Iván Vélez | Escritor y arquitecto

“El vasquismo y el catalanismo son un indigenismo a la española”

  • Discípulo del filósofo Gustavo Bueno, miembro de la Escuela de Oviedo y autor de numerosos libros, se instaló en Sevilla para coordinar el grupo parlamentario de Vox

Iván Vélez, en el Parlamento de Andalucía.

Iván Vélez, en el Parlamento de Andalucía. / Juan Carlos Muñoz

El despacho de Iván Vélez (Cuenca, 1972) en las Cinco Llagas sería funcional y previsible si no fuese por dos detalles: una foto de Camarón de la Isla y una bandera de España de mesa. Arquitecto de formación, profesión que ejerció durante un tiempo, descubrió su verdadera vocación como ensayista cuando conoció al filósofo Gustavo Bueno, uno de los principales pensadores de la España del siglo XX. Perteneciente a la llamada Escuela de Oviedo, Iván Vélez, llegó a Sevilla para ser el coordinador del grupo parlamentario de Vox. Su aspecto no es el que dicta el tópico y la pereza mental: no lleva ‘fachaleco’ ni gomina, sino una chaqueta de algo que parece cuero y unos vaqueros. Elogia el cinturón claveteado del fotógrafo y tiene patillas, pero más de rockero que de garrochista. Su trato es agradable y educado, muy alejado del tono crispado de algunos de sus compañeros (y de sus adversarios). Colaborador en numerosas revistas de pensamiento y en periódicos, tiene una extensa obra como ensayista en la que ha tocado los temas más diversos de forma individual o colectiva. Destacamos sólo tres: ‘Sobre la leyenda negra’, ‘El mito de Cortés’, o ‘Nuestro Hombre en la CIA’. Es director de la Fundación Denaes (Defensa de la Nación Española)

–“Pensar es siempre pensar contra otro”. Llama la atención, es una frase dura.

–Pero no es mía, sino del filósofo Gustavo Bueno. Es una frase que habla de la condición dialéctica del hombre, de que no hay verdades absolutas. No es que todo sea relativo, sino que las personas criticamos la realidad o nos enfrentamos al adversario desde una perspectiva concreta. Todos estamos determinados por ideologías, creencias, supersticiones... Esto te enfrenta de algún modo, con mayor o menor hostilidad, a los otros.

–¿Y contra quién piensa Iván Vélez?

–Contra los idealistas... o, mejor dicho, contra el idealismo. Pertenezco a la escuela del materialismo filosófico.

–Perdón por el prejuicio, pero materialismo y Vox son dos términos que aparentemente chocan.

–A mi partido se le caricaturiza demasiado. Los militantes de Vox tienen un núcleo común, como la defensa de la nación española y ciertos aspectos culturales, pero después pertenecen a diferentes ideologías.

–¿Y esa foto de Camarón?

–Me gusta mucho el flamenco, lo jondo, pero no el flamenquito. En Madrid era un asiduo del Candela, un templo.

–Ya ha salido el materialismo filosófico y la figura de Gustavo Bueno... Usted pertenece a eso que llaman la Escuela de Oviedo.

–Somos un conjunto de gente, no necesariamente pertenecientes a la Universidad, que estamos vinculados al materialismo filosófico y a la figura de Gustavo Bueno. Nos dedicamos a analizar distintos campos de la realidad: la política, la ética, la estética... Hay gente muy diversa, que ha militado en el PSOE, en Ciudadanos, en partidos de izquierda... También en Vox. La Escuela de Oviedo da una visión de la realidad absolutamente crítica.

–¿Cómo era Gustavo Bueno?

–Un gran conversador y un tipo muy cálido y cercano. Tenía, sobre todo, una capacidad de análisis portentosa. No hacía distinciones, lo he visto dar conferencias en un gran ateneo y en un garaje.

–¿Se siente acosado por pertenecer a Vox?

–Acosado no, pero sí he visto que se han cerrado algunas puertas, lo que hay que asumir con naturalidad. Por ejemplo, antes escribía mucho más en periódicos de tirada nacional. Ahora me he quedado sólo para aspectos históricos neutros. No quiero ir de víctima por la vida. También se me han abierto otras puertas de la manera más insospechada.

Gran parte de los españoles se autoodian por el hecho de serlo. Se creen pertenecientes a una nación errónea

–Una de las expresiones de moda es “batalla cultural”. ¿De qué hablamos?

–Es imposible que no la haya. Podemos decir que la batalla cultural comenzó en Atapuerca. En todas las sociedades políticamente desarrolladas hay divergencias.

–En toda batalla hay dos bandos. ¿Cuáles son?

–Con todas las reservas, hay un primer bando bajo un rótulo muy impreciso que se llama progresista que agrupa a globalistas, eticistas, fundamentalistas democráticos... Al bloque antagonista no sé muy bien cómo llamarlo. Conservador es una forma muy limitada de concebirlo. Eso sí, ambos bloques son muy heterogéneos. No hay que simplificar, uno puede estar muy de acuerdo con algunas cosas del bando contrario. Siempre hay contradicciones internas.

–Está claro que usted no milita en el bando denominado progresista.

–Es una ideología que se ha ido implantando de una manera casi aplastante. Nada más hay que ver la autocensura a la que estamos sometidos.

–¿Cómo se define usted políticamente?

–Como un defensor de la nación española y de las estructuras estatales. También tolerante en lo religioso y defensor de la tradición, pero sin ser esencialista. No creo en esencias metafísicas eternas e inmutables. Fundamentalmente, insisto, estoy en política para defender a la nación española.

–Una vez derrotado el terrorismo vasco y desactivado el procés, ¿sigue amenazada la nación española?

–Creo que sí. En primer lugar es incomprensible que unos partidos que programáticamente aspiran a la destrucción de una nación operen en la legalidad, es como mantener y alimentar un tumor maligno. España también está amenazada por un europeísmo desmedido y disolvente, que prescinde de la idea de nación. Y, finalmente, una gran parte de los españoles se autoodian por el hecho de serlo, se creen pertenecientes a una nación errónea, algo producto de la leyenda negra.

–Alguna vez ha escrito que el europeísmo es una patología. Un poco duro, ¿no?

–Ya no se puede criticar Europa, es un mito. Europa es un campo de batalla histórico, una realidad conflictiva que se ha manifestado en innumerables guerras. Actualmente está dominada por los intereses franco-alemanes. España se ha sumado a este proyecto con papanatismo, como diría Unamuno. Es evidente que somos un país europeo, pero da la casualidad que en frente tenemos al Nuevo Mundo, que es una construcción hispana.

Es imposible que no exista la batalla cultural.Ya empezó en Atapuerca

–La hispanidad es una idea muy olvidada. Sin embargo, la Escuela de Oviedo, al igual que Gustavo Bueno, la reivindica con fuerza.

–Hay muchos malentendidos con la Hispanidad, incluso por parte de sus partidarios. Si por Hispanidad entendemos que España tutele a las naciones americanas es inadmisible. Por muchas razones. Si nuestro gran nexo de unión es la lengua, habrá que tener en cuenta que España es sólo el tercer o cuarto país del mundo en hispanohablantes. Además, en España se persigue el español, se está erradicando el idioma de las instituciones. Hoy no se puede escolarizar un niño boliviano en español en Gerona. Aunque seamos el origen, España está ahora en la periferia de la Hispanidad. El centro de gravedad de la Hispanidad está actualmente en México. El problema es que este país es absolutamente negrolegendario y están acusando a Hernán Cortés de todos los males, cuando fue el que los introdujo en la Historia Universal y sentó los cimientos del vierreinato sobre el que, a su vez, se construyó la nación mexicana.

–Como decía Octavio Paz, el problema de México es que no reconoce a su verdadero padre, Hernán Cortés.

–Son cuestiones casi psicoanalíticas. La idea de Hispanidad debe tender más a la comunidad que a la tutela. España no puede renunciar a ese vínculo, porque es su ámbito histórico natural.

–Quizás el único presidente de la democracia que apostó por la Hispanidad fue Felipe González.

–El sistema de cumbres iberoamericanas, que potencias como Francia intentaron erosionar, fue una buena iniciativa. Luego vino el giro atlantista de Aznar, que no era exactamente hispanista.

–Giro noratlantista.

–Exacto, noratlantista. También ha sido muy negativo el que el actual Gobierno haya escondido a la figura del Rey. En muchos ámbitos de Hispanoamérica sigue siendo una figura de referencia. España está renunciando a cosas muy positivas.

–Usted tiene dos libros sobe Cortés.

–El mito de Cortés y La conquista de México.

–Los mexicanos han matado al padre, pero los españoles al hijo. A don Hernán se le esconde oficialmente.

–Tenemos la Leyenda Negra inyectada en vena. La sociedad española la ha asumido. Para la mayoría, todo español que cruzó el charco fue para asesinar, violar y robar. Cortés fue un mito luminoso que en el siglo XIX se tiñó de oscuro. No quiero decir con esto que fuese un santo. Era un “hombre severo”, como decían los historiadores norteamericanos.

Aunque seamos el origen, España está ahora en la periferia de la Hispanidad. El centro está en México

–Pero también ha habido mucha gente que ha reivindicado el legado de Cortés.

–Desde luego, pero la idea predominante ha sido la contraria. Ahora bien, debo decir que los excesos de la Leyenda Negra han provocado una reacción y la respuesta es creciente.

–¿Y en América?

–Ahora prima el auge de los indigenismos. El problema es que las fronteras de estas supuestas naciones étnicas no coinciden con las actuales fronteras políticas del continente, por lo que son una amenaza para los países. Es como pasa aquí con el vasquismo y el catalanismo, que son una suerte de indigenismo a la española.

–Cortés podrá gustar más o menos, pero Torquemada... Usted, sin embargo, ha escrito un libro sobre él. ¿Se le puede reivindicar como figura? ¿Cómo era Torquemada, el inquisidor por excelencia?

–Es una pregunta muy difícil de contestar, porque hay muy poco material biográfico. Hay más de su obra que del personaje. Pero lo que es cierto es que Torquemada gozó de un gran prestigio en su tiempo. Yo no pretendo decir que la contextualización lo encubre todo, pero hay que entender la mentalidad del siglo XV, lo que para ellos significaba ser católico o no serlo, las grandes fracturas que habían entre religiones. Torquemada es una figura muy de una época, no pretendo justificarlo, pero sí entenderlo. Lo que no puedo admitir es ese reduccionismo psicologista con el que se le juzga, como eso de que era un sádico, un criminal... Estaba dentro de un gran colectivo y sometido a una serie de factores que ni siquiera él controlaba. Su condena, como la de tantas grandes figuras, también viene del XIX y del afrancesamiento de la sociedad española.

–Caro Baroja dejaba claro que un inquisidor era un señor normal y corriente que quería hacer carrera burocrática en la España de su tiempo, como hoy un inspector de Hacienda

–La pertenencia a la Inquisición era algo prestigioso para los españoles de aquella época. En aquel momento las cuestiones religiosas estaban muy imbricadas en la realidad. No he tratado de blanquear la figura de Torquemada, pero sí de entender por qué ocurren las cosas. El libro me costó muchos sudores... ¡Buah!

–Usted ha criticado en alguna ocasión lo que ha llamado la visión castellanista del idioma español.

–Una nación debe tener diferentes acentos. También es normal que guarde ciertos arcaísmos lingüísticos. Yo soy de una zona de Cuenca en la que he escuchado decir “yo te vide ayer”. Es lógico que haya acentos, tonos, jergas... El español se nutre de un montón de idiomas: el árabe, el caló, el náhuatl, otras lenguas romances europeas, etcétera. No se puede tener una foto fija de la realidad lingüística.

–¿Y el bable?

–El problema es el Babel normalizado, el bablebatua, como lo que ocurrió con el vascuence. Había siete vascuences como mínimo y ahora hay uno. Eso es un reduccionismo con el que se pierde una gran riqueza. En España no se habla castellano como lo hacían el Cid o San Fernando. Desde que se introdujeron palabras como canoa, cacao, tabaco, tomate... se produjo el cambio.

–Una de las cosas de Vox que más inquieta a algunos es su militancia antiautonomista. ¿De verdad quiere acabar Vox con las autonomías?

–El estado de las autonomías es un modelo fallido. Es una auténtica traba para la movilidad y una fuente de desigualdad entre españoles. Y, además, una garantía del mantenimiento de las oligarquías locales. Si uno tira del hilo de las grandes fortunas ve que se han amoldado muy bien a las autonomías. Eso hay que disolverlo de la manera que se pueda.

La CIA apoyó al antifranquismo no comunista y configuró la España autonómica y socialdemócrata de hoy

–Pero ha acercado la administración a los ciudadanos.

–Yo no estoy diciendo que para hacerse el DNI haya que ir a la Puerta del Sol. Una cosa es la accesibilidad a la administración y otra muy diferente crear compartimentos estancos como aquí.

–¿Pero es viable desmantelar el estado autonómico?

–Es muy difícil, porque hay mucha gente que vive de él y es una medida muy impopular. Pero como mínimo hay que erosionarlo al máximo y devolver competencias al Estado.

–Ha trabajado también sobre el papel de la CIA en la España de Franco, en cómo apoyó a la oposición democrática no comunista.

–Dentro de la batalla cultural de la Guerra Fría, la CIA configuró la España socialdemocráta y autonómica que hoy existe. Lo hizo apoyando a intelectuales y disidentes no comunistas que configuraron el comité español del Congreso por la Libertad de la Cultura. Recibían dinero en becas y bolsas de viajes y de libros. Las gentes de ese colectivo, cuyo mascarón de proa fue Dionisio Ridruejo, fueron los grandes ideólogos del régimen del 78: Aranguren, Marías, José Luis Sampedro, Tierno Galván. Se buscaba una alternativa a un fraquismo que tenía fecha de caducidad.

–¿Es usted liberal?

–No sé qué es eso. Veo muchos liberales a quienes lo único que les obsesiona es la cartera.

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