Crónicas de Roma: Veni, vidi, vici

El Cachorro pasa por el Coliseo de Roma
El Cachorro pasa por el Coliseo de Roma / Juan Carlos Muñoz

Sábado, 17 de mayo. Foros imperiales. Roma.

Un buen día

Una de las primeras estrofas de Un buen día, uno de los temás más icónicos de Los Planetas, reza así: Ha entrado el sol por la ventana, y han brillado en el aire, algunas motas de polvo... He salido a la ventana y hacía una estupenda mañana. La voz de J bien pudiera aplicársele a aquel tipo, con rostro cercano a un central noventero de la Sampdoria que te destroza la tibia como saludo, que quizás mientras desayunaba no alcanzaba a comprender lo que se le sobrevenía. Nos comportamos debidamente en el primer tramo de la procesión, pero cometieron un error estos italianos: no colocar, al término del Circo Máximo, las entrañables vallas. En cuestión de segundos los restos más antiguos de Roma parecían la calle Castilla.

El tipo aguardaba celosamente la compostura para cumplir con su cometido: evitar que nadie accediera a la procesión, motivación entrañable de los responsables locales, puestos en el papel pero ajenos al contexto. Cuando regresó el tramo restringido, el caballero, con los brazos extendidos e ínfulas de Moisés, se decidió a abrir las aguas humanas que antecedían al Cachorro. Se mostró angustiado porque nadie le hacía caso. Entonces, otro compañero, más impaciente y resignado, se le acercó y, con el tono cantarín propio de estos muchachos, le dijo: "Questo é normale in Spagna". Se dio media vuelta, sacó una manzana y la devoró viendo pasar al Cachorro.

Donde haga falta

A pesar de habernos aflojado las corbatas a media tarde, y de buscar el resuello de la sombra en los pinos de la vía Claudia, el cielo se tornó en un gris demasiado familiar. Esto de la religiosidad popular y sus conceptos está muy bien, pero si vamos a Roma, si queremos ofrecer autenticidad, vamos con todo. El cielo descargó y llovió, con relativa tenacidad. El Cachorro arrancó a paso mudá levantando los aplausos, los vivas y los respetos de aquella media Sevilla concentrada allí. Pero faltaba otra media: la que aún guardaba ciertos códigos de convivencia civil. Hasta que una de esas señoras con medalla deshilachada al cuello dijo hasta aquí, y con una fuerza impropia de su edad, levantó los garfios de la valla, iniciando así la revolución. Y todos los demás la siguieron. Y el Cachorro no volvió a ir solo.

¡No quiero volver!

No terminó la Pueblaoliva de rematar los compases finales de ¡¡Macarena!! y todos nos evitábamos la mirada, porque llorábamos desconsoladamente. Una espada de sol cortaba el aire de la eternidad y el Cachorro iba a lo suyo. No entiende de escenarios, de entornos, de milenios. Se sabe capaz de todo. Dicen que en los estertores de la muerte el ser humano reproduce una suerte de cortometraje con los instantes más dichosos y felices de su existencia. Contemplando al crucificado de Ruiz Gijón mimetizando la carne con la piedra creíamos ver pasar toda nuestra historia. La nuestra, la de todos los cofrades de todos los tiempos, los que han levantado el milagro de la Semana Santa.

El silencio y la rectitud duraron apenas unos minutos. Uno de aquellos hermanos, curtidos por la cera ardida de tantos Viernes Santo, exclamó sin remedio: "¡Cachorro, yo ya no me vuelvo a ningún sitio! ¡Llévame contigo, Cachorro, por Dios! ¿Qué hago yo después de esto?" A lo que su compañero respondió: continuar siguiéndolo.

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