Crónica del Vía Crucis de las Hermandades

Alimento para el alma de los cofrades

  • El Vía Crucis de las Hermandades fue lo más cercano a la Semana Santa que habrá esta primavera

Varias cruces de guía ante el Altar del Jubileo de la Catedral.

Varias cruces de guía ante el Altar del Jubileo de la Catedral. / ANTONIO PIZARRO

Una cruz de guía en movimiento. Un culto histórico y emotivo tuvo lugar en el interior de la Santa Iglesia Catedral, que parecía aún más grande por la limitación de aforo. Sólo 600 personas y el Cristo de la Corona estuvieron en ella durante el Vía Crucis de las Hermandades. El último gran acto que se pudo celebrar la pasada cuaresma es el protagonista de esta. Lo rodean exposiciones, conciertos o la espectacular película sonora más antigua de la Semana Santa. Guarniciones, al fin y al cabo, que acompañan a ese alimento del alma de los cofrades que se sirvió desde el Altar del Jubileo del mayor templo gótico del mundo.

Por la tarde volvió a ser epicentro de fe. También de esperanza por recuperar lo arrebatado por la pandemia. Todos los presentes hablaban de ello mientras se regocijaban por ver las cruces de las cofradías: Bellavista, Santa Cruz, Macarena, San Lorenzo, el Cerro del Águila o Triana. Hermandades que suenan y saben a barrios. Venidas de todos los puntos de la geografía local. Algunas pasando su propio viacrucis para mantenerse. También sonó el órgano, acariciado por el padre Carlos Navascués, y las jóvenes voces de la Escolanía de María Auxiliadora, que cantó desde el Coro con menos miembros de los habituales. A ellos también les afectó la reducción de aforo. No fue así para los corrillos previos. El Vía Crucis sirvió de reencuentro entre cofrades. Trajes de chaqueta, saludos con el codo y preguntas por los familiares. Hermanos mayores, capataces, restauradores y autoridades se encontraron junto al retablo mayor. Y cinco minutos antes de las siete en punto, el orden.

La distancia física entre los presentes y la cercanía espiritual con la talla anónima del siglo XVI. El orden también de las estaciones del Vía Crucis, desde Getsemaní hasta el sepulcro. Catorce momentos representados por catorce cruces como la del Cristo de la Corona. Incensarios y ciriales marcaban el paso de la cruz por las naves de la Catedral, guiando la oración colectiva. Las plegarias que, como se indicó antes del comienzo, tenía unas intenciones claras. “Por el fin de la pandemia que nos golpea, por la curación de los enfermos, por la salvación de los que han fallecido, y por el consuelo y fortaleza de sus familiares y amigos”. Y por uno de los presentes: "Por nuestro Arzobispo D. Juan José, por su salud y sus intenciones, y por el próximo Arzobispo de Sevilla".

Él fue el encargado, como cada cuaresma, de poner el broche final con su reflexión. Monseñor Asenjo hizo un repaso por las estaciones del Vía Crucis, haciendo hincapié en el sufrimiento de Jesucristo y recomendando la lectura de El drama de Jesús. Un libro publicado por el jesuita José Julio Martínez en 1941 y que llegó a manos del arzobispo segoviano una década después. Lo utilizó como punto de partida para un discurso catequético centrado en la resurrección."Si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe", afirmó citando a San Pablo. También animó a los cofrades a suplir con fervor las estaciones de penitencia que no se podrán celebrar la próxima Semana Santa. Aprovechó la presencia de representantes de las corporaciones para pedirles que sean apóstol y anuncien a Jesucristo "con convicción y sin vergüenza". Finalizó sus palabras deseando una "fructuosa y seria cuaresma y Semana Santa a los presentes", a los que bendijo antes de marcharse del quizá su último acto público como máximo mandatario de la Archidiócesis de Sevilla.

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