El Palquillo

Supermartes

  • Más allá de diatribas, y opiniones, el Martes Santo y sus hermandades han demostrado imaginación y valentía, y otra cosa más importante aún: la unión

El Crucificado de las Misericordias y la Virgen de la Antigua.

El Crucificado de las Misericordias y la Virgen de la Antigua. / juan carlos muñoz

No, no estamos en el llamado “super Tuesday” en que Estados Unidos celebra (en una gran parte de sus estados) elecciones primarias a la presidencia. Eso sí, ese martes suele caer en febrero o marzo según los calendarios. Para nosotros, el de hoy es el supermartes de nuestra vida. El día que reúne clasicismo y modernidad, como las dos caras de una misma moneda. Se dice que un clásico es una obra que nunca termina de decirlo todo. El Martes Santo, nuestro Martes Santo, es el único día de la Semana Mayor compuesto de Hermandades fundadas, todas, en el siglo XX. Pero tiene todo el sabor de los siglos. Se ha convertido en un clásico. El día que rinde homenaje a nuestro pasado más verdadero y se entronca con nuestro futuro más ilusionante. El día de la esencia tradicional y de la modernidad.

Más allá de diatribas, y opiniones, el Martes Santo y sus hermandades han demostrado imaginación y valentía, y otra cosa más importante aún: la unión. Como la pepita de oro que se decanta en el río tras muchas jornadas de búsqueda, la unión es el tesoro es nuestra salud y fortaleza. El Martes Santo no son las diferencias de horarios, sino el interés común en buscar soluciones para todos, no es la devoción aislada a cada advocación, sino la devoción común a Cristo y su Madre. No es solo salir de nazarenos en tu Hermandad, sino formar parte de una comunidad (de las más numerosas de nuestra Semana Santa) que peregrina y reza junta, que se entiende y camina en unión. No es solo un espectáculo para los sentidos, sino la razón de nuestra Fe más visible, el compendio de lo que en el resto del año hacemos, juntos y por separado, pero en unión. Es más fuerte lo que nos une que los que nos separa. No es solo lucimiento particular, sino brillo de todos y para todos. Es Fe, es Luz, es sustento, es amparo, es camino, es vida, es primavera y es fervor, es Martes Santo. Porque ya estamos de nuevo ante otro Martes Santo.

Martes Santo, día tercero, el día que clarifica nuestra Semana Mayor, el compendio de tradición y modernidad, de lo que aprendimos de nuestros mayores y de la actualización de una fe que da respuesta a los valores del hombre del siglo XX, XXI y los que vengan. Somos la tierra firme que asienta a nuestras cofradías, separadas de los mares de la falta de fe, de las galernas de las dudas y las inconsistencias, de los maremotos del vacío y el pecado. Somos el vergel de la Semana Santa, el día en que miles de nazarenos toman las calles actualizando la penitencia aprendida de nuestros mayores, el fruto vivo de una fe centenaria que, en esta ciudad, se desparrama por las calles, por los rincones y plazas, en una fiesta de Dios, para todos. Somos fruto y semilla de nuevas generaciones, fortaleza que germina de una religiosidad más viva y pujante que nunca.

Somos tierra santa. La tierra de los nazarenos del Cerro, arcilla rojiza que modela nuestra Semana Mayor, dando forma a la verdad de nuestras celebraciones en el barro de su gente. Somos los mares azulados de San Esteban, que regulan los días, fe de barrio antiguo que marea tras marea nos deja varados en la orilla de nuestras vivencias. Somos la blanca espuma de los nazarenos de la Candelaria o el Dulce Nombre, que azota la escollera de la indiferencia o del egoísmo, que rompe contra la calma de la injusticia y el desánimo. Somos el fruto morado de San Benito, refrescando la tarde con la alegría de quien se sabe portador de unas esencias y una fe que se apodera de nuestras vidas y que, día a día, sueño a sueño, cristaliza en una tarde que llamamos santa. Somos, en fin, la negra sombra de una noche, ya sean Javieres, Estudiantes o Santa Cruz, que arropa los sueños de miles de hermanos que, esta noche, como tantas noches, sueñan ya con una tarde luminosa, con cornetas, con rachear de costaleros, con el estallido de la fe en flor, cual primavera eterna y celestial que vamos a volver a vivir.

Hay quien piensa que el Martes Santo no existe. Que no es más que una mera sucesión de procesiones, con orden cambiante y sin una sola alma o un solo corazón. Hay otros que piensan lo contrario, que somos una sola procesión, desde la cruz de guía que abre el día (se hace difícil hablar de esto y poner un nombre, con tantos cambios) hasta el último palio que cierra la jornada (normalmente los Dolores de nuestra madre de Santa Cruz).

Hay quien no cree en nosotros, quien piensa que estamos todo el día en discusiones y hay quien cree en nosotros, precisamente por lo mismo, porque estamos frecuentemente intentando encajar este puzle enrevesado que es este maravilloso día de nuestra semana mayor, el nuestro, el que queremos todos. Hoy todo da igual. El trabajo está hecho para que toda Sevilla pueda disfrutar de este supermartes.

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