El Palquillo

Austeridad en el reino del azahar

  • Ese reducto de la Sevilla eterna que es San Vicente se convierte en el meollo de un día que tiene su contrapunto en las manifestaciones que vienen del Tiro, de San Gonzalo y de San Pablo

Plato fuerte del día es el extraordinario entierro que viene desde San Andrés con la sangre de Cristo reflejada en una rosa roja sobre los lirios.

Plato fuerte del día es el extraordinario entierro que viene desde San Andrés con la sangre de Cristo reflejada en una rosa roja sobre los lirios. / M. G.

Lunes más lunes que en todo el año y cuando la tarde ya es adolescente y Cristo aparece muerto en uno de los grandes entierros de nuestra Semana Santa, en la vertical de su mano vencida, una rosa reventará de sangre para llenar de luto los aledaños de San Andrés, a toda Sevilla por este magnífico misterio de Santa Marta, tan reciente y con tanta solera, tan joven y añejo a un tiempo.

Es Lunes Santo en todos los rincones de esta Jerusalén por siete días en que se ha convertido la ciudad, pero entre todos los rincones de la Sevilla de siempre, ninguno como el de la céntrica collación de San Vicente, indudable reino del azahar, lugar inigualable para vivir el rito, para extasiarse con el segundo acto de la mayor ópera urbana del orbe. Es el Lunes Santo un recuerdo de infancia, de juventud, de adolescencia, y se adentra por los vericuetos de la madurez hasta no se sabe cuándo. Lunes Santo en San Vicente para vivir el día desde bien temprano. La austeridad del ascético Cristo de la Vera Cruz, el empaque de cofradía señorial de Las Penas de San Vicente y cómo sintetiza la Semana Santa de Sevilla Cristo muriendo por el Museo seguido por esa desconsolada y estupefacta Virgen de las Aguas en palio que mejor se mueve.

Es tarde de ruan y esparto, de cera color tiniebla junto a la verde de la Vera Cruz señalando senderos de pena por el barrio. Recuerdos de un lunes en que desde el balcón de la Región Aérea del Estrecho, hasta hace nada atalaya de un próspero bufete de cofrade señero, volaban saetas como palomas heridas, heridas muy hondas cuando la noche ya no tenía vuelta atrás. Recuerdos de un lunes que hoy vuelve con la misma pujanza y el mismo sentimiento de barrio señero en su día más grande, en esa especie de Día D para el que todo el año es la meta de una cuenta atrás única.

Pero antes de que el azahar abra sus pétalos para ver a Jesús de las Penas, por el dédalo urbano habrán pasado cosas que merecerán mucho la pena. Por ejemplo, si San Vicente es lo que queda de la Sevilla de siempre, por el arrabal y guarda, cerca del muro de defensa, justo en el Barrio León, bajo los naranjos de ese barrio se habrá gustado hasta Caifás cuando ante el asilo de la Avenida de Coria hayan ido los pasos sobre los pies, con esa forma de andar que se ha calificado como al estilo de Triana, amagando, con el izquierdo por delante y de costero a costero.

Como se vienen arriba los que llegan del Tiro de Línea, un barrio entero detrás del Señor Cautivo y de Nuestra Señora de las Mercedes. Fervorosa sucesión de personas entregadas a sus advocaciones preferidas, algo que será como un canto apoteósico cuando la Virgen de las Mercedes se recorte al contraluz del Arco del Postigo y pase por esa estación dolorosa que es el sitio donde cayó Juan Carlos Montes hace en este día veinticinco años, ya un cuarto de siglo, cómo corren los años...

En este día de lunes que no se anda con corazón de lunes existe otro enclave que le echa un pulso a San Vicente. Es ese arco donde está la Pura y Limpia, pues antes de que el tambor redoble en memoria del costalero muerto habrá fiesta grande a causa de tres palios. A pleno sol la Virgen de las Mercedes, de noche cerrada la Virgen de la Salud que va buscando los senderos que la devolverán a Triana y ya en la alta madrugada la Guadalupe, cumbre de la gubia de Luis Álvarez Duarte, contribuirán de forma espectacular a la gran ópera con sus mecidas al son de marchas briosas como Pasan los campanilleros o con tanta Sevilla dentro como Soleá dame la mano, una de las cumbres musicales de nuestra gran celebración.

Es, por tanto, Lunes Santo no sólo en San Vicente, que también lo será, y con muchísima fuerza, por la Cuesta del Rosario, Alfalfa, Boteros, San Leandro y así hasta llegar a su casa de calle Santiago. La del Rocío detrás del momento de la gran traición, cuando el beso más ominoso de la historia y por treinta monedas.

También ahí se gusta el lunes, justo a la hora en que el Tiro de Línea aguarda expectante, ha tiempo que Santa Marta se recogió y va preparándose el Barrio León para recibir a los suyos asaeteando los aires con canto y con cante. Hemos quedado, no obstante, en que el Lunes Santo tiene su corazón en San Vicente, que fue un día inventado hace cien años por personas del barrio y si austero es el paso del de la Vera Cruz por la Gavidia, tiene mucha solera la entrada bajo naranjos de Jesús de las Penas en el ensolerado templo de San Vicente.

Saetas y a darnos prisa porque se gusta la de las Aguas por Castelar y el Cristo expirante va buscando su rinconcito junto al Museo. Es martes ya en todos los relojes del Museo y Cristo inhala del Museo el hálito final, que sea del Museo el último aire que entre en su cuerpo contorsionado ya definitivamente muerto y atruena el aire la saeta tan anónima como rica de hondura. ¿Habrá vuelto a su lejana morada la joven hermandad de Jesús Cautivo y Rescatado? Queda poco para salir de dudas, que ya es Martes Santo.

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