vicisitudes sevillanas. Como cuando lo excomulgó el Papa y mandó al nuncio para que se lo comunicara. Éste estaba aterrorizado y decidió viajar a Sevilla en barco. Hizo saber al Rey, que estaba cazando por la zona de Pineda, que tenía algo que decirle. Pedro I se acercó a la orilla y el nuncio, desde el barco, le comunicó la bula de excomunión y dio media vuelta dirección a Sanlúcar. El rey, enfurecido, lo persiguió cabalgando por la orilla del Guadalquivir, pero no pudo capturarlo. En fin, su vinculación con Sevilla era muy profunda, de hecho hoy está enterrado en la capilla real, junto a Fernando III y Alfonso X, la llamada “dinastía sevillana”. Además, están María de Padilla y su hermanastro Fadrique, al que mató. De hecho, fue Pedro I el que mandó a construir la Capilla Real y dejó en su testamento fondos para que se comprasen alfombras y estuviesen permanentemente diciendo misas por su alma.

–También tenía fama de ser lo que se dice hoy un depredador sexual. La leyenda de doña María Coronel, una de las favoritas de los sevillanos, nos lo recuerda.

–La leyenda de doña María Coronel, que se echó aceite hirviendo en la cara para evitar los requiebros de Pedro I, es muy conocida, pero mucho menos lo es la relación de Pedro I con la hermana de ésta, doña Aldonza Coronel, a la que le “puso un piso” en la Torre del Oro. Está documentada la guarda que lo vigilaba.

–Doña Aldonza no se resistió

–Exacto, accedió a sus pretensiones. Pedro I había matado al padre de ambas, Alfonso Fernández Coronel, y al marido de doña María, Juan de la Cerda. El de doña Aldonza, Alvar Pérez de Guzmán, escapó a Aragón, de donde nunca regresó.

–¿Y doña María Padilla?

–Hasta su muerte consintió estas aventuras. Una vez le dio un arrebato y decidió erigir un convento para ingresar en él, el de Santa Clara de Astudillo (Palencia). Pero finalmente desistió y se quedó junto al rey.

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