El Preludio

El cuarto de los Armaos: así preparan su Semana Santa

  • Los Armaos de la Macarena preparan durante todo el año su propia indumentaria en su denominado 'cuarto de los Armaos'

  • Fortaleza y Caridad

El cuarto de los Armaos: así preparan su Semana Santa

¿Quiénes son los armaos? Si leemos esa pregunta, quizás todos sepamos la respuesta. ¡Pues los armaos, los de la Centuria! Sí, eso lo sabemos. ¿Pero quiénes hay tras esas filas de plumas blancas? ¿Quiénes hacen que todo eso salga a pedir de boca? 

La famosa guardia del Señor de la Sentencia se crece con ellos. Aquí no hay intermediarios. El Jueves Santo brilla un poco más el sol en la Plaza de la Esperanza gracias al trabajo de los que veis tras las corazas durante el resto del año. Y es que, en una puertecita de la calle Macarena, se encuentra el cuarto de los armaos. Dicho así, parece el inicio de un cuento, pero no es más que la realidad. 

Muy poca gente ha oído hablar de esto alguna vez pero, si algún día pasean por los aledaños de la muralla, párense a observar si alguna cara le es familiar. Y pregúntese qué hace por ahí. Y es que, nada de la indumentaria de estos 100 hombres se hace sola. Ni por arte de magia. 

Cada uno con su trabajo y, llegada la hora, hay armaos que se transforman en soldadores, diseñadores y, aunque parezca increíble, hasta en marroquineros, ¿o cómo creen que se hacen los leones que cuelgan de sus corazas? ¿Y las muñequeras? 

Nos abrieron las puertas de su casa, de su taller. Hablar con un armao es como hablar con la Sevilla más pura. Si de algo pueden presumir es de su esencia, única entre el resto. Sin hacer distintivos con ningún otro, pero ellos tienen algo diferente. Quizás es la amabilidad con la que nos explicaron cómo hacían, paso a paso, cada una de las piezas de cuero que portaban toda la noche. Tal vez fue la sencillez con la que, nada más entrar, te topabas con una coraza colgada, ‘esa es la de Fernandito, que la acabamos de arreglar’, nos dijo Cantón, con una bata blanca y la frase ‘Viva Roma’ a sus espaldas, como si de un equipo de fútbol se tratase, pero con más pasión, sin duda alguna. 

Llama la atención ver cómo de las paredes nacen cientos de taquillas perfectamente señaladas. ‘Capitán’, ‘Teniente’, ‘Alférez’... y así, hasta 100. Parece sacado de una película de romanos grabada en pleno barrio de la Macarena. ¿En su interior? No se preocupen, que pudimos verlo. Igual que guardamos la ropa en armarios, ellos lo guardan ahí. Su particular ropa de hojalata. Sorprende también la cantidad de terciopelo rojo que cuelga de las perchas. Las naguetas, por si se preguntan el nombre. ‘Debajo llevamos unos leotardos cómodos toda la noche, si no imagina lo que nos queda’, nos decía Fernando, mientras el olor a pegamento y el sonido de las máquinas inundaba la sala. 

Sentado en una mesa de trabajo estaba 'Kisko' que, con una hoja llena de colores y nombres tachados, iba haciendo una por una cada correa, cada muñequera. Una labor artesanal, sin lugar a duda. ‘Empezamos en septiembre y no acabamos hasta después de Semana Santa’, comentaba con el cuero entre las manos. Trabajo arduo, eso seguro, pero allí las horas parece que pasan más rápidas. Podrías estar todo el tiempo del mundo en aquella habitación, que el reloj iba a avanzar sin que te dieses cuenta. Cada detalle, cada lanza apoyada en la pared, cada caja llena de zapatillas, o el simple hecho de ver a aquellos hombres trabajando con la ilusión de un niño la noche de Reyes hace que las manecillas se detengan por un instante.

Las risas cómplices de Fernando y Quintero al explicarnos cómo mantenían todo en el cuarto durante el resto del año nos contagiaron esa alegría de los armaos por el ‘mercao’ de la Encarnación que conocieron nuestros mayores. Una complicidad que solo da el tiempo, el aprecio y el valor de todos los que pasan por las filas del Señor de la Sentencia. ‘Guardamos las plumas con peso encima el resto del año, hay quienes le echan polvo de talco… Cada uno tiene su método’, nos comentaban. Más de una vez hemos visto en las paredes de algún bar de confianza una pluma de un armao. Esas ya no se iban a usar. Porque, sí, con las plumas pasa como con algunas prendas de nuestro día a día: cuando se ponen feas, hay que comprar unas nuevas. 

Sin más, sin menos, un trabajo largo. Un trabajo de meses, que acaba cuando la Basílica de la Macarena cierra sus puertas el Viernes Santo, y empieza a la vez. La recompensa está más que clara. O así nos lo hicieron ver Fernando Vaz y Manolo Ruíz. Si decimos estos nombres quizás no todos los conozcan, pero la escena cambia si les llamamos Capitán y Teniente de la Centuria. Para ellos, para todos, el Jueves Santo es la medalla al trabajo de todo un año. ‘Ese día por la mañana todo lo ves de otra forma. Todo es diferente, pero es real’, decía con una sonrisa nerviosa el Capitán, una sonrisa parecida a la que sentimos el Domingo de Ramos al levantarnos y ver que el sol brilla más que nunca, si queremos compararla. ‘Para mí la mañana del Jueves Santo comienza la noche del Miércoles, hay un momento donde ya me pongo nervioso’, comentaba Manolo. Y es que escuchar a la Centuria tras el Buen Fin no debe ser tarea fácil para unos hombres que saben que, en tan solo horas, van a tener estos sones entre sus filas. 

El olor a pegamento empieza a ser menos intenso, el ruido de la soldadora comienza a ser tan solo un recuerdo. ‘Señores, hay que irse, ya seguimos’. Se apagan las luces, pero todo sigue ahí. En el mismo sitio la coraza posada, las batas blancas colgadas de los percheros. Las taquillas están perfectamente cerradas. A ellos les queda mucho trabajo por delante, por suerte la Centuria y su Banda crecen cada año (y que no dejen de hacerlo), y la indumentaria no puede hacerse sola. A nosotros tan solo nos queda esperar a un nuevo Jueves Santo y pensar, cada vez que paseemos por la Muralla de la Macarena, que en algún lugar hay una puerta que lleva directamente a Roma. 

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