Juan Lamillar | Poeta y escritor

“La retirada de la placa de Pemán es fruto de la ignorancia y el sectarismo”

  • Poeta en tierra de poetas, lector omnívoro, melómano que añora el silencio, el entrevistado pertenece a esa otra Sevilla que apenas se nota, la cofradía de los bibliotecarios secretos

Juan Lamillar, en su domicilio.

Juan Lamillar, en su domicilio. / José Ángel García

Sus gafas y sus formas redondeadas le dan un aspecto de eterno niño empollón. Algo de ese espíritu se desprende también de su biblioteca, amplia y rigurosamente ordenada, como un regimiento prusiano. Juan Lamillar (Sevilla, 1957) pertenece a ese veranillo de la poesía de la ciudad que se dio en los años ochenta, al amparo de figuras imprescindibles como Abelardo Linares o Jacobo Cortines. Su apetito literario es pantagruélico. Dice que se está quitando de comprar libros, pero sólo desde el 1 de enero, entre regalos y adquisiciones, han entrado en su domicilio unos 190 volúmenes. “Poeta en voz baja”, como lo definió José Luis García Martín, sin prisas ni pausas ha ido forjando una obra en la que la fugacidad del tiempo, el amor o el arte han sido temas predominantes. Su último libro, La nieve roja (Renacimiento) recoge poemas escritos entre 2008 y 2011. Biógrafo de Joaquín Romero Murube, Lamillar también es autor de una obra ensayística en la que muestra su condición de cultureta omnívoro, con especial atención a a la literatura, el arte y la música. Para demostrarlo, ahí están libros como La otra Abisinia, El desorden del canto o Notas sobre Venecia. Ha merecido los premios Cernuda, Vicente Núñez y Villa de Rota.

–No responde usted a la figura tópica del trianero.

–Pues nací en la calle Betis en 1957 y me bautizaron en la pila de los Gitanos, en la iglesia de Santa Ana. Pero tiene razón, ejerzo poco de trianero, aunque viví en el barrio hasta que me casé. En general, me he movido poco de Sevilla, excepto durante el servicio militar. Lo hice en Madrid y me tocó el 23-F.

–Buena puntería.

–Ese día estaba de retén, leyendo El Buscón de Quevedo, cuando llegó un brigada que me ordenó que fuese a la cantina y mandase a formar. Eran las seis y pico de la tarde y había quedado, por mediación de Jacobo Cortines, con Juan Manuel Bonet. Tuvimos que aplazar la cita. Después nos vimos muchas veces en su casa de la calle Huertas.

–La calle Betis es uno de los pocos grandes horizontes que hay en Sevilla.

–Tiene esa cosa diáfana… el río… Tengo un poema en el que hablo de una foto mía, cuando era niño. Voy en bicicleta y estoy justo delante del poyete de la calle Betis.

Carmen Laffón cuenta el gran abrazo que Romero Murube y Bergamín se dieron en la Sevilla de los sesenta

–¿Es usted uno de esos sevillanos finos y fríos?

–Esa es una frase de Unamuno que recogió Romero Murube. En su día escribí una guía de Sevilla que me encargó ediciones Júcar. Después, en el 92, Editions du Chene me propuso un libro más literario sobre la misma materia. Iba a figurar en una colección en la que diversos escritores contaba su ciudad. Las fotos las haría un autor extranjero, que en mi caso era Elizabeth Lennard, quien vivía en París en el mismo piso que Néstor Almendros. El libro no salió, aunque me lo pagaron. Luego lo intenté con Renacimiento, con fotos de Gloria Rodríguez. Pero ahí quedó.

–Como poeta, sin embargo, no ha tocado mucho el tema sevillano, ¿n

–Sí tengo algunos poemas sobre lugares de Sevilla, como uno en el que hablo del patio del compás de Santa Clara, cuando allí estaban los artesanos, y cuyo descuido me gustaba mucho…

–Sin embargo, como investigador, sí le ha prestado mucha atención a un escritor que es el que de alguna manera marcó el canon de la literatura sobre Sevilla: Joaquín Romero Murube.

–Joaquín Romero Murube representa, por un lado, ese sevillanismo del que usted habla. Incluso llegó a decir que su palabra favorita era Sevilla. Pero también era una persona muy cosmopolita que perteneció a ese gran crisol que fue la revista Mediodía. Gracias a Rafael Porlán, del que era muy amigo, estaba al tanto de todo lo que hacía la vanguardia europea. Su cargo como alcaide del Alcázar también favoreció ese perfil cosmopolita. En 1935, Lorca pasó allí una semana. Era Feria y hay una foto en la que sale junto a Chaves Nogales y Romero Murube en la caseta de los Montoto. Después están todas esas visitas importantes: Jean Cocteau, Jacqueline Kennedy… Su amigo Paul Morand lo describe como una persona con mucho trato con las gentes de Madrid. Tenía que ser una persona muy expansiva y buen conversador.

–Usted escribió la biografía más completa que existe sobre Romero Murube.

–Fue un encargo de la Fundación José Manuel Lara. Ahora, por lo que sé, Julio Mayo lleva mucho tiempo trabajando en su epistolario.

–Romero Murube siempre arrastra el estigma de “escritor local”. No se termina de reivindicar como uno de los grandes del 27.

–Y yo creo que lo es, sobre todo su prosa. Tiene algunos poemas magníficos, pero son contados. Su neopopularismo me gusta relativamente. Pero la prosa es genial, sobre todo esos retratos que hace de los amigos, o su visión de la ciudad y los jardines… Tiene mucho humor e ironía.

–Y eso que tenía fama de tener muchos gatos en la barriga.

–Tenía que ser un personaje complicado, pero era un gran conversador. Todavía hay gente, como Antonio Burgos o Caro Romero, que lo trataron. Terminó enfrentándose con muchas personas por defender el patrimonio histórico de Sevilla. Murió bastante aislado.

–Su libro Pueblo lejano es uno de las mejores memorias de infancia de la literatura española.

–Sólo está un poquito por debajo de Platero y yo. También me gustan mucho sus libros de viajes. Hay un episodio que cuenta y es divertidísimo. Fue cuando vino a Sevilla el rey Abdalá de Jordania. Todos los empleados del Alcázar esperaban a un ser casi mitológico y, de repente, llegó un señor bajito con chilaba. Abdalá preguntó cuál era la palmera más alta del monumento y Romero Murube señaló una. Por aquello le concedió una importante condecoración de Jordania. Otra parte muy interesante es cuando estuvo aquí el Conde Ciano.

–El yerno de Mussolini, para quien no lo sepa.

–Sí, y después fusilado por su suegro.

–Ésa es una fantasía secreta de todo suegro que se precie. ¿Le ha perjudicado a Romero Murube su trayectoria política?

–Fue durante la República cuando lo nombraron alcaide del Alcázar y murió en el cargo, en 1969. Hay una carta en la que él se confiesa monárquico. Supo amoldarse al régimen de Franco, con el que no tenía mal trato cuando visitaba Sevilla. Sí, este pasado le perjudicó.

–¿Es cierto que le llegó a presentar a Miguel Hernández cuando ya era un prófugo?

–Eso es una fabulación sin sentido. Aquilino Duque, que fue amigo de Romero Murube, sabe que Miguel Hernández llegó por la mañana a Sevilla en tren y, cuando se dirigió al Alcázar, estaban despidiendo a Franco. Esperó a que se fuese para hablar con Romero Murube.

–Aun así terminó en la cárcel.

–Miguel Hernández fue muy torpe, porque los falangistas sevillanos le ofrecieron protección, pero él prefirió intentar cruzar la frontera con Portugal. También fue a buscar refugio en la casa de Pedro Pérez Clotet, que era de derechas y el señorito de Villaluenga del Rosario, pero estaba fuera. Fue mala suerte. Lo detuvieron en la frontera porque iba muy mal vestido y con un reloj de oro que le había regalado Vicente Aleixandre por su boda, lo que llamó la atención. Además, uno de los guardias civiles era de su pueblo… en fin, mala suerte.

–En cualquier caso, vestido o no con la guerrera del Movimiento, Romero Murube siempre fue humano y liberal.

–Carmen Laffón cuenta el gran abrazo que se dieron Romero Murube y Bergamín cuando el segundo vino a Sevilla en los años sesenta. También, en sus cartas a María Zambrano, Bergamín cuenta lo bien que Romero Murube tenía el Alcázar. Investigando su biografía me encontré con no pocos testimonios de personas que le agradecían que hubiese intercedido por ellos. Se portó muy bien.

–Sobre usted han dicho que es un poeta en voz baja.

–Creo que sí, que hay una parte de mi poesía que es muy sosegada, aunque en mis últimos libros hay más pasión, más implicación con lo vital. También han dicho que soy culturalista. La cultura me interesa mucho, como se nota en mi casa, pero siempre si está unida a la vida. Las dos se complementan. El arte complementa lo que eres.

La cultura me interesa mucho, pero siempre si está unida a la vida. El arte complementa lo que eres

–¿Y cómo es eso de ser un poeta en voz baja en una ciudad de gritones?

–Es tremendo. Comprendo la moda actual de reivindicar el silencio, porque lo hemos perdido completamente. Ayer estábamos en El Collado, una aldea cerca de Alájar, y era un placer estar a la una de la mañana sin escuchar nada. Sevilla es muy escandalosa. Cada vez necesito más el silencio.

–Nos pasa a muchos. Hasta el Parque de María Luisa se ha convertido en un chundachunda continuo. La amplificación electrónica del sonido…

–Ha sido una catástrofe…

–Otro autor sobre el que ha trabajado es sobre Pemán, un autor puesto en el punto de mira de algunos políticos.

–La retirada de la placa de Pemán de su casa natal ha sido un despropósito, fruto del sectarismo y la ignorancia. Primero lo hicieron con Mercedes Formica, que fue falangista, pero también una de las abogadas que más luchó por los derechos de la mujer durante el franquismo. Yo comisarié una exposición sobre Pemán en 2006 y realicé una selección de sus artículos, que son magníficos. En su epistolario encontramos media cuartilla escrita por los presos del penal de Burgos, en 1961, dándole las gracias por sus artículos a favor de la amnistía. Era un personaje mundano y con brillo. En un artículo, Paco Umbral lo describe como una persona que en la mesa tenía un libro de Jean Cocteau y un crucifijo.

–¿Se puede seguir escribiendo de Sevilla sin sonrojarnos, sin caer en los tópicos?

–Es difícil, pero se puede. En 2017 publiqué con Fórcola un librito sobre Venecia. Fue todo fruto de lecturas y de las dos veces que he estado en esta ciudad. Algunos me preguntaron que por qué no hacía lo mismo sobre Sevilla. Para mí sería mucho más complicado. Pero al igual que seguimos escribiendo sobre el amor, por qué no vamos a hacerlo sobre esta ciudad. La poesía es una cuestión de mirada, de saber observar el mundo de una manera distinta a los demás.

–Otro tópico es que en Sevilla siempre ha habido mejores poetas que prosistas.

–Es cierto que hay una tradición poética importantísima…

–Quizás influya algo ese poso de pseudopoesía que existe en la ciudad: los pregones, las sevillanas, las coplillas…

–Fíjese que esta avenida se llama Poeta Manuel Benítez Carrasco… Cuando escucho su nombre siempre me acuerdo de un epigrama: “Es un poeta folclórico/ que no se lo salta un galgo/ no rehuye ningún tópico/ y según Laín Entralgo/ es bastante maricónico”. Es cierto que hay una gran tradición de pseudopoesía y casi hablamos en octosílabos. Aquí, a quien hace un romancillo se le considera poeta.

Cernuda se emocionaba escuchando canción española. Al morir estaba escribiendo sobre los Quintero

–¿Y los pregones?

–Los sigo muy poco. No sé si sabe que fue Romero Murube el que creó el pregón. Él quería que fuese gente de fuera quien viniese a hablar de la Semana Santa. De hecho, los primeros los dieron personas como García Sanchís, el famoso charlista, y Pemán… Cuando el Ayuntamiento se lo cedió al Consejo de Cofradías todo cambió, aunque hay pregones, como el de Carlos Colón o el de Lutgardo García, que me gustaron mucho, porque eran literatura. También el de Caro Romero, que tiene mucha facilidad poética y esas cosas las hace con gracia.

–Luis Cernuda ha sido otro de los autores sobre los que ha trabajado. En la transición y los ochenta, junto a Blanco White, fue muy reivindicado como una manera alternativa de ser sevillano. Hoy ya no se le nombra tanto.

–Creo que ahora, con el proyecto de la Casa Cernuda, la de la calle Acetres, todo va a cambiar, más sabiendo que está Antonio Rivero Taravillo al frente. Taravillo ha escrito una biografía magnífica de Cernuda, una de esas biografías a la inglesa, exhaustivas y rigurosas. El balance del Centenario también fue estupendo. Todo lo contrario que el de Alberti, que fue el mismo año y pasó muy desapercibido. Cernuda y Lorca fueron los dos grandes poetas del 27.

–Siempre se ha hablado de su mala relación con Sevilla.

–Cernuda fue muy duro con la ciudad. Recuerdo una entrevista en la que Juan Sierra dice: “Cernuda, una vez que se ha ido fuera, ha probado el tabaco rubio y ha escuchado jazz, ya no vuelve más por Sevilla”. Sin embargo, tuvo una relación muy profunda con la ciudad, que la expresa en Ocnos, libro que escribe en 1941, un momento muy amargo en el que está solo en Glasgow, pasando mucho frío. En el exilio él se emocionaba escuchando canciones españolas y, cuando murió, en su máquina de escribir tenía un artículo sobre los Quintero, que le interesaban tanto como Dashiell Hammet. De hecho, su obra La familia interrumpida es muy quinteriana. Por cierto, que esta obra se la entregó a Octavio Paz, que la perdió y sólo pudo ser encontrada y editada muchos años más tarde.

–Volvamos a usted. Uno de los temas recurrentes de su poesía es el amor. ¿Se puede escribir sobre este tema a partir de los cincuenta años?

–Yo creo que sí. Precisamente, en mi último libro, La nieve roja (Renacimiento), hay seis sonetos más o menos eróticos. En uno de ellos hablo del cuerpo ya maduro, de la experiencia… Sobre el amor se puede escribir hasta los noventa, si uno llega, claro.

–La fugacidad del tiempo es otro de sus temas, con versos como este: “Y no vivo otra vida que la que pierdo”.

–Intento reflejar una conciencia de pérdida, pero afianzándome en lo que tengo y disfrutándolo. Sabiendo, claro está, que el final es el que es.

–En general es una poesía muy reflexiva. Me gustan mucho los poemas en que habla de arqueología, de los objetos.

–Me interesa la permanencia de los objetos, que uno pueda estar en un museo frente a una pulsera que llevó una mujer egipcia hace 6.000 años. Los objetos siempre vinculados a la presencia humana.

–Las personas pasan, los objetos permanecen.

–Como dice Borges en sus poema Las cosas: “Durarán más allá de nuestro olvido;/ no sabrán nunca que nos hemos ido”.

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